Ucrania ante el espejo afgano

 

CLARIDAD

Cuando la invasión a Ucrania llevaba algunos días escribí este breve texto vía Twitter: “Putin pensaba que la invasión sería como Praga ’68, pero se está pareciendo a Afganistán ‘79”. Ahora, cuando la guerra está a punto de cumplir un mes y todo indica que durará más tiempo, el mensaje del tuit adquiere mayor pertinencia.

¿Por qué las referencias “Praga ‘68” y “Afganistán ’79”? En 1968 las tropas de la Unión Soviética, bajo el manto del Pacto de Varsovia (la alianza militar que conformaban los estados del campo socialista del este de Europa) invadió Checoslovaquia para poner fin a un movimiento político que la prensa occidental había bautizado como la “Primavera de Praga”. Los tanques rodaron por las calles de la capital checa y el gobierno reformista de Alexander Dubcek cayó en cuestión de horas.

La experiencia en Afganistán fue muy distinta. En 1979 el ejército soviético intervino en ese país (entonces fronterizo) para apoyar un gobierno amigo que enfrentaba una fuerte oposición de inspiración islamista, armada y estimulada por Estados Unidos y Europa. El gobierno afgano se mantuvo tras la intervención, pero la oposición no fue derrotada. En cambio, la URSS se sumergió en una guerra de desgaste que duró una década, que es considerada como una de las causas del derrumbe que se concretó en 1991.

Cada experiencia histórica es distinta, pero lo que está sucediendo en Ucrania tiene parecidos a lo que ocurrió en Afganistán. El diseño que los rusos hicieron de su “operación militar” ha resultado muy diferente en la realidad. Tanto ellos como muchos observadores de afuera, esperaban que su superioridad armada se impusiera con rapidez y que en poco tiempo ocuparan en país, imponiendo un cambio de gobierno en Kiev. De ahí en adelante comenzaría un nuevo ciclo de “amistad ruso-ucraniana” que poco a poco sería aceptado por “Occidente”.

En lugar de ese “paseo”, parecido al de los tanques rodando por Praga, lo que se está desarrollando es la típica de guerra de “frentes” y “posiciones”, que avanza con lentitud dejando un costo terrible en vidas humanas, y multiplicando los efectos nocivos sobre la población civil. El ejército ucraniano ha resultado ser mucho más efectivo de lo esperado, desluciendo la superioridad que todos le daban a las fuerzas armadas rusas, y facilitando que la ayuda militar que ha recibido desde el oeste le permita alargar la guerra.

Ese desarrollo apunta hacia un escenario muy problemático para Rusia y también para Europa. En lugar de un proceso poco cruento, tras el cual era menos difícil “reconstruir la amistad”, Rusia se enfrenta a un conflicto costoso en vidas y recursos, tanto para ellos como para los ucranianos. Si eventualmente se impone, lo que seguirá será la típica ocupación militar de un país hostil, con millones de ciudadanos desplazados y una economía en ruinas, administrado por burócratas impuestos por el invasor. Ante ese cuadro, el reputado académico estadounidense Noam Chomsky decía el otro día que, ante una eventual ocupación de Ucrania por parte de Rusia, la experiencia afgana parecería “un picnic en el parque”.

La guerra larga también multiplica los peligros para el mundo. Al volverse más lenta la invasión, otros países Europa cercanos a Ucrania se han sentido obligados a intervenir, mientras la Unión Europea y Estados Unidos incrementan el envío de armamento, internacionalizando aún más el conflicto. Lo mismo hace China en el lado ruso. Desde Ucrania, el presidente Selenski continúa clamando por la intervención directa de las potencias occidentales, creando una “zona de exclusión aérea” que, en efecto, desencadenaría una tercera guerra mundial. Hasta ahora, Estados Unidos y Europa afortunadamente no le han hecho caso.

Mientras tanto, las sanciones económicas contra Rusia se intensifican y todo indica que a mediano plazo, si se mantienen, el efecto sería significativo. Mientras China hace tímidos intentos por auxiliar al amigo ruso (sin arriesgar mucho su mercado con Estados Unidos) otros países se unen a las sanciones. Ahora mismo se anunció que Australia prohibió la exportación de alúmina y otros minerales a Rusia, quitándole poco más de una quinta parte de las importaciones de esta materia prima.

Otras medidas, aparentemente inocuas, también tendrán su efecto. Por ejemplo, el fallo de la Corte Penal Internacional determinando que Rusia conduce una “agresión militar no provocada”, aunque no tiene efectos reales en el campo de batalla, sirve de justificación legal a las sanciones económicas, específicamente a la confiscación de activos rusos en bancos occidentales. Ahora los bancos de Londres y Suiza tienen un marco legal al cual referirse.

La prolongación del conflicto, además, alimenta posibilidades de “victoria” en uno u otro lado, alejando una salida negociada. La posibilidad de llegar a un acuerdo teniendo como centro una Ucrania neutral, al estilo de Austria, aún está sobre la mesa a pesar de que la UE y Estados Unidos, y la propia Ucrania, lo rechazaron previo a que se desatara la invasión. Al menos en este momento, nada indica que se pueda llegar a un acuerdo sobre esas bases.

Volviendo al parecido con Afganistán que apuntaba al inicio, hay, sin embargo, una gran diferencia dictada por la geografía que hace la situación más volátil y peligrosa. Aquella guerra se libró en las fronteras de Asia, mientras que la actual está casi en el centro de Europa. El otro día los misiles rusos sonaron con fuerza en la frontera con Polonia, un país de la UE que ha estado muy activo enviando armas a Ucrania. La posibilidad de una escalada sigue cerca.

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