Isabel Rosado Morales: paradigma hostosiano del nacionalismo puertorriqueño

 

 

Isabel Rosado Morales, nuestra Isabelita, nació el 5 noviembre de 1907 en el barrio Chupacallos de Ceiba. Hija de Petra Morales y Simón Rosado, y hermana de tres varones y tres féminas, se crió en una loma que contenía un paisaje cuyo lado oriental le regalaba la envidiable vista marina de Ceiba, y la de Vieques y Culebra a la distancia; y por cuyo lado poniente, se alzaba y aún se alza, el majestuoso Yunque. Isabelita sentía y decía: “Acogida en tan pintoresco paisaje quién no va a sentir esa felicidad que le imparten las caricias de las brisas entre mares y montañas”. Allí, en el mero centro de ese deleite que resultaba para ella recorrer la naturaleza, dulce y resistente a la vez, atraía desde pequeña a la gente de su comunidad que la buscaba para hacerle preguntas sobre asuntos de la actualidad ceibeña y sus alrededores. Inició su vida estudiantil en escuelas públicas de Ceiba, y posteriormente cursó la escuela secundaria, además de Ceiba, en Fajardo y en Naguabo. A los dieciocho años comenzó a estudiar en la Universidad de Puerto Rico, y allí obtuvo su certificado de docencia; (francamente, creo que el de decencia lo traía de nacimiento). El de docencia, le permitió enseñar en las escuelas públicas tanto de Ceiba, como de Humacao, aunque según narra en su libro Mis testimonios, al referirse a su vida familiar durante su infancia y juventud, (cito): …“Cada hogar era una escuela. Papá y mamá no fueron a la escuela, sin embargo ellos nos ayudaban en nuestras asignaciones enseñándonos el abecedario, las tablas de multiplicación y dividir; nociones de urbanismo, respeto al prójimo, amor al cultivo de la tierra, afirmando así nuestros valores culturales con una gran base de principios morales. En otras palabras, las de Hostos: “El corazón se educa por el corazón, por la reflexión, por el ejemplo, por la noción de la realidad que da la vida, por la noción de la verdad que da la ciencia, por la noción de lo bello que da el arte, por la noción de la virtud que da el conocimiento de lo justo”.

Durante catorce años, Isabelita ejerció el magisterio en la zona vtrural de Ceiba y de Humacao y por lo que me ha contado la amiga Rita Zengotita, que la propia Isabelita le narraba, siempre hizo que imperara el respeto en el trato con sus alumnos y le gustaba sacarlos diariamente del salón de clases para que tuvieran contacto directo con la naturaleza y no sintieran el salón de clases como un encierro obligatorio. Creía que el sistema escolar puertorriqueño (cito): “no se afirma en lo nuestro porque lo dirige el sistema del amo: todo militarismo”. Así que, como Hostos, Isabelita pretendía educar la razón, el entendimiento, fuera de todo mandato e imposición. Nos enteraríamos mucho después, de que la labor pedagógica de Isabelita no se circunscribió a la escuela ni al salón de clases, sino que la puso en práctica con las reclusas con las que compartió las deplorables condiciones carcelarias a las que se le sometió en calidad de prisionera política. Tanto su labor educativa, que consistía principalmente en enseñarles a leer y escribir, como su apoyo emocional y moral y brindarles ayuda cuando a la hora de reclamar sus derechos se trataba, fueron la muestra de su gran calidad humana y su conciencia social. En palabras de Hostos, que Isabelita acogió: “En la obra de educación común con frecuencia vale más lo que se hace en la práctica de todos los días que lo mucho bueno que la pedagogía aconseja o que las leyes escolares instituyen”.

Posteriormente, Isabelita se desempeñó de trabajadora social en el Departamento de Servicios Sociales, en Ceiba. Debido a la situación de extrema pobreza en que se hallaba ese municipio, la construcción de la base militar la complicó aún más por la cantidad de gente que quedó desplazada y se vio obligada a ir a vivir a los arrabales, lo que significó que aumentara la delincuencia juvenil y la criminalidad. Esto conllevó la formación de comités contra el vicio, en los que Isabelita tuvo una destacada labor. Decía ella misma: “Ahí yo iba haciendo trabajo social sin uno darse cuenta. Esos comités se organizaron en muchos pueblos.

