Una antología de Antonio Gramsci: el epistolario como fuente historiográfica

 

Notas marginales a Manuel S. Almeida (2020) Los otros escritos carcelarios: antología de “Cartas desde la cárcel”. San Juan: Callejón. 184 págs. Resumen de la presentación en el Centro de Investigación Social Aplicada (CISA), Recinto Universitario de Mayagüez (RUM-UPR), 3 de mayo de 2022.

Los otros escritos carcelarios: antología de “Cartas desde la cárcel”, última entrega del Dr. Manuel S. Almeida, abre con un “Prólogo” obra del Dr. Luis Alberto Pérez Martínez, sociólogo egresado de Syracuse University, Nueva York a quien conocí en Mayagüez durante mis estudios de bachillerato. El libro continúa con el proemio del antólogo, “Escritura trágica, actividad intelectual y resistencia ética en las cartas carcelarias de Gramsci: A modo de introducción”. El título proyecta el efecto que deja esta correspondencia en el lector.  Almeida es autor del volumen Dirigentes y dirigidos. Para leer los cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci (Callejón 2014 / 2017).[1]

El corazón del volumen es una selección de correspondencia de Antonio Gramsci (1891-1937), el “prisionero político” del fascismo italiano, con su familia. Su esposa (Giulia), su cuñada (Tania), sus dos hijos (Delio y Giuliano) y su madre (Peppina) son los corresponsales principales. Por medio del epistolario Gramsci se conecta con la sombra de una familia y con un mundo exterior inestable y nebuloso. Que la correspondencia gire alrededor de asuntos familiares y privados no evita que Gramsci, el “intelectual marxista”, dialogue sobre la cultura y los intelectuales de su tiempo o enuncie juicios en torno a la situación nacional e internacional. El periodo entreguerras (1918-1939) no fue otra cosa que el anticipo de otra conflagración peor que la Gran Guerra de 1914, una vez impuesto el principio de las nacionalidades tras las paces de 1919.

El tema de los “intelectuales” y la “italianidad”, entendida como un artefacto más allá de la mera nacionalidad, fue uno de los temas centrales de su obra. Para un historiador ello no deja de llamar la atención. Gramsci cavilaba sobre los “intelectuales” en un momento en el cual los paradigmas de la historiografía tradicional y el Gran Relato Moderno eran cuestionados desde diversos flancos: el suyo, el Materialismo Histórico crítico, era sólo uno de aquellos. En el periodo entreguerras los paradigmas de la historiografía tradicional fueron puestos en entredicho desde una renovada Historia Cultural por voz del historiador holandés Johan Huizinga; desde la sociología moderna articulada por Max Weber y Emile Durkheim, entre otros; y desde la tradición de Annales sintetizada en los historiadores Marc Bloc y Lucien Febvre. El pensamiento gramsciano es, en ese sentido, parte de un fenómeno complejo de revisión de los paradigmas del siglo 19 europeo que comparte valores con aquellas vertientes intelectuales coetáneas. Aislarlo de aquel contexto implica limitar su alcance y su significado.

El tratamiento de los “intelectuales” y de la “italianidad” se concreta en sus observaciones sobre a la figura de Benedetto Croce, por ejemplo. Croce recurría a las concepciones cíclicas de la historia de otro italiano del siglo 18, Giambattista Vico. Vico había sido decisivo en el pensamiento de Augusto Comte, Henri de Saint Simon y Eugenio M. de Hostos, tres forjadores de la sociología clásica o ciencia positiva que Weber y Durkheim había dejado atrás. La “Ciencia Nueva” de Vico había revisado -de forma retrógrada desde la perspectiva de Gramsci-, algunos fundamentos del Gran Relato Moderno que aquel valoraba. Para Croce la verdadera Europa, la de su tiempo, era el resultado de un proceso que comenzó en 1815 con un evento conservador, el Congreso de Viena, por la estabilidad y armonía que había emanado de aquel. La perspectiva crociana devaluaba la Europa de 1789 a 1815, la de la revolución Francesa y la era Napoleónica, era reconocida por los materialistas históricos y los marxistas como la base de la era revolucionaria inevitable que presumían había comenzado en 1917. Aquella postura de Croce, basada en los ciclos de estabilidad/inestabilidad imaginados por Vico, estaba muy distante de la reflexión de Gramsci, el “intelectual marxista”, que celebraba la naturaleza progresista de las revoluciones.[2]

