El lenguaje en el mundo de los niños: Reseña de Hugo y The Quiet Girl

 

Especial para En Rojo

 

Martin Scorsese arrebata tu mirada y la lleva en un viaje por el mundo de Hugo Cabret en Hugo (EEUU, Reino Unido y Francia; 2011). En un plano secuencia, Scorsese posa tus ojos sobre París para gozar de la Torre Eiffel al amanecer. De ahí, a través de un trávelin o tracking shot, Scorsese te precipita hacia la estación de tren. Pasas entre maletas y el ir y venir mañanero hasta detenerte ante el alto reloj en el fondo de la estación. Es allí que Hugo (Asa Butterfield), un niño de alrededor de 12 años, observa las tienditas en el vestíbulo. A través del número 4 en el reloj, Hugo localiza el guardián de la estación (Sacha Baron Cohen). A pesar de estar lejos, la cámara de Scorsese usa tus ojos para que Hugo note el detalle del aparato ortopédico que lleva el guardián en su pierna derecha. Junto a Hugo observas fragmentos de la vida de la estación: la vendedora de flores que empuja su carretón; el librero en la entrada de su tienda; un hombre que compra un periódico; y un grupo de música que toca en un café. El niño cierra su mirilla en el reloj. Ahora Scorsese te hala apresuradamente para seguir a Hugo que corre, se tira por una chorrera de muchas curvas y llega a otro reloj. Hugo se acomoda de nuevo frente al 4 a través del cual se fija en un anciano Georges Méliès (Ben Kingsley). Años después de su Viaje a la luna (dir. Georges Méliès, Francia, 1902), Scorsese culmina tu exploración inicial de la estación en la tiendita de juguetes de Méliès, donde el mítico mago del cine juega con un ratoncito de cuerda. El mundo del niño en Hugo está rodeado de maravillosos mecanismos que incluyen el autómata que su padre dejó, el reloj que su tío alcohólico mantenía, el tren siempre rodeado de nubes de humo, los juguetes de cuerda de Méliès y la cámara de Scorsese. Para el director, el mundo del niño repleto de engranajes comienza en su cámara y en tus ojos e inevitablemente concluye con el maestro Méliès. Hugo es un viaje al pasado para reencontrar el lenguaje visual del maestro.

No obstante, The Quiet Girl (dir. Colm Bairéad, Irlanda, 2022) construye un mundo muy diferente para Cáit (Catherine Clinch). En su hogar, ella es una niña más entre sus hermanas. Su padre está muy ocupado bebiendo y pasando el tiempo libre con su amante. Su madre, que casi permanece ausente a través de la película, está ocupada con las faenas del hogar. Cáit se siente invisible porque en su mundo de disfuncionalidad y negligencia, ella no es una prioridad para nadie. El padre, que solo reconocemos como Da (Michael Patric), decide llevarla donde una prima de su esposa que vive en el campo mientras la madre se prepara para dar a luz de nuevo. Durante ese verano, Cáit descubre un nuevo mundo que se abre ante ella en casa de Eibhlín (Carrie Crowley) y su esposo Seán (Andrew Bennett). Ambos han enfrentado momentos difíciles, pero ellos proveen el amor necesario para que Cáit abra los ojos ante la magia natural de sus alrededores. Diferente al ambiente de Hugo, Cáit transita una naturaleza que la acaricia amorosamente. Ella intercambia su sucio traje y sandalias por pantalones de trabajo y botas de goma. Junto a sus nuevos guías, Cáit va al mar, corre entre los árboles en busca del correo, le da leche a un becerro y escucha el viento entre las hojas. Esa niña tan callada del principio deviene en una joven que habla a través de sus acciones. Ahora, su silencio no se origina en invisibilidad, sino en que no siempre hay algo que añadir.

Aunque totalmente opuestos, los mundos de Scorsese y Bairéad se definen a través de la mirada encantada de la niñez. En Hugo, el niño persigue su sueño de resucitar el autómata que heredó de su padre en un ambiente que nos recuerda un París lleno de romance y tecnología de las primeras décadas del siglo veinte. Su París es similar al de Playtime (dir. Jacques Tati, Francia e Italia, 1967). Aunque la película de Tati se lleva a cabo durante la década de los sesenta, el director recrea una ciudad que se rige con una coreografía de movimientos mecánicos y que Monsieur Hulot (Jacques Tati) violenta por su presencia. Por otro lado, Bairéad nos invita a gozar de una Irlanda de ensueño donde una niña se encuentra a sí misma en una campiña similar a la de My Neighbor Totoro (dir. Hayao Miyazaki, Japón, 1990). A diferencia de la película de Miyazaki, la magia de The Quiet Girl está en la transformación tan sutilmente lograda de Cáit por su nuevo hogar temporero. Hugo y The Quiet Girl tratan sobre esas familias que escogemos y que nos acompañan durante el camino. Hugo comparte su viaje con Isabelle (Chloë Grace Moretz), la ahijada de Méliès. Con ella, Hugo llega al historiador de cine (Michael Stuhlbarg) que le cuenta que, cuando era pequeño, Méliès le enseñó el lugar donde se crean los sueños en el set de Veinte mil leguas bajo el mar (dir. Georges Méliès, Francia, 1907). Hugo y el historiador le devuelven a un Méliès triste y hastiado ese lenguaje de fantasías mecánicas y maravillas teatrales. Igual que el viaje de Hugo lo lleva a encontrar una familia, el camino de Cáit la dirige hacia un nuevo concepto de hogar y a una nueva forma de expresión. The Quiet Girl es completamente en irlandés, una lengua hablada por tan solo dos millones de personas. Cáit se comunica en un lenguaje casi silente fuera de Irlanda y, al mismo tiempo, encuentra un lenguaje corporal que culmina en un abrazo con la palabra “Papá.”

Si no han visto Hugo, la pueden encontrar en HBO Max y en otros servicios de streaming. A pesar de que The Quiet Girl fue nominada para el Óscar en la categoría de mejor película internacional, solo se ha exhibido en algunos cines en los Estados Unidos. All Quiet on the Western Front ganó el Óscar en la misma categoría y cuenta con un diseño de producción impresionante. Sin embargo, la belleza delicada de The Quiet Girl la hace para mí más merecedora de ese galardón.   

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