Oleadas migratorias desde 1903

«No debe ser sorpresa para nadie que haya una corriente migratoria puertorriqueña hacia el extranjero y que se vayan todos los que tienen oportunidad de salir de la Isla… Eso lo que significa es que no pueden ganarse el pan en su propia patria.”

¿Cuándo se escribieron esas palabras? Pudo haber sido en cualquiera de los días de este año 2018 en que se redacta este artículo, pero el texto pronto cumplirá 115 años de haberse publicado. La cita proviene de un artículo del diario Brooklyn Eagle del 7 de noviembre de 1903. Como vemos, ya en ese momento se hablaba de una “corriente migratoria” y se daba por sentado que cualquiera que tuviera los medios disponibles para abandonar el país así lo haría.

La misma información, con leves variantes, podemos encontrarla en cualquier diario o revista de los años posteriores a 1945, los de la posguerra, cuando también se advertía que nuestro país “se vaciaba” hacia Estados Unidos. Aquí va otra cita: “(Y)a para abril de 1947, en esos cuatro meses solamente, han arribado a Nueva York 26,000 puertorriqueños”. Sería bueno recordar que en 1947, igual que en 1903, todavía se viajaba mayormente en barco (entonces en el legendario Marine Tiger) y, según lo citado, en sólo 4 meses 26 mil boricuas abandonaron nuestro país rumbo a Nueva York. (Durante mi niñez, entre los muchachos del apartado sector rural donde me crie –nací, precisamente, en 1947– no se hablaba de otra cosa que de “embarcarse”. Los niños crecían hasta que les llegaba el momento de irse detrás del hermano, el tío o el primo que ya se había “embarcado”.)

¿Por qué se da este trasiego interminable, tan constante, que durante 115 años ha provocado el mismo comentario? La segunda oración del artículo del Brooklyn Eagle que cité al principio nos da la explicación: la gente emigra “porque no puede ganarse el pan en su propia patria”. Eso explicaba la “corriente migratoria” de 1903 y también explica la de 2018. La gran mayoría de los emigrantes no asume su partida con la alegría del que se va de vacaciones sabiendo la fecha de regreso, sino con la tristeza o la rabia del que se siente expulsado del lugar que ha sido su hogar. (De ahí la injusticia de la comentada campaña del “yo no me quito”, que supone la emigración como un acto voluntario.)

El artículo del diario de Brooklyn de noviembre de 1903 también señalaba a los que, a juicio de los editores, eran responsables del ambiente social que promovía la “corriente migratoria” de puertorriqueños hacia Nueva York. Decía el artículo: “Y eso quiere decir que Estados Unidos, a pesar de haberse comprometido a desarrollar la economía de ese pobre pueblo, no ha cumplido su compromiso ni se ve en la necesidad de hacerlo.”

Cuando se publicó ese artículo tan sólo había trascurrido cinco años de la invasión militar que convirtió a Puerto Rico en colonia de Estados Unidos. El articulista debió tener muy fresca en la memoria la proclama difundida por el general invasor, Nelson Miles, advirtiendo que las tropas no venían a “hacer la guerra”, sino a darnos “protección y prosperidad”. Por eso, tan temprano como en el 1903, el diario de Brooklyn le imputaba a Estados Unidos no haber cumplido el compromiso contraído.

¿Y qué pasó con aquella promesa de “protección y prosperidad? Cuando se produjo la corriente migratoria de 1903, que expulsó a miles de boricuas a Nueva York y Hawaii, entre otros lugares, Puerto Rico vivía las consecuencias del cambio monetario impuesto por el invasor, que empobreció a muchos y facilitó la compra de tierras por parte de corporaciones absentistas. A partir de ese momento, poco a poco nos convirtieron en la gran plantación azucarera que interesaba el capital monopolista que instigó la invasión militar. Mientras los boricuas emigraban porque no podían “ganarse el pan en su propia tierra”, los dueños de las centrales azucareras se enriquecían.

Un intercambio similar ocurrió a mitad del siglo XX, cuando ocurrió la otra gran ola migratoria de que hablamos. Mientras 26 mil boricuas desembarcaban en Nueva York en los primeros cuatro meses de 1947, en dirección contraria venía el excedente de capital que había producido el final de la guerra, a invertirse y multiplicarse en la misma tierra que expulsaba a aquellos 26 mil y a muchísimos más.

La historia de ahora, cuando se vuelve a hablar de una nueva oleada migratoria, no es distinta. Se van los que no tienen otra alternativa que “quitarse”, porque no pueden ganarse el pan en su tierra, mientras el capital comercial y financiero sigue llegando junto con los abogados, consultores y asesores que vienen a enseñarnos cómo pagar las deudas.

La actual corriente migratoria, igual que la de 1903 y la de 1947, dramatiza, sobre todo, el fracaso del colonialismo como régimen económico. Pero como ocurre en toda explotación colonial, el fracaso lo viven los colonizados, no los colonizadores. La misma economía que, al decir de aquel diario neoyorquino, no permite que sus hijos se ganen el pan en su tierra produce ganancias obscenas primero al capital azucarero, luego al industrial y ahora a todos juntos, incluyendo los nuevos especuladores financieros.

La “promesa” que el general Miles hizo en 1898 finalmente llegó ciento veinte años después, aunque no con la “protección y prosperidad” que el militar anunció. Llegó con la envoltura de una legislación, precisamente llamada “PROMESA”, que reproduce el mismo tipo de gobierno por decreto que aquel general instaló en la isla recién conquistada.

Las citas del Brooklyn Eagle y la que comenta la emigración de 1947 fueron tomadas de Memorias de Bernardo Vega, editadas por César Andréu Iglesias y publicadas por Ediciones Huracán.

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