Esta edición de The Puerto Rico Review dedicada a la reseña me invita a hablar de mi relación con el género. Las primeras reseñas que escribí fueron asignadas por la profesora Rosalina Perales en los cursos de Apreciación del Teatro a finales de los noventa. Le guardo un cariño especial al género porque esas primeras reseñas fueron también mi dichosa, aunque obligada, entrada al universo del teatro puertorriqueño. El ejercicio de asistir a una obra con el fin de reseñarla se volvió un evento colectivo que me unió a personas con quienes aún mantengo vínculo. Desde entonces han venido muchas otras reseñas.
A esta revista, el Puerto Rico Review, le tengo mucho cariño. Primero por ser revista, el tipo de publicación que me hizo amar la literatura cuando niña pues era lo más que había a mi alrededor. Segundo, porque es heroico querer hacer una revista y promover el ejercicio de la lectura, de hablar de la lectura, en tiempos en que este género, el de la reseña, escasea, no se practica a penas, no da tiempo, no se publican, como señalan los editores de este número en el prólogo, y eso, lamentablemente, aplica por igual a todas las artes.Tercero por cómo trazan una genealogía con nuestras otras revistas. El Puerto Rico Ilustrado, Zona de carga y descarga, Ventana o algunas más recientes aquí mencionadas como Parhelios, y en especial la revista virtual El roommate, de la que hablaré más adelante. Cuarto, por los afectos con sus editores: una de sus editoras fundadoras es una amiga poeta que admiro, Cristina Pérez Díaz, en compañía de otro amigo de tiempos más recientes, Jorge Lefevre, en este número acompañados por Isabel Guzzardo y Claudia Becerra, a quienes he comenzado a leer recientemente.
Este número 8 de la revista no sólo está dedicado a la reseña sino al quehacer de otra revista, que también significa mucho para mí, El roommate, colectivo de lectores, fundada y dirigida por los entrañables amigos Luis Othoniel Rosa e Ingrid Robyn desde hace ya más de diez años. El título del prólogo, La tortuga, es un guiño para quienes hemos sido lectores de aquel otro espacio dedicado a la reseña, pues la tortuga siempre ha estado en el imaginario de la revista así como en la novela Otra vez me alejo, ópera prima de Rosa.
Lo primero que quiero decir del número es que pocas veces, o mejor dicho, nunca antes había terminado de leer una revista de reseñas con la sensación de haber terminado una novela o un poemario. En esta “cantidad hechizada” (Lezama Lima) hay once reseñistas que nos hablan de libros, pero también de casas, muchas casas, de lugares que son, del lugar que no son, lugares distancia, distancias que son la espera por los poetas que ya no bloguean, de la poesía de los hiphoperos, de las novelas sobre matemáticos, de los rumores de palabras, de la función del arte en espacios disímiles, de los nacimientos de pueblos originarios en otras islas. La magia está en que los editores hilvanaron estas respuestas de lectura como si fueran un diálogo. El efecto es el de un cadáver exquisito con todo el sentido del mundo. De la portada de “Celajes” de Sofía Gallisá pasamos a la reseña lírica de Margarita Pintado sobre Cloé Georás, quien sintetiza como Sofía, de un modo único la relación entre texto e imagen.
En “La herida infinita: el lenguaje del dolor y de la solidaridad en tras: tocar de Chloé Georás”, nos encontramos ante la reseña que se vuelve poema, la reseña que conmueve. La lectura que deviene en poema. Margarita Pintado lee a la también poeta de rediviva: lost in trance.lations desde ese hiato de 20 años de un libro al otro. Sobre la poética del libro más reciente de Georas, una de las poetas que mejor sabe sintetizar la relación de ut pictura poesis, texto e imagen, Margarita concluye, “acaso una de las lecciones de tras.tocar es que no estamos solos. Y este libro es una manera de tocar y ser tocado, de sentir ser sentido”. Se trata de la reseña que de algún modo sabe camuflar en su escritura el tipo de ideación teórica a la que nos lleva la autora del libro reseñado.
De ahí pasamos a Amanda Hernández en palabras de Jorge Lefevre. Esta reseña subraya el sentido de volver la reseña un asunto personal, minuciosamente personal. Para hablarnos de la poesía de Amanda, Jorge nos habla de la casa de los abuelos que habita, de los espacios en donde se encuentra a la obra de la también editora, de sus comienzos en la revista Parhelios, de los temas y obsesiones que habitan la evolución de la voz de Amanda para detenerse en Entre tanto amarillo, y en el hecho de que es un poema largo o como prefiero llamarles “poema de largo aliento”.