Una lectura sesgada

La correspondencia seleccionada por Almeida cubre 11 años trágicos, desde el 20 de noviembre de 1926 hasta el 23 de enero de 1937. El intelectual italiano murió de un derrame cerebral poco después de salir de la cárcel y cumplir su libertad condicional el 27 de abril de 1937. La selección posee un valor histórico y emocional extraordinario. Adelanto que no voy a reflexionar sobre la obra teórica de Gramsci, asunto sobre el cual Almeida ha hecho un trabajo valioso en su obra reciente. El propósito de mi lectura es elaborar unos comentarios teóricos y metodológicos en torno al género epistolar y la correspondencia privada como documento histórico. Las premisas de las que partiré son varias:

La primera premisa está vinculada a la naturaleza de la correspondencia como fuente y los desafíos interpretativos que plantea. En general se presume que el medio epistolar privado posibilita una “transparencia textual” y una “autonomía” de la que carecen los epistolarios públicos y los documentos redactados para consumo general. La presunción de un receptor único o uno colectivo, posee efectos distintos en el discurso del emisor. La redacción en primera persona propia de la epístola privada, debería proyectar de forma prístina o inmaculada la voz detrás del texto. La afirmación se fundamenta en el carácter “privado” del texto: una carta personal en primera persona está pensada en función de un destinatario y un receptor únicos. Un documento de ese tipo debería permitir al emisor expresar cuestiones polémicas o sensitivas que evitaría en un documento público.

Los retos que ello impone al historiador son considerables. Las preguntas que formulará a una carta u otro documento privado, siempre serán distintas a las que elaborará a una carta o un documento públicos. El concepto “historia indiciaria” creado por el microhistoriador italiano Carlo Ginsburg manifiesta bien lo que acabo de decir: las interrogantes forjan un pacto secreto entre el historiador y el documento.[3] En principio, más allá de la información factual y objetiva que una epístola puede ofrecer, la información cultural cargada de subjetividad que brinda posee un valor incalculable.

Las tensiones que en el medio epistolar genera la convivencia de una esfera con la otra, hace de la correspondencia una fuente provocadora capaz de poner a prueba la capacidad interpretativa del historiador. El tono de su discursividad estará más cerca del testimonio y la oralidad, que de los documentos escritos convencionales. Como resultado de ello las herramientas teóricas y metodológicas para enfrentar el acervo epistolar diferirán de las utilizadas para la historiografía documental de factura positivista social y económica. Un   acercamiento desde la Historia Cultural y la apelación a los recursos de la crítica literaria, textual o del discurso, enriquecerá la apropiación de estos registros.

La segunda premisa se relaciona con la transferencia de información entre el emisor y el receptor o corresponsal precisos. La presunción de que el trámite comunicativo acabará en las manos de un receptor concreto está presente en todo momento.  Una carta privada ofrece una imagen de mundo distinta porque el redactor jamás imaginará que el texto acabará en manos de un investigador profesional. Por ello, una vez transformada en fuente histórica, es un terreno precioso para la interpretación cultural e intelectual de la persona detrás del personaje histórico. El panorama se torna más complejo porque la correspondencia privada de muchas figuras ha sido difundida púbicamente.

El epistolario de Ramón Emeterio Betances Alacán, ha estado disponible para los investigadores a pesar de su oposición expresa a ello. En su lecho de muerte sugirió que su esposa, “Puede, si quiere, destruir todos mis manuscritos”[4]. No lo hizo y desde 1903 la obra de Luis Bonafoux Quintero fue la fuente primada para reconstruir la vida azarosa que el exilio político y su visión heterodoxa del mundo impuso al rebelde de Cabo Rojo. Los efectos del fenómeno epistolar en la discursividad biográfica sobre Betances fueron significativos. En muchas ocasiones el tono apasionado del emisor, Betances, se impuso en la retórica de sus biógrafos legitimando una representación romántica de su vida pública. El impacto de ello en el desarrollo de un culto político a la figura me parece obvio. La correspondencia privada bien trabajada puede lo mismo validar o impugnar su imagen pública.

Basado en mi experiencia como lector de epistolarios privados puedo referir un ejemplo.  Me refiero a la colección de cartas de Lola Rodríguez de Tió y su círculo de colaboradores, un conjunto inédito, conservado en forma de manuscrito con transcripciones mecanografiadas. En los referidos papeles, aparte de una diversidad de asuntos públicos, la cotidianidad de la poeta aflora por todas partes. Sus inseguridades emocionales, tales como el efecto que le produjo perder a varios de sus hijos neonatos o la viudez; sus hábitos ciudadanos, como la admiración que sentía por la vida urbana, por la racionalidad del Parque Central de Manhattan: o sus gustos personales por las ofertas para damas de la tienda por departamento Macy‘s expresadas en las misivas a su sobrina en San Germán, son invaluables para el historiador cultural. Las cartas hablan de una persona social concreta, imagen que complementa la representación de la activista imaginada por la discursividad nacionalista común.

