Demonios: un relato de horror, religión y deseo queer en el Caribe colonial

Especial para EN ROJO

Los juegos del demonio no están restringidos a los que habitan en el infierno. En su última publicación, el periodista y escritor Huáscar Robles se estrena como novelista colocándolos al interior de una congregación cristiana en “el nuevo país” de Caguas. 

Ubicada en los años 80, el autor nos adentra al mundo de Eyerí, un joven de 13 años que crece en el seno de una familia determinada a una mejor vida y, para conseguirlo, anda “mudando pieles” en el Puerto Rico del consumo y las posibilidades.

El patriotismo y la reflexividad familiar pronto pierden su lustre ante el entronizamiento de una importada teología de prosperidad que les reviste de una coraza de fanatismo. Sin embargo, la escalada socio-fiscal acotada a su conversión acabará trastornando la juventud de Eyerí, quien se reconocerá como varón atormentado por un “demonio de homosexualidad”. Este “empichonamiento” le llevará a luchar con inteligencia y humor para mantenerse fuera de esa categoría plagada de pánico y represión. 

En búsqueda de redención, Eyerí termina entregándose a Dios. También a la anorexia. La suya fue una decisión firme de quemar el pecado y la grasa “de la carne”. Así, una retahíla compulsiva de cultos, exorcismos, tormentos, sesiones de terapias reparativas y ejercicios corporales se amontonan intentando marronear el devenir del protagonista.  

El nuevo entorno eclesial de Eyerí y su familia se nos presenta en la novela como un curado bestiario de las calamidades religiosas del Puerto Rico de la época: predicadores adentrándose al boomtele-evangelístico, el fetiche con “all things Israel”, negocios piramidales, el endiosamiento de una tal Bárbara, batallas espirituales ataviadas de fatiga y camuflaje, el trasiego de las emociones congregacionales, la sobrevaloración del insuficiente colegio cristiano y una prédica que atosiga vergüenza y vende indulgencias contra el pecado que ella misma ha manufacturado. ¡Negocio redondo!

En concordancia, la neo-cristiandad en esta novela supone un espacio de desarrollo económico en un Caribe colonial sazonado por la Guerra Fría, la epidemia del VIH/Sida, el cable tv, el carpeteo federal, el bilingüismo de colegio privado, el consumismo desmedido y el culto a la fisicultura. Todo ello sirve como poderoso entramado desde el cual se gesta la biopolítica de los cuerpos cagüeños del texto.

El cuerpo en Demonios se posiciona central y visceral. La experiencia corpórea de los personajes grita, danza, se contorsiona, se descubre, se entrega, nace, renace, se burla, muere y se deja morir, incluso de hambre. No puede ser de otra manera. Eludir el cuerpo es perderle el rumbo a lo concreto como fuente de poder en el texto. El demonio en esta novela no anda suelto. Su condenada porquería habita y atormenta los cuerpos. Por eso se le reprende frente a frente, con dolor, gritería y hambre. Pero también, en un giro problematizante, se alebresta con el desenfreno que da paso a la obscenidad teológica y la obesidad espiritual. El cuerpo en Demonios es el campo de batalla en disputa; y en ella, quien no mata, se sacrifica.

Lo sacrificial al servicio del dominio cristiano en el Caribe colonial no es nuevo. Pero en esta novela se representa con la ansiada frescura de una tragicomedia del siglo veintiuno.

Hace más de sesenta años, Hubert y Mauss plantearon el sacrificio como un acto religioso que, mediante la consagración de una víctima, modifica la condición de la persona moral que lo realiza o la de ciertos objetos de los que se ocupa. Desde un punto de vista antropológico, el sacrificio de seres vivos se ha entendido en sí mismo como metáfora de una transformación internauna anábasisque ocurre en virtud de motivaciones humanas rechazadas por una sociedad. Es decir, el sacrificio debe entenderse no sólo en términos de función social, sino desde un carácter de fe para trascender el tiempo y negar o rechazar la muerte y la nada. Es por esto que, desde tiempos líticos, el sacrificio ha devenido una forma de ordenar el mundo, expresar esperanza y dar sentido a la vida, ocurriendo a menudo en momentos de crisis o ruptura con la “normalidad” de una comunidad.

En el cristianismo, la reinterpretación del sacrificio y su transformación en una categoría ética es una expresión más de la forma en que las personas expresan significado y ordenan las relaciones humanas con el mundo, el tiempo y la muerte.

Sin embargo, el cristianismo no existe en burbujas carentes de historia y poder. El cristianismo también fue, y continúa siendo, parte de procesos civilizatorios que han pretendido domesticar poblaciones enteras a través del coloniaje. Ese proceso que algunos teólogos y teólogas han afirmado ser antitético al contenido transgresor de los Evangelios ha terminado planteándole a los pueblos del mundo la figura de Jesucristo como un semidios que llama al sufrimiento y sacrificio de los inocentes, para así concederles la purificación del mal y la violencia que tanto anhelan. 

