“Usted que escribe para ese periódico, anote”, oigo que me dicen con cierto retintín. Son mis vecinos de un edificio de trece pisos en la zona de Hato Rey que quieren contar. He aquí algunos apuntes sueltos.
El día después de María un vecino baja las escaleras, -el ascensor no funciona- y empieza a recoger ramas caídas y a amontonarlas en una esquina del estacionamiento contra la verja. Pronto se forma una cuadrilla improvisada que recoge escombros. Otro vecino, de 83 años, al ver desde el último piso el portón de salidas de emergencias en el suelo decide que, entre varios, se puede levantar y amarrar con cadenas. Así se hace.
Días después, otros vecinos, al ver amontonadas las bolsas de basura, forman una cadena para llevarlas al contenedor de metal con la esperanza de que llegue el camión, pues ya empieza la preocupación con la peste, las ratas y las sabandijas.
Una vecina, joven, aficionada a la acupuntura, ofrece sus servicios para calmar las ansiedades.
Un matrimonio que tenía tres gatos pierde uno a causa de la fuerza del viento y la mala instalación de las ventanas (se supo después) . Habían decidido abandonar el apartamento en el piso once y buscar refugio abajo, en la lavandería, pero justo cuando el hombre sale al pasillo el viento le arrebata la jaula del gato y la azota contra el muro. Mauricio muere en el acto. La gata, Grace, salta de su jaula y se pierde escaleras abajo. Días después, es encontrada por una pareja de hermanos que observaba desde arriba con un lente especial de cinematografía. Se había refugiado bajo los escombros de las ramas caídas.
Desde hace varias tormentas y otras calamidades, como fallas energéticas, los habitantes del edificio han aprendido a sustituir las bombillas del alumbrado de los pasillos por un cable que conecta la toma de corriente con la nevera (es lo único permitido, pero no lo único conectado). Si usted recorre los pasillos verá que no hay bombillas sino cables que doblan, dan la vuelta hacia arriba y entran por las ventanas hacia los apartamentos. Lo particular de esta estrategia es el horario. Se activa al caer la noche y se apaga por la mañana con el inicio del día. Si este mecanismo falla, que suele ocurrir, entonces, si la planta funciona, se pueden utilizar los otros enchufes de los pasillos. La gente se la pasa enchufando, desenchufando y volviendo a enchufar.
El agua sube a los pisos gracias a la electricidad. Así que sin una no llega la otra. Hay una cisterna y una planta eléctrica, pero sus virtudes son por tiempo limitado. De hecho, se ha dicho que la cisterna no es tal, o sea, que no es cisterna, que aunque se le utilice para esos fines esa no es su función. La función principal es de “bombeo” del agua y permite tener algo del preciado líquido siempre y cuando este fluya desde las tuberías del país. No se entiende bien la explicación, pero hay agua racionada (fría). Así que cuando alguien grita que llegó el H2O se sabe que es una oferta por tiempo limitado. La razón para esto es que no se puede abusar de la planta o generador que empuja el agua. (Se agota el “dísel”, la palabra más escuchada en estos días.) Ya desde la mañana no hay luz ni agua hasta el final de la tarde. Y así transcurren los días. Los que viven en los pisos más altos se lo piensan dos veces si tienen que bajar porque los ascensores permanecen inmóviles gran parte del día. (Recuerde, hay que ahorrar “dísel”).
Por las tardes se ven vecinos que suben o bajan escaleras con calderos, ollas o sartenes. Es el junte de tus sobras y las mías antes que se dañen. Se dan así combinaciones poco frecuentes, un arroz a la china con latas de calamares (sin su tinta), cebolla y cualquier otra cosa que aparezca. El guiso de atún de lata y, por supuesto, el arroz con salchichas y el “corned beef” son frecuentes. Los vecinos apertrechados agotan sus reservas de vino, ron y otros líquidos que los mueven a conversar en los pasillos hasta tarde en la noche. Algunos cantan, hablan duro e incomodan a los que no han bebido tanto.
Pero si hay solidaridad, también hay desconfianza. Algunos dudan de la competencia de los administradores pues creen que se podría dar más tiempo a las horas de luz de la planta y las de agua de la “cisterna”. La convivencia se dificulta cuando se limita el consumo de agua y electricidad. Además, ocurren choques entre los distintos temperamentos.
Aunque se han colocado carteles en los que se informa de cuáles electrodomésticos se pueden conectar y cuáles no, -solo la nevera-, siempre subyace la sospecha ( a veces certeza) de que alguien se aprovecha y se “roba” la electricidad de los otros al conectar enseres no autorizados.
Tenemos gas. Pero un día un vecino despistado, antes de abandonar su apartamento, deja abierta, tal vez, la llave de una hornilla. Alguien se da cuenta y da la voz de alarma. La administración, para prevenir una explosión, cierra el flujo a todo el edificio. Pasan casi dos días y el buscado vecino sigue desaparecido. Entonces se plantea un dilema. Unos proponen derribar la puerta para entrar y cerrar la llave del delito. Otros argumentan que forzar la entrada constituye un acto ilegal que traerá problemas con la ley. Al final, (los que estábamos más lejos nunca supimos cómo), el gas vuelve a fluir a los apartamentos y no ocurre ninguna tragedia. El vecino despistado sigue desaparecido.
En octubre, llega la electricidad. Nos sentimos afortunados. Cinco días después se va. Luego de un día, regresa, pero con muy poco voltaje. Así, aprendemos a desconfiar.
Hay quien dice que en el edificio estamos “bendecidos”. No lo creo. ¿Quién, por qué y cómo se bendice a unos y se maldice a otros? Aquí no hay mucho espacio para explicaciones, pero la frecuencia e intensidad de los huracanes actuales y de otros fenómenos atmosféricos son efectos del cambio climático que a su vez es hijo de las brutales agresiones del capitalismo al planeta. A eso se suma en nuestro país la ausencia (o corrupción) de la planificación, la falta de mantenimiento de la infraestructura, la desigualdad en el desarrollo entre las regiones (la zona metropolitana no es lo mismo que el resto del país, incluso dentro de esa misma “zona” hay grandes contrastes) etc. Todo forma una gran maraña de causas terrenales, no divinas. Y claro, la suerte, la casualidad.
En un cuento de García Márquez el narrador afirma que “La luz es como el agua [ . . .] uno abre el grifo, y sale.” Bueno, en la realidad diaria es un poco diferente.
La luz es como el agua solo si pensamos en los trabajadores que la domestican. Ellos y ellas son los que abren el grifo para que las bendiciones de la luz y del agua lleguen a nosotros. No lo olvidemos y pensemos en una transformación verdadera del país con el trópico de aliado. Los dioses del agua, el sol, el viento y la tierra nos ofrecen su energía.
El autor es profesor de la UPR en Río Piedras.
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