Elliot, mi hermano, las veces que nos encontramos el saludo era una sonrisa pues siempre había una especie de alegría en tu corazón que se reflejaba en ella. Siempre te oí hablar bien de los demás y nunca te escuché hablar mal de nadie. Ese eras tú.
Elliot Castro, amigo mío,
te despido con un aplauso,
pues fuiste un ejemplo vivo
de un verdadero ser humano.
Te dabas de corazón,
nunca te dabas a medias,
siempre fuiste un sol
tan solo con tu presencia.
¡Gracias por haber existido! Seguirás en nosotros.