En Ceiba lo presidía el juez municipal y ahí también estaba la policía, entre otros. Recuerdo que había un lugar de prostitución y gracias al comité quedó eliminado”. La valiosa aportación de Isabelita en el campo del trabajo social se evidenció también más tarde cuando padeció en carne propia, las deplorables condiciones del sistema carcelario en Puerto Rico y se atrevió a denunciarlas públicamente e hizo una exhortación a que se eliminara, según sus propios palabras: “la deleznable institución de cloacas y catacumbas que se utilizan en la cárcel de Vega Alta a modo de calabozos”. Isabelita vio y vivió ese sistema carcelario que castigaba con el abuso físico y el calabozo y que ella catalogó de “sistema vengativo y medieval” pues “sus raíces arrancan del propio sistema judicial del régimen”. No cabe duda de que Isabelita dejó consignada otra importante labor en el campo del trabajo social.

“Una vida no es fuerte sino cuando se ha consagrado a conquistar su ideal por sencillo que sea”, según Hostos.

Isabelita ingresó en el Partido Nacionalista en 1937, impulsada por la indignación que le provocó la Masacre de Ponce. Sin embargo, no fue hasta 1946 que conoció personalmente a don Pedro Albizu Campos en la ciudad de Nueva York. Ese lapso que transcurrió de 1937 al 46 cae en una especie de vacío en sus memorias ya que no hay información específica sobre lo que Isabelita realizó durante esos años. Sin ánimo de especular, sí se puede afirmar que debe haberse dedicado a la militancia activa sobre todo a nivel organizativo del partido ya que posteriormente, adquirió puestos de relevancia dentro del partido, aunque se desconocen con exactitud qué tareas realizaba. Presumimos que ese vacío de información puede deberse, en gran medida, a que Isabelita quemó sus “carpetas” en la plaza de Caguas, según ella misma relatara. (Rita Zengotita así lo menciona en su artículo “Isabel: libertaria y unitaria” publicado en Claridad el 5 de noviembre de 2020.)

Luego de la Revolución del 50, el 4 de diciembre, a Isabelita se le retiraron la licencia de trabajadora social y la de maestra y el 3 de enero de 1951, la encarcelaron aun cuando no había participado en el levantamiento en Jayuya y como si se tratara de una tómbola, le aplicaron la nefasta Ley 53, llamada de la Mordaza, y se le impuso una sentencia de quince meses que ya había cumplido en detención. Decía Isabelita: “Viendo que yo no cedía en mi empeño de llevarle cariño a los familiares de los mártires y de los patriotas encarcelados, terminaron acusándome de violar la Ley 53, famosa ley de la mordaza, fabricada en Washington y adoptada en Puerta de Tierra por los legisladores coloniales el 10 de junio de 1948”. A pesar de haberle retirado las licencias, Isabelita cumplió con el deber, como dije antes, de ayudar emocional y moralmente a las reclusas, enseñarles a leer y escribir y aconsejarlas a defender sus derechos en la cárcel. Hostos había dicho: “La salud que hermosea una fisonomía no va de fuera a dentro. Sale del corazón, de donde salga, al rostro”. A Isabelita todo le salía del corazón y se le veía en el rostro.

El segundo encarcelamiento de Isabelita ocurrió el 6 de marzo de 1954, en el local del Partido Nacionalista, en la calle Sol del Viejo San Juan, a raíz del ataque armado al Congreso de Estados Unidos por Lolita Lebrón, Irvin Flores Rodríguez, Rafael Cancel Miranda y Andrés Figueroa Cordero. A San Juan, llegó la Policía y atacó a tiros, y luego arrestó, a quienes se encontraban adentro al cuidado de don Pedro Albizu Campos: Doris Torresola, José Rivera Sotomayor, Carmen María Pérez y, por supuesto, Isabelita. El 8 de febrero de 1955, a Isabelita se le declaró culpable por violar la Ley de Armas, ataque para cometer asesinato y agresión contra un policía. Fue sentenciada a cumplir quince años en la Escuela Industrial para Mujeres de Vega Alta, en la unidad de máxima seguridad, que ubicaba en el edificio de siquiatría donde permanecían las reclusas pacientes mentales. Isabelita cumplió once años de prisión junto a Olga Viscal, Carmín Pérez, Doris Torresola y Blanca Canales.