El Puerto Rico ochentoso presentado en Demonios forma parte de ese proceso de domesticación de la población para imponer una fuerte americanización colonial de consumo, una que desde la perspectiva de los personajes del Norte es equivalente al mismo Evangelio que propone una “mayordomía” de los dones, el cuerpo y el tiempo. En este contexto, el modelo de un Cristo que se lee como bello varón asexuado se traduce a un camino de sacrificio como virtud fundamental, un sacrificio vinculado a los “placeres de la carne”. En la sociedad heteronormativa de la novela ese sacrificio es el demoniaco gravamen que la categoría ‘homosexual’ debe pagar para ser aceptada.

El sobre-enfoque en el cordero como chivo que expía todos los pecados del mundo es lo que el teólogo mexicano Carlos Mendoza Álvarez ha llamado ‘religión sacrificial’. Esa religión sacrificial es impuesta con gran fuerza en los cuerpos abyectos que contradicen o tuercen el sistema. Por eso en la novela son maldecidos, rechazados y excluidos como “endemoniados”. No será hasta que la reprensión y el exorcismo les legitime in English” que entonces serán reintegrados como cuerpos aptos.

El sacrificio humano siempre es selectivo. En esa lotería socioreligiosa juega Eyerí, el joven puertorriqueño al que una teología importada condenará al demonio, convirtiéndolo en el gordo pato” al que sacrificar. Su saneamiento sexual apostará a limpiar el pecado de Puerto Rico y restituir el orden divino/colonial que traerá bendición/desarrollo a Caguas. Después de todo, el capitalismo colonial sería inviable sin hombres heterosexuales en plena forma. No obstante, la suerte no está echada.

El “demonio” en esta novela surge como aviso, reproche y sentencia. Como tal, su uso apalabra el umbral desde el cual el adjetivo transmuta a la categoría. El “demonio” se corresponde con un sistema de clasificación taxonómica, una expectativa incrustada en la economía biopolítica que sirve como fuerza de giro para mover la carga. El ordenamiento de cuerpos que implica su “encuerpamiento”, sin embargo, nunca funciona en la novela como acto definitorio ni conclusivo. De ahí que el término “endemoniado” también sea la identificación en disputa; el ordenamiento bajo sospecha. Y es por ello que el “demonio” es el tanteo de los contornos del orden cristiano construido a fuerza de coloniaje. Al final, en esta novela quien vende santos también compra diablos, y quien demonios parece tener realmente posee conciencia y plenitud.

A pesar de que han transcurrido cuarenta años entre el tiempo capturado en Demonios y nuestros días, el meollo del cristianismo sacrificial perdura renovado como tecnología teológica en el Caribe colonial. Hoy día el tele-evangelismo ha dado paso a influencers cristianos que venden y consumen de todo en redes sociales, los colegios cristianos ahora se alternan con escuelas “charter” administradas por iglesias, las comunidades de fe son receptoras de fondos federales sin pagar impuestos, los predicadores itinerantes ahora se titulan “apóstoles” aunque no sepan diferenciar entre al antiguo pueblo de Israel y el Estado moderno que aniquila a Palestina y el agonizante bipartidismo puertorriqueño ha dado paso al surgimiento de un nuevo “Proyecto” que potencia viejas calamidades en un partido político de carapacho secular que se organiza con fuerza y rapidez desde las iglesias del país.

En tiempos en que nuestras democracias viven su erosión y la libertad se nos resignifica postpolíticamente, la obra de Huáscar Robles retumba potente. Su acertado humor, propio de la sabiduría que solo otorga la restrospectiva, hurga en la llaga de la fe y el deseo queer en el Caribe colonial. Con indudable maestría, Robles consigue inscribir la catástrofe metafísica de Puerto Rico anclándose en el caos que erupciona de la ritualidad como espectáculo, el apego capitalista a los evangelios como mercado, el bilingüismo como umbral de salvación y el sacrificio del cuerpo homosexual como precondición de humanidad.

Hace dos décadas, la teóloga argentina Marcella Althaus-Reid alertó sobre el peligro de hacer teología fuera de los cuerpos y las sexualidades, particularmente, aquellas más socavadas por el patriarcado. Según Althaus-Reid, esta grave omisión reproduce la matriz colonial desde la cual se instala la religión sacrificial. Por el contrario, su propuesta radicó en utilizar nuevas herramientas para mirar nuestras relaciones y explorar cómo, desde ahí, respiramos la divinidad. En palabras de Althaus-Reid, hay que “pasarse la teología por el cuerpo”. Partir desde el acuerpamiento de la fe implicará, según la teóloga, romper con la idea de que el destino de algunos, algunas y algunes radica en vivir como sujetos de una religión patriarcal que censura desde el coloniaje la belleza de sus corporeidades sexuales.

El emplazamiento teológico de esta insigne teóloga latinoamericana ha reverberado con potencia. Hoy día, movimientos sociales, pueblos indígenas, culturas juveniles y diversas comunidades de fe han desarrollado prácticas de resistencia que buscan la superación del cristianismo sacrificial. De ahí que la teología posmoderna latinoamericana y caribeña exhiba matices contraculturales de prácticas sexuales, políticas y religiosas que encuben experiencias de gratuidad como poderoso signo de cambio de mundo. Demonios, como relato de horror, religión y deseo queer en el Caribe colonial, le estruja la ajustada teología sacrificial a los rebosantes cuerpos puertorriqueños y, mediante el poderoso recurso que es la literatura, también adviene a este amanecer.

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