Erase una vez/Once Upon a Time, esta vez en el Caribe

 

En Rojo

Director y guionista: Ray Figueroa; cinematógrafo: Willie Berríos; Editor: Gabriel Coss; música: Omar Silva; elenco: Héctor Aníbal, Essined Aponte, Linda y Sofía Aguayo, Leonardo Castro, José Eugenio Hernández, Modesto Lacén, Robert García Cooper, Jeffrey Holsman, Kisha Tikina Burgos, Néstor Rodulfo, Fele Martínez, Dolores Pedro, Israel Lugo, Julio Ramos

El primer “Once upon a time…” del que tengo ficha fílmica es de 1968—en este caso lo ubica en “in the West”, protagonizado por Henry Fonda—del genio creativo y atrevido de Sergio Leone que nos trajo al Clint Eastwood de The Good, the Bad and the Ugly (1966), For a Few Dollars More (1965) y A Fistful of Dollars (1964), los ya legendarios Spaghetti Westerns. En su segundo filme con este título, Once Upon a Time in America del 1984, Leone retoma la trama ubicada en un tiempo de abuso y anarquía de un antihéroe a quien hieren casi hasta morir para recomponerse e igualar las fuerzas opositoras y enfrentarse en una última batalla, ahora protagonizado por Robert DeNiro. No importa si la idea original es de Akira Kurosawa en Yojimbo de 1961, Leone lo transforma a la época que crea en la pantalla para resaltar que la bondad ni la confianza tienen cabida en este mundo. A fin de cuenta, cada miembro de esta sociedad defiende sus propios intereses y le importa muy poco el resto del grupo o comunidad. Sus intentos de salvar a otros, siempre terminan en leves o profundas, enemistades, remordimientos y venganza. Siempre hay un sentido de entereza en el protagonista que no le permite desligarse del todo de las injusticias que cometen los que ejercen el poder.

Para cuando llegamos al siglo XXI, los “Once Upon a Time” se vuelven más violentos entre carcajadas y pocas seriedades. El Once Upon a Time in Mexico de Robert Rodriguez de 2003 con Antonio Banderas como protagonista, se puede clasificar como comedia de acción como su El Mariachi de 1992, con muy poco del sentido de las consecuencias emocionales de la traición e injusticia infligidas al protagonista. En la más reciente versión de Once Upon a Time—esta vez en Hollywoodde Quentin Tarantino de 2019, la época recreada o aludida es muy específicamente 1969 y el asesinato de Sharon Tate. En este caso, se dan pequeñas escenas de todo lo que estaba pasando en esa época alrededor de las productoras de cine de Hollywood, pero sentido de reivindicación no lo hay, algo esencial en las anteriores. Este año, un director y escritor puertorriqueño decide presentar su “Once Upon a Time…” remitiéndose a Kurosawa y Leone, señalando una época turbulenta, el enfrentamiento a enemigos creados o imaginados, la venganza como acción personal para retomar el respeto perdido y la posibilidad de crear algo distinto y mejor que logra plenamente.

Su director, guionista y autor, Ray Figueroa, escoge para el desarrollo de su historia, una época turbulenta específica: la[s] huelga[s] cañera[s] de la década de 1930 en Puerto Rico. Saber esto añade al trasfondo socioeconómico, pero no es imprescindible para entender los dilemas de los personajes principales. Encarnación (Héctor Aníbal) es un cortador de caña que sobresale por su fuerza, destreza, liderato y valentía al enfrentarse a las fuerzas represoras que impiden que los trabajadores declaren una huelga. Los dueños de la tierra siempre tendrán sus rompehuelgas y la protección de la policía estatal. Encarnación y los demás trabajadores (varias mujeres también trabajan los campos) saben que las victorias son efímeras y peligrosas y que su lucha siempre será a largo plazo. Tañón, Escalera, Balbino, Felo y los demás al servicio del “americano”, Mr. Walker, Sr., defienden al que les paga, aunque saben que traicionan a alguien que mejor representa su propia pobreza. Pura (Essined Aponte) tiene su propio pasado de ser una hija oprimida por un padre que no acepta la ruina económica de su propia clase. Por Encarnación, al parecer, estar tan alejado de esta realidad, Pura descubre su humanidad y accede a formar una nueva familia con él. Las otras dos mujeres centrales son Luisa (Kisha Tikina Burgos), la cuidadora de viejos, jóvenes y niña que tiene su propia historia que rehúsa cambiar y Rosa (Dolores Pedro) la trabajadora que observa, ayuda y resuelve sin darse a conocer. Los Walkers, padre e hijo, representan a los nuevos dueños de la colonia que se han creído el sueño económico de la isla sin entender la historia de su población. Mr. Beekman (Modesto Lacén), quien supuestamente pertenece al grupo opresor como fiel servidor/mayordomo de los Walkers, podría tener su propia historia como caribeño negro, descendiente de esclavos y ahora al servicio de probablemente un antiguo descendiente de esclavistas.

Este es el Caribe que nos presenta Ray Figueroa con un presente armonioso que se rompe con ‘flashbacks’ en blanco y negro de esa huelga cañera donde tantos murieron, fueron heridos o mutilados. Pero siempre quedan los recuerdos y las anécdotas de quién era Encarnación y también de su peligrosidad ahora que saben que sigue vivo. Con una cámara deslumbrante, de movimiento preciso, de tomas a distancia y cercana, seguimos el camino de Encarnación y su hija, Patria, en busca de la esposa y madre que le han secuestrado. Los paisajes que recorren son pedazos de vivencias como el baquiné diseñado por el cuadro de Francisco Oller. Aquí el director nos enlaza con los “Once Upon a Time” de Kurosawa y Leone (incluyendo los ‘spaghetti westerns’) al tener un protagonista taciturno que dirige toda su energía a un solo propósito: rescatar a su familia y matar a todos los que interfieran con este propósito. Se enfrentará con cualquiera, no importa si es un grupo o individuos más capaces. Utilizará el machete, como el samurái su espada, con todo lo que implica estos desafíos a muerte. Con una coreografía y tempo tan precisos, el filme recoge la peligrosidad del encuentro, la muerte lenta que va hilvanando historias, lxs sobrevivientes con un futuro incierto y la muerte como un paso hacia lo desconocido.

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