Mirada al País-Rodríguez Veve y Meloni: dime con quién andas…

 

 Especial para CLARIDAD

 

El bipartidismo PPD-PNP, que ha dominado nuestra política durante cinco décadas y media, se está descomponiendo: los escándalos de corrupción, las pugnas internas, la debilidad del liderato, la caída del apoyo electoral, son algunos de los síntomas. Pero ¿qué reemplazará a ese bipartidismo? Esto no está determinado de antemano. ¿Qué representa, por ejemplo, una fuerza política como Proyecto Dignidad? Recientes declaraciones de Joanne Rodríguez Veve, su portavoz en el Senado, aportan nuevos datos para contestar esta pregunta. No debemos pasarlos por alto.

“Dime con quién andas y te diré quién eres” reza un conocido refrán. En un turno legislativo, la senadora ha recibido con entusiasmo la victoria de Giorgia Meloni en las elecciones italianas y ha formulado un llamado a salir “en defensa … de lo que Meloni ha querido defender en Italia”. Entonces hay que preguntarse: ¿quién es Meloni y qué defiende?

Meloni es líder del partido Hermanos de Italia, que se fundó en 2012 por antiguos integrantes del partido Alianza Nacional. Alianza Nacional fue el nombre adoptado en 1995 por el Movimiento Social Italiano, creado en 1946 por militantes del disuelto Partido Nacional Fascista de Benito Mussolini. En pocas palabras: Meloni y su partido son herederos del fascismo italiano.

El fascismo fue producto de las crisis del capitalismo en las décadas de 1920 y 1930. Esas crisis, entonces y en el presente, golpean duramente a los pueblos: provocan desempleo, caída de ingresos, pérdida de ahorros, pensiones, quiebra de pequeños negocios, en fin, empobrecimiento, inseguridad y angustia. El fascismo es uno de los escudos al servicio de los responsables de este desorden y descalabro. Sus ejes en Italia, Alemania y España fueron el antisemitismo, la xenofobia, el racismo y el anticomunismo. Para el fascismo, los culpables de aquellos males no eran ni la concentración de la riqueza, ni la falta de desarrollo planificado. No, los culpables eran los judíos, los masones, comunistas, extranjeros y otras “razas”, inferiores pero amenazantes. El fascismo habla en nombre de la nación, pero en realidad es fiel a una parte de la nación: a sus clases dominantes. Contra el “desorden”, el fascismo afirma un orden patronal y patriarcal: el patrono debe mandar en la empresa y el padre en la familia. Se presenta, como hacía Francisco Franco en España, como “centinela de la civilización occidental” y del cristianismo. Ese no era el cristianismo de la solidaridad o el amor al prójimo, sino el de las Cruzadas, de la Reconquista, de la Inquisición, de la conquista de América y la esclavización de África. Es la tradición que hoy defiende el partido Vox en el estado español, con quien Meloni tiene buenas relaciones.

En décadas recientes hemos avanzado en cuanto a los derechos de las mujeres y de las personas LGBTTQ y en el reconocimiento de la diversidad sexual, de género y de familias. También se ha intensificado la desigualdad entre países y la emigración de quienes intentan escapar al empobrecimiento. Así, en la actualidad los herederos y herederas del fascismo ponen mayor énfasis en el antifeminismo, la homofobia y el rechazo de las personas inmigrantes. De paso remplazan el antisemitismo con la islamofobia (sin que el primero desaparezca). Describen a sus enemigos como la “izquierda secular” y el “islam radical”. Denuncian al fundamentalismo islámico, pero contra la izquierda abrazan el fundamentalismo cristiano. Se manejan consignas agradables: la autoridad del padre no se defiende a nombre del machismo, sino de la familia. El rechazo de otras naciones, culturas o “razas” no se justifica a nombre del privilegio o la dominación, sino a nombre de la patria.

Así, Meloni afirma que los inmigrantes provocan desempleo, crimen y prostitución. Italia está amenazada por la inmigración y la baja natalidad. De ahí se deriva una solución xenofóbica-patriarcal: regreso de la mujer al hogar, la recuperación de su rol primario como madre y el empeño en traer al mundo bebés italianos blancos para la nación. Esta perspectiva natalista ya era parte del fascismo de Mussolini y Franco, con su “batalla de los nacimientos” y premios por natalidad. Además, encaja perfectamente con las restricciones del derecho al aborto.