El espacio de la vida diaria en la biografía civil y laudatoria de una figura como Lola es poco o ninguno pero una imagen de la “Lola total” no debería excluir esas eventualidades. Una lectura cuidadosa de estos documentos también informa sobre las inseguridades ideológicas que afloran en la mete de estas figuras complejas. La respuesta de estos seres humanos a los problemas de su entorno no siempre es homogénea. En el caso de Lola, la densidad de momentos como el 1887 y los Compontes, el 1898 (y la invasión de Puerto Rico por Estados Unidos, o el 1900 y la invención de la colonia por medio de la Ley Foraker, propiciaron posturas contradictorias que esperan ser explicadas y comprendidas. La curiosidad del historiador cultural e intelectual por penetrar estos registros y establecer un balance entre la persona y el personaje histórico (entre el ser vital y el ser histórico) tiene un valor inapreciable. La lectura de esta selección de cartas de Gramsci que nos trae Almeida, bien contextualizada política, social y culturalmente, cumple bien ese papel

Unas objeciones teóricas

Teóricamente hay un elemento que no puede ser pasado por alto. La “transparencia textual” de la correspondencia privada es cuestionable: la textualidad no se produce en el vacío social sino en un contexto temporal y espacial específicos. La correspondencia privada al igual que la pública, traduce unos imperativos culturales compartidos y refleja toda una serie de convenciones y fórmulas ritualizadas que le restan naturalidad.  El historiador francés Jacques Le Goff denominaba esas expresiones como la “osatura” del documento. Los registros de esa estructura fosilizada que se reproducía inconscientemente se encontraban en los saludos, las despedidas, los diminutivos, las frases afectivas, las signaturas, entre otros.[5] Le Goff concluía que ningún documento es “inocente”, “puro” o “verdadero”: corresponde al historiador sacar provecho de ello.[6]

La correspondencia carcelaria de Gramsci es un modelo de ello. Las cartas a la madre, Peppina; a la esposa, Giulia, Julka o Iulka; y a los hijos, Delio y Giuliano; repiten una serie de patrones discursivos que informan al historiador sobre el diseño de las relaciones interfamiliares y la cotidianidad de la figura bajo estudio. Lo mismo he dicho respecto a la textualidad producida por Eugenio María de Hostos para Belinda Ayala y sus hijos recopilada como parte de su obra narrativa.[7] Los paralelos son significativos: Hostos como Gramsci, utilizaba literatura de todo tipo para ilustrar a su mujer y a sus hijos sobre la legitimidad de la Razón y la Ciencia Positiva. Gramsci lo hacía con el fin de validar su Materialismo Histórico y la Dialéctica. En ambos casos el padre de familia se comportaba como “maestro” de su mujer y sus vástagos.

Gramsci el “padre de familia”, a fin de afirmar su autoridad moral, trata de intervenir en la crianza de los chicos, exiliados y bajo la protección de la Unión Soviética, por medio de su cuñada Tania o Tatiana. Un ejemplo de ello es su queja por la adicción de Delio a los mecanos o modelos a escala porque ese tipo de juego expresaba la “cultura moderna (tipo americano)” que “hace al hombre un poco seco, maquinal, burocrático y crea una mentalidad abstracta”[8], idealista y desconectada de la realidad. Las observaciones que hace Gramsci sobre la primera comunión de Delio son otro interesante ejemplo.[9] No se trata solo de sus hijos. Gramsci también se queja de la irregularidad de las cartas de Giulia e incluso censura el contenido y la retórica de aquellas. Las tensiones de una relación a distancia lo conducen a sugerir a Giulia que lo abandone y rehaga su vida[10].

El epistolario gramsciano refleja también otros rituales sociales manifiestos en una diversidad de modulaciones retóricas que se reiteran: diminutivos afectivos, la traducción de los nombres propios de sus cercanos al ruso lengua que quiere perfeccionar durante el periodo carcelario, la introducción de relatos populares de la infancia en Cerdeña para producir lecciones morales, la rememoración de ciertos actos de la vida diaria que ocupan a los que no están presos, entre otros. Su ansiedad por tener fotos de la familia es notable y siempre incumplida. No cabe duda de que el “intelectual marxista” actúa como un padre y un esposo más: una cosa es inseparable de la otra. La lectura de esta correspondencia trágica por demás ratifica la ansiedad de Gramsci por poseer una familia concreta, real y de carne y hueso. Cierto “patriarcalismo”, que hoy resultaría ofensivo, penetraba aquellas relaciones.