Esta reseña empalma o nos prepara para hablar de la hermosa revista Parhelios, la revista en la que tanto ella como Alejandro Medina publicaron hace una década, esa revista tan hija del quehacer de Qease y de la obra de Che Melendes, a quien Sofía también lee y cita en sus Celajes, a través de la voz de Kairiana Nuñez. Juan Carlos Fret-Alvira lee a Medina también editor y poeta y, como Lefevre hace un recuento de la obra, aunque sin mostrarse tanto o al menos sin revelarnos los entramados ciegos, pero sí enfatizando en la importancia de su obra por el modo en que la palabra dialoga con aspectos visuales y táctiles. Las tres primeras lecturas tienen en común que quienes leen hablan de textos que combinan los aspectos multisensoriales del poema. El poema contemporáneo que leemos es un poema también indisciplinado, como la reseña que dicen los editores que le interesa: “La reseña que nos interesa resulta, digamos, indisciplinada”, nos explican los editores y continúan: “Esbozo, impresionismo, vista inicial, la reseña busca revivir la experiencia que se tiene al leer un texto por primera vez, las ideas y los pensamientos que de esta experiencia afloran”. (8). Estas son mis flores al 8 número.
También quiero hablar de las casas en este número. Comencemos con la imagen de portada tomada de la pieza fílmica “Celaje” de Sofía Gallisá Muriente (2020). En el filme, lo que comenzó con el deseo de hacer una película sobre su abuela, terminó siendo una película sobre restos, pedazos de cinta dañados en los cuales la pérdida no limita la belleza del paisaje, otros duelos, la historia de unas piedras que cambian de forma y de lugar, el no sitio de las transformaciones, la voz de una de las mejores actrices del país (Kairiana Núñez Santaliz), hablando de las piedras, y la voz de Sofía, hablando de encontrarse en esos pedazos de filme, de helecho y metales abandonados, de carso, con textos del Che Melendes, en refrigeradores en donde se dañó el afán de preservar la memoria. La imagen muestra unas “capturas de pantalla” de una toma de la abuela en la playa en la que se pueden distinguir “los sprockets” o agujeros para aguantar la cinta del filme en las cámaras, momento preciso en que la mano toca el agua. En el filme, se muestra también el proceso fílmico, el trasbastidores, la claqueta de las escenas, la casa vintage de la abuela. En una sociedad en que las abuelas son la mano derecha de las madres, la niñera de la sociedad sin niñera, la casa de las abuelas es un hito del imaginario colectivo, al menos del mío que aún sueño con la casa de mis abuelos en la calle Mckinley de Manatí.
Lefevre nos habla de la casa de su abuelo, presumo que en Arecibo, cerca de la de mi abuela, para hablarnos de las casas en la poesía de Amanda. Sergio Gutiérrez, por otro lado, nos habla también de la casa de su abuela materna en donde se encontraba mientras leía el libro de Erika Fontánez Torres Casa, suelo y título: vivienda e informalidad en Puerto Rico. Sergio no puede evitar pensar en la historia familiar y se detiene en ese libro “que no es de historias, pero que tiene muchísimas”. Esta historia, la de la parcela, comenzó a hacer explícito lo que uno ya sabe, pero que olvida todo el tiempo: que la propiedad es un índice, un señuelo—nos dice Sergio—y que al principio lo que hubo-lo que siempre hay, tal vez-fue, ajá, pero debajo solo suelo y supervivencia”.
Y entonces pienso, hasta qué punto ser una comunidad sin espacios de reseña es leer en la supervivencia, o survival mode, mientras que leer con reseñas, especialmente estas reseñas sustanciales, autobiográficas, de la lectura con disfrute, es leer con casa, o como si de ahí pudiera armarse una casa, con espacio en donde se hace cultura no como material simbólico o como índice de fortuna, como lo hacían los magnates imperialistas que investiga Marta Aponte en la novela PR 3 Aguirre que reseña de Luis Othoniel Rosa, sino como algo parecido al sustento. Cabe detenernos en la reseña de Luis Othoniel porque la misma formó parte de un dossier sobre la obra de Marta Aponte Alsina en la que varios de los escritores incluidos en este número participaron. Para Luis Othoniel el protagonista de este non-fiction es un lugar físico a lo largo de 120 años. Acaso como en La distancia es un lugar del libro de Hernández reseñado por Lefevre. La obra de Aponte traza sin “pizca de melancolía” la relación con un pasado en la que los objetos de estudio cuentan lo que esconden. De los muchos aciertos de la reseña, resulta muy interesante la propuesta de lo que Othoniel llama una “estética de la alegría” como herramienta de lucha revolucionaria en estos tiempos de capitalismo desastroso.
