1. Anoche tuve una pesadilla. Soñé que dormía. Ese yo dormido, del cual también era testigo de su sueño, estaba repetido unas cinco veces, en capas superpuestas. Cada capa hablaba un idioma diferente y totalmente desconocido para mí. Mi angustia era presenciar todos esos niveles parlotear sin interlocución, y no poder entender nada, aún ante cierta sensación de estar ante la inminencia de un revelar.
2. Desde hace algún tiempo mi hijo me pregunta cosas. Son preguntas de quien entreve que el mundo de las categorías es más complicado de lo que parecía. Papá, ¿cuál ha sido tu día bueno y cuál ha sido tu día malo?
3. Hace una semana ya que conseguí un trabajo haciendo delivery. El salario son $7.25, mas $3 por entrega. Ya no cuestiono el salario. Les dije sí. Comienzo cuando ustedes digan. Desde que comencé, mi carro consume $25 diarios. Las pruebas y certificado de salud me salieron en $85. Los días que almuerzo, lo hago en casa. Huevo frito, arroz blanco. Café. Todo lo atraganto, me monto en el carro, más deliveries. Tienes 15 minutos para hacer la entrega una vez llegas al lugar. Google Maps funciona cuando le conviene, los clientes no responden, la sensación del impending doom al regresar al lugar de trabajo y te digan, gracias por tus servicios, por el momento no eres lo que estamos buscando, etc., y volver a empezar. No es que me lo hayan dicho. Es la ansiedad de saber que eso está presente en estos días tras la nueva ley laboral, donde estamos en plena desnudez. Al final del día saco balance, y sé, que de seguir así, necesitaré otro trabajo para cubrir lo que falta. Ya son 51, ¿cuándo fue, qué desvío terrible tomé para llegar hasta este ahora, aquí?
4. Mi día bueno fue cuando tú naciste, Eduardo. También mis días buenos son cuando logro escribir algo que me gusta, o que promete. Levantarme por la mañana en total silencio, y tomar café en mi desayuno. Cuando estás conmigo, mirar lo mucho que has crecido, maravillarme con el vello en tus brazos y piernas, darme cuenta que mi niño está a las puertas de la pronta adolescencia.
5. Mis días malos, Eduardo. Son muchos y prefiero callarlos. Los días en los que quiero apagarlo todo, cesar la transmisión. El día que el viejo apareció colgado en el cuarto en el que sus hijos dormíamos. No saber qué he hecho, para qué he hecho, dónde estoy. Desaparecí de toda mi familia. A veces no sé qué hacer con mis afectos. El amor que me es tan cercano a la violencia.
Pero preguntas, y contesto. ¿Un día malo? Jum, bueno. Días malos los hay, pero no queda otro remedio que seguir. Por ejemplo, que te quedes sin trabajo. Es malo, porque entonces no vas a poder hacer los pagos de las cosas que tienes pendientes, ¿me sigues? Pero no importa cuán malo se ponga el día, uno debe seguir, Eduardo, uno debe seguir y empujar y empujar. Yo quisiera ganarme la lotería, así tenemos una casa tù y yo, y una librería y un arcade con tus juegos favoritos. Pero en lo que eso llega, si llega alguna vez, no tenemos otra opción que seguir.