Aquel conjunto de referentes traduce la nostalgia que domina al convicto por un contacto con la familia más allá de la palabra escrita: la melancolía y la depresión lo invaden mientras su salud se degrada. Esa entidad con la que busca anclarse en el mundo, se convierte en una ficción y una pararealidad cuya imagen, bien definida en 1926, acaba por degradarse en el escenario simbólico de un pasado que se desdibuja. El abatimiento emocional también es físico. El registro de medicinas patentadas y suplementos vitamínicos que solicita a Tatiana, nos devuelve la imagen de un Gramsci desnutrido, con problemas intestinales, padecimientos nerviosos y migrañas. La melancolía, el humor negro, el spleen o la depresión se imponen en el pensador pero también en Giulia, una mujer talentosa pero clínicamente depresiva. El esfuerzo por posibilitar la supervivencia de un espécimen válido de la familia se traduce en un lenguaje angustiante que lleva a Gramsci a cuestionarse su propia estabilidad emocional y física. A la larga Gramsci reconoce que ha fracasado en el intento.

¿De qué sirve entonces escribir cartas?

Cualquier correspondencia carcelaria está marcada por particularidades o condicionamientos que representan otro reto interpretativo para el historiador. El intercambio epistolar, del cual vemos el universo de Gramsci, no escapa a la intervención de las autoridades penitenciarias: toda correspondencia que llega y sale de sus manos es revisada por los carceleros. Escribir, así como leer, es un privilegio cuyo ejercicio es cuidadosamente controlado. El hecho impone, como reconoce Gramsci, una cierta dosis de autocensura. El emisor no está en posición de expresar las cosas como quiere a fin de proteger su privacidad y las de sus interlocutores. La discusión transparente de la intimidad y las relaciones familiares, resulta imposible. La discusión franca de las condiciones políticas de la Italia de 1926 a 1937, momento de consolidación del adversario que lo aprisionó es decir el fascismo, tampoco es posible.

Entonces ¿por qué escribir cartas? Para Gramsci el “prisionero político”, el “intelectual marxista” y el “padre de familia”, aquel es un bastión de moral o un antídoto para la enajenación. Redactarlas configura una diégesis o un universo ficcional que funge como una realidad alterna o una utopía a contrapelo del aislamiento. En general el universo epistolar inventado es una utopía simple en la que se vuelva a ser padre y esposo, cuñado e hijo. Gramsci aspira lo imposible: quiere ser parte de la formación de sus hijos y apoyo para Giulia, pero entre ambos extremos media el escollo de la cárcel: Milán y Moscú están miles de kilómetros de distancia. Se trata de una misión imposible. La correspondencia también expresa la arquitectura de cierto arte de la supervivencia que el preso apoya y nutre en el otro universo en el cual confía: la lectura y el estudio. Escribir y leer para resistir, nada más.

NOTAS:

[1] Refiero a mis apuntes en Mario R. Cancel-Sepúlveda (2018) “Los Cuadernos…de Antonio Gramsci y un libro de Manuel S. Almeida” en Historiografía: la invención de la memoria URL: https://mariocancel.wordpress.com/2018/05/24/los-cuadernosde-antonio-gramsci-y-un-libro-de-manuel-s-almeida/
[2] La discusión puede consultarse en Manuel S. Almeida, ed. (2020) Antonio Gramsci. Los otros escritos carcelarios: antología de Cartas desde la cárcel (San Juan: Callejón): 154-157.
[3] El interesado puede consultar a Carlo Ginzburg (2013) “Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales” en Mitos, emblemas, indicios. Morfología e historia (Barcelona: Gedisa): 185-239.
[4] CMAT. Fondo: FTR-LRT. Serie: Misceláneos. Caja: 002. Expediente: Transcripciones Cartas de Ramón E. Betances a Lola Rodríguez de Tió.
[5] Jacques Le Goff y Pierre Nora (1974)  «Las mentalidades. Una historia ambigua» en Hacer la historia (Barcelona: LAIA)
[6] Jacques le Goff (1991) “Documento/ Monumento” en El orden de la memoria (Barcelona: Paidós): 227-239.
[7] Mario R. Cancel-Sepúlveda (2017) “El pensamiento social en la narrativa de Eugenio María de Hostos Bonilla: encuentros y desencuentros entre el krausopositivismo y la literatura”. (Conversatorio) Centro de Investigación Social Aplicada (CISA), Recinto Universitario de Mayagüez (UPR). URL: https://documentaliablog.files.wordpress.com/2016/05/4222_hostos_cisa_giros.pdf .Las piezas citadas están en Eugenio María de Hostos (1992) “Cuento” en Obras completas. Edición crítica. Vol. I. Literatura. Tomo II. Cuento, teatro, poesía, ensayo. (San Juan: ICP / EDUPR): 49-99.
[8] Manuel S. Almeida, ed. (2020) Op. Cit.: 94, 109.
[9] Ibid. 132-133.
[10] Ibid. 145-149
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