
En Rojo
Se sientan. Se callan. Hay muchos mayores y hay muchos jóvenes. Más mayores, si los fueras a contar. Las luces se atenúan, se vuelven mortecinas y todo cobra ese gran aire de velada. Las bombillas cambian de colores, de blanquecinas y amarillentas a purpúreas y azuladas. El telón, como gran represa que sujeta este instante y lo vuelve ansiedad, se abre sin reparos y devela al Maestro. A los Maestros. El primero de los dos toca, con soltura y proeza, un preludio de piano que ambienta la noche: solemne y solidaria. El segundo, el más esperado, de pronto suelta un melifluo “Dime niña”. Y el aplauso es obligado.
Hace 55 años, en 1969, Roy Brown Ramírez lanzó un disco musical que, para siempre, marcó la canción social en Puerto Rico: Yo protesto. Un álbum propio de una época álgida, tumultuosa y represiva. De arrestos, asesinatos, de la «amnesia total» que trajo «el concreto con calma» y del poeta que atestiguó aquel momento con su voz, su pluma y su guitarra. Ahora, poco más de medio siglo después, el cantautor reúne aquellos himnos en un espectáculo sin par. Y mientras tanto, durante la primera melodía, uno se deja llevar por la ligereza de:
Dime niña, niña hermosa
que me quieres dame tu amor
Dame un beso, cariñosa,
que mi alma se torne en mar
y te abraza, bajo la sombra,
bajo la sombra de un bello cielo
Aquí, además de celebrar Yo protesto, se vino a reconocer que su autor pronto, el 18 de julio, cumplirá 80 años. Seguido a los vítores de la primera pieza, Brown Ramírez estrena la jocosidad de la noche. Cita a Mark Twain y cuenta que “llegar a viejo” es un privilegio. Pero un privilegio que, por cuestiones de edad, implica ciertas equivocaciones. Como cuando camina temprano por las calles de Mayagüez y, habiendo tropezado, lo acusan de borracho matutino.
“Hace 55 años, El Nuevo Día publicó su primer periódico, su primer Nuevo Día, y hace 55 años que yo publiqué Yo protesto”, dice, “así que estamos en la pelea”, seguido por el fragoroso aplauso que le consintió todos los chistes y las anécdotas de la noche.
Junto al piano del maestro Carlos Tato Santiago, un bajo, una batería, congas, güiros, dos cuatros y una corista, el poeta prosiguió el evento con “Míster con macana”. Entonces, unas imágenes de estudiantes y policías en blanco y negro aparecieron en la pantalla de fondo. Según la imagen proyectada, el público aclamaba o abucheaba, no sin clara deferencia –casi reverencia– por la voz del cantante. Cantaban, en aquel coro acomodado en butacas, Juan Dalmau Ramírez, Idalia Pérez Garay y hasta René Monclova. Después Brown cantó “El negrito bonito”.
Lo cierto de la noche es que tuvo varias emboscadas emocionales. Todas en forma de vídeos dedicatorios; ninguna esperada por el protagonista del escenario. La primera grabación, de parte de la hija mayor de Roy, Lara, elogió el compromiso del poeta con la música, el país y la gente. Le confió, frente a cientos de personas, lo humilde y sencillo que siempre lo ha encontrado, y repasó algunas nostalgias que envolvieron al público. “¿Y ahora qué hago?”, bromeó el Maestro. Ahí cantó “No me sulfuro más”.
En realidad, mi amor
no me sulfuro más
Yo sé que hay que pagar
pa tener libertad
La quinta canción, Nubes, no es parte de Yo protesto. Sin embargo, supuso un momento importante para el concierto: Roy Brown tocaría la guitarra durante el arreglo. De pronto, el escenario raso sumó dos sillas a su perfil y acomodó al Maestro junto a su hijo, Emil. Para afinar, rasguearon las cuerdas del instrumento hasta oírlo calibrado. “Aquí me pongo un poco nervioso, ¿saben?”, confesó la voz de la noche, pero la audiencia y Emil lo reafirmaron en su rol insoslayable de cantor.
Luego, el respiro. Van cinco canciones, varios chistes y un vídeo entrañable de Lara Brown. Ahora, entretanto, le toca a Emil interpretar “Yo no sé cuál es la verdad”, y ahí nos habla de cómo «la vida es la barca que buscó a la isla de amor». Lo hace a su estilo, conservando el ritmo pausado de su padre, y este lo mira sonriente, con los brazos cruzados, desde la parte de atrás. Un abrazo de padre e hijo selló la sexta pieza, que fue seguida por Descarga #51. La octava, Antiguos baluartes, sonó al timbre de Fabiola Brown Viqueira, la tercera hija en aparecer en la tarima.
Las emboscadas se sumaban. “Esto se merece un palo”, admite el Maestro después de los agasajos y afectos. Por si fuera poco, la segunda hija del bonche, Yari, también comparte un vídeo en que las saudades y las canciones de cuna figuran como eje central. Finalizadas las dedicatorias sanguíneas, comenzaron las amistosas. Luis Perico Ortiz y José Nogueras envían sus felicitaciones al poeta, Cultura Profética le regala un elepé remasterizado de Yo protesto y, al rato, Tito Auger se une para darle ímpetu rockero a las canciones de Brown.

Teñido de rojo, el recinto teatral ajustó el ánimo para cantar “Monón”. Todos comenzaron a musitar, junto al Maestro, del señor don Jiménez y de cómo salió cuando “Monón” nació en el baño de un bar. Y fue cobrando coraje. Auger coreaba «eres hombre del destino, eres aquel que vino al mundo a salvar», mientras la gente esperaba por el momento preciso. Ese instante en que «le cantan a un mundo que yace gimiendo, pues el hombre del destino anda tirando bombas, cavando tumbas y buscando fuego» con los yanquis. Luego, el interludio.
Más amigos y más dedicatorias
Las butacas chirrían y todos vuelven a sentarse. Esta vez, quizá por la hora, los tragos o la emoción, no se callan. Hablan de lo bien que ha ido todo, de “lo lindo que se ve Roy” y de recuerdos que solo un testigo de la historia puede relatar. El Maestro regresa y le avisan que hay otro regalo, probablemente el más grande. Ahí triunfó el silencio. Se trataba de un homenaje grabado en clave de Boricua en la Luna, compuesto por Fofé Abreu, Danny Rivera, José Nogueras, Gilberto Santa Rosa, Mikie Rivera, Tito Auger, Chabela Rodríguez, Andrea Cruz, Silvio Rodríguez, Zoraida Santiago Buitrago y muchísimos más.
Desde esa canción en adelante, ninguno dejó al Maestro solo en el escenario. Cantaron Ofelia, Árboles, La canción es una brújula y todas las que acopiaron los 23 éxitos de la velada. A partir de la decimonovena (19.a) canción, el protagonista de la noche se retiró. Regresó al final para agregar “Estoy muy emocionado, ¿saben?”, y dispara una última nota, alzada por una octava, que empieza en «El río de Corozal, el de la leyenda dorada». Encamina el cuerpo hacia la salida derecha y el público, para despedirse, se incorpora y alza un ejército de puños. Porque cuando un maestro canta, el pueblo entona con él.
CLARIDAD y su suplemento cultural En Rojo se unen a las voces por la total recuperación de Roy que ya esta en su casa en Mayagüez, donde será pronto su próxima presentación.