Fábulas de conejo y Cazador (fragmento)

La puerta está entreabierta y ella se asoma a mirar. Ahí se suspende la luz húmeda que sólo existe en esa latitud, la luz que puede sentir pulsando desde lejos y que se acerca lenta como la pluma errante, la luz que al llegar, por fin, se posa en la piel.

Late.

En esa luz puede distinguir los contornos de Cazador. Quiere verlo, mirarlo desde su guarida detrás de esta puerta entreabierta. Se le ocurre que podría persistir largo así, mirando, recorriendo cada parte de ese cuerpo con la vista que desde nacer le ha permitido alcanzar el objeto de su hambre, con la mirada que lanza hacia la cosa, que retumba en las yemas de los dedos en ese placer roto.

Lo mira y siente el golpe tras el párpado.

Una mano abre la puerta del todo. Y brota la luz sorda.

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