No sorprende entonces que esta lograda reseña se suceda por la reseña de Lo terciario/The Tertiary de Raquel Salas Rivera hecha por Nicole Lachat. En conversación con el hallazgo de Othoniel sobre la estética de la alegría, que contrasta en la obra de Aponte con la violencia y estética del pasado imperialista, y esta misma estética de la alegría como trinchera, Lachat propone que el tratamiento del inglés en el libro de Raquel le da una lección a los lectores anglófonos, a saber, que “el inglés no debe ser privilegiado siempre”. Es decir, la desconexión u opacidad que encontramos en el inglés es equivalente a la que tenemos los hispanohablantes en espacios anglófonos. Esto sin duda me hizo reflexionar sobre la oxigrafía del Che Melendes, la escritura del español fonético boricua, que también vemos en Alejandro Medina y otros poetas. Ese hacerse intraducible en el lector que no es bilingüe, en el caso de Raquel, traduce a crear una opacidad igual de incómoda, reproducir estéticamente la imposibilidad de la experiencia del otre como traducción benjaminiana, cerámica, y más bien como ensamblaje nuevo, más a lo Urayoán, tal como se ve también en el Celaje de Gallisá. Dicho por Lachat, además, con toda la ironía, en inglés.
Otro aspecto que sin duda ayudó a que me gustara tanto el número es que en la mayoría de los casos ya conocía y soy fan de las personas reseñadas como con No lo llames un comeback y no te comas el cuento: Reseña de Te lo buscaste de Velcro, escrita por Isabel Guzzardo Tamargo, quien también es una de las editoras. La reseña de Guzzardo valora los aciertos de la lírica de Velcro en su último álbum Te lo buscaste y a Velcro como uno de los mejores intérpretes de la poesía urbana del hiphop. Y debo decir que, de este álbum, “Una loquera” fue una de mis canciones favoritas de la pandemia. En repeat.
Con Velcro también comienza lo que identifico como el segundo bloque temático del número que tiene que ver más con cómo leemos el Caribe y la cultura de las islas. Guzzardo lo hace reconociendo en Velcro las influencias dominicanas y mexicanas incorporadas en la obra. Por otro lado en El show de la reality en Josefina Báez vemos cómo la escritora polaca Marina Barinova, quien ha dedicado otros ensayos y entrevistas a la escritura boricua, se pregunta sobre la obra de la autora dominicana o dominirrican: ¿Cómo es que me habla y cómo me relaciono con ese texto desde la posición de una mujer europea? En la novela de Báez, Barinova se detiene en ese no lugar aludido en la obra, el “Ni é” como metáfora de un tercer espacio y subraya, así como Othoniel en Marta, a Levente no como uno de esos textos que reflejan la precariedad de la vida bajo las políticas neoliberales con alegría y gracia.
De Barinova pasamos a la reseña Un lugar definitivamente en la noche: a propósito de la poesía de Homero Pumarol de Guillermo Rebollo Gil, a quien casualmente le dediqué mi primera reseña literaria en 2005 con la presentación de su texto Teoría de conspiración, y con quien también comparto el amor por la obra de Pumarol, poeta y performero dominicano, figura de culto y mítico bloguero. La reseña de Rebollo Gil resulta nostálgica porque se trata de una reseña que te deja con cierta desesperanza ante la espera por nuevas publicaciones de Homero Pumarol en su blog Hugo de china. Esta reseña aporta a la selección el carácter lúdico de quien pone en práctica en la reseña el hallazgo de la lectura, cuando declara no ser crítico por preferir lanzarse al infinito de la interpretación.
Con Los placeres del texto: Marta Aponte reseña una novela de Carlos Fonseca, nos encontramos con la única autora reseñada que también es reseñista del número. En el texto, Marta nos habla de la novela Coronel lágrimas, cuyo protagonista es un filósofo matemático con muchas vidas acumuladas para reflexionar sobre el placer de la lectura a través de los placeres formales de la estética de la novela. Así como la simetría que nos señala Luis Othoniel en la novela de Marta, Marta señala un afán perfeccionista en la de Fonseca, una ambición de cierta coherencia radical “que el filósofo busca mientras que el poeta encuentra”, dice citando a María Zambrano.
Finalmente, el número termina con la reseña Los lenguas cortadas de Laura García sobre la novela del autor canario Cirilo Leal, que trata de la invención de la historia de los pueblos originarios canarios a través de la novela. Con esta, sus editores quieren proponer también el Puerto Rico Review como lugar para pensar “en la isla” y en “lo archipielágico” más allá de nuestro entorno antillano para identificar, y cito “esa conexión inevitable entre Canarias y otras islas colonizadas”.
Tras leer el número, queda decir que me sobrevive la satisfacción de que la gente está leyendo con placer, que con la lectura seguimos trazando nuevas genealogías y pensando problemas estéticos con fe de que nuestras lecturas logren ejecutar cambios radicales en la realidad. Y regreso finalmente al detalle de la portada, los agujeros de la rueda fílmica en los que se aguanta el riel, pero que aquí se muestra como costura, trazo o huella que invita a leer y hacer comunidad. Hagamos reseñas que muestren las ligas, aleros y engranes que nos sostienen.
Texto leído originalmente en la presentación de la revista el jueves, 17 de noviembre del 2022 en la Librería La Esquina, Río Piedras.