Desde hace tiempo se percibían las coincidencias de Proyecto Dignidad con la extrema derecha internacional: la misma obsesión con las “conspiraciones” del feminismo y la izquierda, la misma homofobia y transfobia, la misma guerra contra el derecho de la mujer a decidir, en fin, el mismo rechazo como caos de todo lo que no sea el orden patriarcal heredado. Pero ya no hay que especular: la senadora nos hace el favor de identificarse sin reparos con la extrema derecha europea. El triunfo de Meloni, según ella, es un triunfo de quienes defienden los “cimientos de la civilización occidental”.

Se trata, claro está, de una versión recortada y empobrecida de la “civilización occidental”, luego de amputarle algunas de sus corrientes más importantes: civilización occidental sin feminismo, sin reconocimiento de la diversidad, sin socialismo. Este no es el occidente de la revolución francesa y de las revoluciones que siguieron, sino de las contrarrevoluciones que intentaron revocarlas.

De paso, la senadora abraza las orientaciones del neoliberalismo, siempre bajo banderas de apariencia inocente. Según ella, con Meloni triunfó la idea de que “el éxito no se logra mendigando sino trabajando”—entiéndase: el que no tiene empleo es porque no quiere, no merece ayudas, lo que tiene es envidia del que tuvo éxito. Afirma que con Meloni triunfó la “libertad de empresa, libertad del trabajo”—entiéndase: basta con “liberar” a las empresas y el mercado, para que haya empleo. Triunfó, añade, la idea de que “la democracia se fortalece cuando los individuos son hacedores y no siervos del estado”—entiéndase: dejemos que el capital y el mercado “hagan” libremente, pues que el estado nos proteja de sus abusos es el camino de la servidumbre, como dice Hayek, sacerdote supremo del neoliberalismo. (La hipocresía es evidente: no quieren que seamos siervos del estado, pero promueven que el estado se entremeta en algo tan personal como la decisión de cada mujer sobre completar o interrumpir un embarazo no deseado.) Con Meloni, se nos dice, triunfó la idea de la patria, contra instituciones como las Naciones Unidas. Pero lo que realmente triunfó fue la idea de “Italia primero”: y si todos adoptan esa perspectiva (Alemania primero, Francia primero, Rusia primero, Estados Unidos primero, etc.), ¿acaso no estamos en la lógica que condujo a la primera y la segunda guerra mundial y tantas otras?

Rodríguez Veve describe a Meloni como “madre, cristiana y patriota”. Suena simpático, pero se pasa de contrabando la consigna “Dios, Patria y Familia” adoptada por los fascistas italianos en 1931. No se trata de dios, patria y familia en general, sino el dios de la Inquisición, la patria excluyente y la familia patriarcal.

La amenaza de las sucursales criollas de la extrema derecha internacional hay que tomarla en serio. El partido de Meloni pasó de menos de 5% a 26% de los votos en cuatro años. No dudamos que Proyecto Dignidad quiere replicar eso. Nuestra tarea no es analizar si esto es o no es posible. Nuestra tarea es evitarlo, organizando una amplia respuesta liberadora a los problemas del país. Las raíces de los problemas de Puerto Rico no son ni los inmigrantes, ni los derechos de la mujer, ni las personas trans, ni las feministas, sino un sistema económico y social que tiene la desigualdad como fundamento y a la competencia como motor. Aspiramos a una sociedad más libre e igualitaria. Para alcanzarla es necesaria la organización, movilización y convergencia de la clase trabajadora y todos los sectores oprimidos, marginados y discriminados. Expliquemos a nuestro pueblo que no hay que temer a la diversidad, sino abrazarla; que no hay un solo tipo de familia, sino muchas; que no hay una sola manera de expresar el amor, el afecto y la sexualidad, sino muchas. Que no queremos ni caos ni desorden, pero sí queremos un orden distinto al de las opresiones heredadas. Un orden de libertad. No le hacemos guerra a la religión, pero sí al fundamentalismo que pretenda imponerse. Nos oponemos al colonialismo, pero no defendemos una cultura contra otra, sino lo que hay de democrático y liberador en todas las culturas (incluso culturas distintas a la nuestra), a la vez que rechazamos lo que hay de represivo y opresivo en todas las culturas (incluyendo la nuestra). Queremos romper con el bipartidismo para avanzar hacia la equidad y la igualdad, no para retroceder. Si no organizamos una alternativa política que represente lo primero, le dejamos el camino abierto a lo segundo.

Hagamos caso a las palabras de Umberto Eco: el fascismo, decía en 1995, “está aún a nuestro alrededor, a veces con traje de civil. Sería muy cómodo … que alguien … dijera: ‘¡Quiero … que las camisas negras vuelvan a desfilar … por las plazas italianas!’. Por desgracia, la vida no es tan fácil… [el fascismo] puede volver todavía con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus formas nuevas, cada día, en cada parte del mundo”.

 

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