De la Antilia a Puerto Rico, o de dos islas fantasmas

Especial para En Rojo

 

La cartografía medieval creía que la Antilia era una isla fantasma. Situada al poniente de los Azores, algunos vinculan su etimología con la Atlántida descrita por Platón en el Timeo. Otros explican su nombre a partir de la palabra latina anterior. Así, la Antilia era una especie de ante-ínsula, que designaba el lugar al que se llegaría justo «antes» del archipiélago japonés. Incluso, hay quien señalaba que la Antilia era no otra sino la Isla Dragón descrita por geógrafos árabes durante el medioevo. De cualquier modo, la leyenda cuenta que, en el año 734, Antilia, también conocida como la Isla de las Siete Ciudades, fue poblada por un grupo de cristianos, que huía de la conquista musulmana en la península Ibérica. Así, la isla se instalaba en una geografía imaginaria de lo que se creía podría existir más allá del Atlántico.

Previsiblemente, la Antilia dio nombre al archipiélago antillano. El nombre fue utilizado por cronistas como Pedro Mártir de Anglería, que en sus Décadas del Nuevo Mundo (1511-1550) dio cuenta de eventos acontecidos en el Caribe y las Américas durante los procesos de conquista y colonización. A partir del vínculo nominal entre esta isla mítica y las Antillas, algunos han llegado a sugerir que su forma rectangular se asemeja al contorno de Puerto Rico. Aquí todo es especulación.

Las islas fantasmas son islas que aparecen en el registro histórico por un período de tiempo significativo hasta que finalmente se confirma su inexistencia. Muchas surgen como parte de mitos y leyendas, como el arriba descrito. Otras, en cambio, aparecen en los mapas como erratas. Por ejemplo, se llegó a creer que Baja California y Yucatán eran islas, y no penínsulas, hasta que se descubrió que estaban conectadas a tierra firme. Hoy día, incluso con el empleo de mapas satelitales, se siguen registrando casos de islas fantasmas. El caso de la Isla Arenosa (Sandy Island), al sur del océano Pacífico, sirve de ejemplo. Por mucho tiempo, mapas digitales, como Google Earth, registraban la presencia de esta isla en el Mar del Coral, pero en el año 2012 una expedición científica australiana determinó que la Arenosa, en efecto, no existía.

El tema de las islas fantasmas dirige la atención a otro tipo de islas: las perdidas. Estas remiten a territorios insulares documentados en el récord cartográfico, pero que han desaparecido por una catástrofe natural, como un tsunami o terremoto. El concepto de isla perdida toma relevancia con la crisis climática. Por ejemplo, Tuvalu, una pequeña nación en el Pacífico, enfrenta la amenaza de desaparecer por el inminente aumento del nivel del mar. Ante tal amago, el gobierno del archipiélago gesta una versión digital de sí mismo, replicando en el metaverso las tres islas de coral y seis atolones que lo conforman. Así, Tuvalu busca preservar su patrimonio cultural creando réplicas virtuales de lugares emblemáticos, documentos históricos, prácticas culturales y hasta álbumes familiares. La versión digital de Tuvalu, que se prefigura y asume como una isla perdida, surge como el espectro o fantasma que anuncia la catástrofe climática.

En el 2017, el huracán María inscribió a nuestro archipiélago como una de las víctimas tempranas a la crisis ambiental. En aquel entonces, las imágenes satelitales de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE.UU. mostraban la magnitud del apagón que dejó el ciclón y anunciaban la crisis humanitaria desatada. Asimismo, la imagen-espectro prefiguraba el éxodo masivo de puertorriqueños hacia los Estados Unidos. Interesantemente, un año después, en el 2018, el pabellón estadounidense de la Bienal de Arquitectura de Venecia abordó la crisis puertorriqueña en la instalación “In Plain Sight”, de Laura Kurgan y Robert Gerard Pietrusko. Los artistas mapearon lugares alrededor del mundo con alta densidad poblacional y poca conectividad a la red eléctrica en contraste con lugares en donde hay mucha conectividad y poca gente. Como ejemplos, Kurgan y Pietrusko destacaron las tasas de conectividad en Houston antes y después del huracán Harvey, y en Puerto Rico antes y después del huracán María. De este modo, los artistas mostraron la realidad política y social de ser invisible y al mismo tiempo ser visible.

Ese ser o no ser (in)visible es lo que precisamente prefigura a Puerto Rico como una isla fantasma, como otra Antilia. Si bien la amenaza de los efectos del calentamiento global configura este parpadeo ontológico, su causa tácita es el capitalismo del desastre. El término, acuñado por la canadiense Naomi Klein en el libro La doctrina del shock (2007), explica cómo distintos gobiernos utilizan las crisis para imponer reformas que no benefician a sus constituyentes y cómo el sector privado toma provecho de conflictos bélicos, crisis fiscales y catástrofes climáticas para extraer ganancias. La privatización de PREPA y el cierre de escuelas en la isla son algunos ejemplos cercanos. Con este tipo de reformas Puerto Rico se va volviendo poco a poco menos habitable. Su inhabitabilidad va acompañada del abandono y desmantelamiento de su patrimonio cultural, que va desapareciendo a cuenta gotas. ¿Tendremos que seguir los pasos de Tuvalu y crear una imagen espejo que nos permita seguir viviendo en la isla, aunque sea desde el metaverso? Solo el tiempo dirá. Mientras eso ocurre, lo necesario sería examinar cómo esa condición de ser simultáneamente visibles e invisibles surge como un espacio de posibilidad que permita pensar desde la imagen espectral de una isla fantasma otras formas de supervivencia.

 

 

 

 

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