CLARIDAD
Según el dicho popular a la tercera va la vencida, pero habiendo superado el número tres tantas veces, ¿será en la octava que por fin les llegará la suerte?
El juego de números se refiere a los proyectos de “estadidad” presentados ante el Congreso de Estados Unidos a petición de los anexionistas puertorriqueños. Ninguno de los siete anteriores salió de la gaveta donde se guardó al momento de ser sellado en la secretaría del Congreso. El octavo, presentado hace unos días, correrá la misma suerte. En declaraciones sólo atendidas por la prensa puertorriqueña, los líderes del Congreso responsables de adelantar legislación advirtieron que el nuevo proyecto tampoco será considerado.
La mini historia detrás de cada uno de esos esfuerzos es circular y, a pesar de su repetición, los anexionistas puertorriqueños siguen tragándose el cuento. En medio de la campaña electoral estadounidense, senadores y representantes ávidos de dinero para sufragarla, les ofrecen apoyo, y allá corren ellos a organizar cocteles y colectas para apoyar al “aliado” que les promete el paraíso. Tras la elección, algunos de los beneficiados firman el consabido proyecto y hasta ahí llegan. Otros, casi siempre los que tienen más poder, ni siquiera se prestan para la firma. Pero los de aquí, como el mítico Juan Bobo, siguen yendo al río a buscar agua en la canasta.
Entre los últimos engañadores vale mencionar a Rick Scott, senador por Florida, no por lo que hizo, sino por lo que dijo. Para este señor Puerto Rico es importante, tanto por el dinero que recauda, como por los votos de los anexionistas isleños que se han mudado a Florida. Por eso, durante la pasada campaña electoral en muchas ocasiones se retrató sonriente con Luis Fortuño, Zoraida Fonalledas, et al. Luego de la colecta y conseguida la reelección, se abstuvo de firmar el nuevo proyecto y, de paso, advirtió a sus “amigos” que, para que la incorporación sea viable, la economía tiene que transformarse. Sólo con una economía robusta su proyecto de “estadidad” puede considerarse en el Congreso, dijo el floridano.
Además del tema económico, hay otra premisa que un derechista como Scott piensa, pero no articula. Es la realidad del idioma, la etnia, la cultura o, en una palabra, la nacionalidad. Esos elementos definitorios de la identidad boricua tendrán que desaparecer o, al menos, aguarse, para que esa poderosa derecha estadounidense se incline a levantar el veto a la anexión de Puerto Rico. Pero decir eso no siempre es apropiado, ni siquiera para un trumpista recalcitrante como Scott, y por eso limita sus expresiones públicas al tema de la economía.
Es cierto que para que la conversión de Puerto Rico en estado pueda recibir alguna consideración mínimamente seria, no sólo tendría que superarse el estado actual de postración y quiebra, sino llegar a un nivel alto de desarrollo económico que, además, sea sostenible. En su acostumbrada operación de suma y resta, tan típica de los anglosajones, los congresistas se asegurarán de que el nuevo estado aporte mucho más de lo que reciba, antes de inclinarse a entreabrir la puerta. Así ha sido siempre, pero los anexionistas no han querido verlo y han llegado al extremo de propagandizar la anexión como una culminación de la dependencia (“la estadidad es para los pobres”), aun cuando ese argumento repugna a sus interlocutores de allá.
La otra gran barrera es la nacionalidad. Esa realidad, que tanto los de allá como los de acá quieren siempre esconder no sólo está irremediablemente presente, sino que a la postre terminará siendo el último alud que entierre el anexionismo isleño. Porque cuando la economía esté robusta y, además, el desarrollo alcanzado advenga a ser sostenible, desaparecerá el sentimiento de dependencia y el orgullo nacional aflorará. Entonces lo que será patentemente viable, para boricuas y estadounidenses, es la independencia.
Tanto los anexionistas como los independentistas necesitamos de una economía saludable para la viabilidad del proyecto político. Los anexionistas lo necesitan para que sus ruegos ante los colonizadores puedan ser escuchados, aunque no necesariamente atendidos. Para los independentistas se trata de un elemento esencial que, junto a la siempre presente realidad nacional, permitirá que el pueblo supere los miedos que alimenta la dependencia.
Los pujantes movimientos independentistas en Escocia y Cataluña (países que, por cierto, viven eso que aquí llaman “estadidad” porque forman parte del Reino Unido y España, respectivamente) se alimentan tanto de su nacionalidad como de una realidad económica sólida y sostenible. El planteamiento de los catalanes de que “España les roba”, es objetivamente cierto. En cuanto a los escoceses, ahora mismo están evaluando los efectos negativos que el rompimiento con la Unión Europea impuesto desde Londres, tendrá en su economía.
En suma, si los anexionistas isleños, como les dice Rick Scott, decidiera enfocarse en el desarrollo económico, para que tanto la quiebra como la dependencia queden atrás, deberíamos todos apoyar ese esfuerzo porque se estaría abriendo el sendero que conducirá a la independencia definitiva.