De inmediato, se le asignó enseñar a leer y a escribir a las reclusas que lo necesitaran. Las deplorables condiciones de los calabozos que Isabelita padeció, la llevaron a brindar un incondicional apoyo emocional a las reclusas que también lo padecieron. Además, Isabelita redactaba su correspondencia, las asesoraba legalmente, denunciaba las condiciones de los calabozos, la mala calidad de la comida y de los servicios de salud y se desvivía por brindarles comprensión y cariño. Sus compañeras de encierro la llamaban “el ángel de las presas”. De igual manera, Isabelita se las había ingeniado para denunciar los atropellos carcelarios mediante artículos que enviaba a la prensa, incluido el uso de reclusas para realizar labores domésticas para quienes pertenecían a la administración de la cárcel. Por sus denuncias, Isabelita sufrió severas sanciones administrativas. Aun así, echó mano de su acostumbrada valentía y redactó su propio recurso de Habeas Corpus y se lo entregó a Hernández Colón durante una visita que éste realizó para comprobar las denuncias que ella había hecho en la prensa. A dos meses de esa visita, Isabelita fue excarcelada y el alegato que presentó el Habeas Corpus benefició también a una considerable cantidad de reclusos en el presidio insular con sentencias de quince años o más. Una vez más, Hostos parecía haberlo hablado al oído a Isabelita: “Si no se practica, aun cuando esté reconocido, el derecho no es derecho”.

“Fuera de la cárcel, estuve atenta en servir a los que más sufren”, así pensaba y luego ejecutaba Isabelita. Al enterarse de que una reclusa que tenía hepatitis, permanecía en calabozo y le negaban visitas a su madre, Isabelita se reunió con ésta y le aconsejó enviarle un telegrama al Secretario de Justicia. Prontamente, se le concedió permiso a la madre para visitar a su hija. Por supuesto, Isabelita tampoco abandonó a sus compañeras ideológicas: Consuelo Corretjer, Carmín Pérez, Doris Torresola, quienes recibieron el apoyo y la solidaridad constantes de su parte. También José Rivera Sotomayor, y Francisco Matos Paoli fueron recipientes del apoyo moral y emocional de Isabelita. Al margen de toda su obra, esa misma Isabelita fue capaz de adoptar a una niña de siete años de edad que había sido su alumna y cuya madre había muerto durante un parto. Se ocupó siempre de esa niña que, al hacerse adulta, decidió entrar a un convento en México al que Isabelita iba a visitarla.

Sabemos que esa inquieta Isabelita así se mantuvo sin tomar en cuenta la pesadez de los años y dio una gran lección en Vieques cuando su cuerpo, con más de setenta años, se vio atrapado y vejado por el de una robusta mujer policía que la esposó luego de arrastrarla por la arena de la Isla Nena. Mucho después, supimos que esa misma mujer le pidió perdón y puede que Isabelita considerara no hacerlo, pero en ella primó la lealtad a sí misma y la perdonó, porque Hostos alguna vez le había señalado que:“Las canalladas se castigan desentendiéndose de ellas”.

Esa misma Isabelita, que nunca vaciló, que nunca claudicó, creía firmemente en la nulidad del Tratado de París y recurrió al Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico para pedir su intervención para que se elevase el caso a Ginebra. Esa misma Isabelita, mantuvo una denuncia constante sobre la muerte de Albizu Campos a causa de las radiaciones; esa Isabelita fue la misma que arrebató la insigne figura de Antonio Valero de las garras del olvido e hizo que se le construyera un monumento en Fajardo. Esa misma Isabelita viajó a Cuba en más de una ocasión, en abierto desafío a la prohibición de viajar a ese país y pisó tierra cubana no sólo para recibir merecidos homenajes sino para participar en foros internacionales a favor de la excarcelación de las prisioneras y los prisioneros de guerra. Esa misma Isabelita, que no pudo estrechar las manos de Oscar López luego de haber exigido su liberación y anduvo de la mano de Rafael Cancel Miranda, antes de partir a la gloria de reencontrarse con él y todo el resto de esa estirpe.

Puertorriqueña que dejó de ser suya para ser nuestra. Nacionalista independentista que la cárcel no pudo detener, ni la mordaza acallar, ni el calabozo amedrentar; firme creyente y practicante de la solidaridad, dejó profundas huellas en todas aquellas personas que la conocieron y aún la admiran. Isabelita, que se nos fue el 13 de enero de 2015, muy cerca del 11, del nacimiento de Hostos, para nacer ella de nuevo, es sin duda alguna, parte esencial del acervo moral de la patria irredenta. Como diría Hostos: “Una existencia consagrada a cosas buenas es una autoridad en todas partes”. Y de autoridad son sus palabras; las palabras de Isabel Rosado Morales, nuestra Isabelita, palabras que todavía resuenan a pesar de su partida:

“¡Ponte de pie, que al enemigo no se le espera de rodillas!”

 

Palabras leídas en la celebración del natalicio de Isabelita Rosado 5 de noviembre 2023

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