Especial para En Rojo
¿Cómo es que la serenidad de un atardecer tropical termina convertida en un asunto político? Habrá quienes acusen al artista Ludwig Medina Cruz de politizarlo todo, como si con la política se mancharan los colores de nuestros hermosos paisajes, o como si fuera un acto deliberado de dañar las pocas cosas buenas que nos quedan; cabría preguntarse, antes de acusarle, si en verdad nos quedan esas cosas buenas. En su ejercicio de abstraer elementos del paisaje puertorriqueño hasta llevarlo a una síntesis a base de color y una composición reticular, el artista plantea esta y otras preguntas puntuales sobre el porvenir de nuestro paisaje, que a su vez es una expresión mínima de nuestra geografía.
El paisaje politizado no es cosa nueva. La clasificación como un género menor que históricamente se le ha dado al paisaje rivaliza con el hecho de que frecuentemente el paisaje está presente en los géneros mayores: el religioso y el histórico; nada más político que el paisaje en una escena histórica de batalla, que además tiene una intención religiosa, como lo es el Exvoto del Sitio de San Juan por los Igleses, (c.1797) de José Campeche. Por supuesto, esta no es la política partidista y la politiquería a la que lamentablemente estamos acostumbrados en Puerto Rico y por la cual vemos con malos ojos las instituciones gubernamentales y los procesos políticos. En cambio, Medina Cruz parte de una concepción de la política como la toma de decisiones colectivas y la acción directa del pueblo ante las problemáticas urgentes que nos aquejan como pueblo; algo que puede sonar a anarquismo pero que se alinea más con la democracia participativa y la acción conjunta que ha surgido naturalmente como solución ante las emergencias provocadas por fenómenos naturales durante los últimos años. Estas gestas de pueblo contrastan con los millonarios negacionistas del cambio climático en tiempos de los supuestos “alternative facts” y los “fake news” (que no es casualidad el que sean términos que utilizamos en inglés, sin traducirlos). Desde este marco de referencias, antes que tratar cualquier otro tema, las pinturas de Medina se contextualizan como reacción a la transformación acelerada del paisaje costero debido al cambio climático y cómo afecta de manera desproporcionada a las islas del Caribe.
Antes de entrar en los méritos conceptuales, es apremiante el abordar las características físicas de las pinturas de Medina Cruz, pues estos no son los usuales paisajes que encontraríamos decorando un cuarto de hotel con “playa privada”. Aunque ciertamente sus piezas cuentan con un atractivo peculiar por su paleta brillante –producto de las referencias que utiliza– y la simplicidad de sus formas, el elemento más característico de esta serie es la cuadrícula que utiliza el artista para reducir los paisajes a sus elementos mínimos: el esquema de colores y la composición. Como resultado, la huella de una centenaria relación tensa entre pintura y fotografía cobra importancia al considerar la gran importancia de la fotografía digital en la cultura consumerista actual en la que casi todo aparato electrónico debe incluir una cámara con decenas de megapíxeles; no es raro encontrar, por ejemplo, que la única diferencia entre dos modelos del mismo celular es que uno incluye una mejor cámara que su versión anterior.
Existe un consenso entre historiadores del arte acerca de que la fotografía liberó a la pintura de su rol documental; es decir, que a partir del desarrollo de la fotografía en el siglo XIX ya no hizo falta que los pintores imitaran la naturaleza. Esta tecnología hizo mucho más sencillo y rápido el obtener una imagen precisa de la realidad, y le permitió a la pintura enfocarse en lograr aquello que no se podía obtener apretando un botón. Sin embargo, a casi dos siglos de que apareciera la cámara fotográfica, aún hay pintores que insisten en “retratar” con sus pinceles. En un giro irónico, los pintores hiperrealistas utilizan fotos de alta resolución y la última tecnología, para pintar los más mínimos detalles, aquellos que a simple vista sería muy difíciles captar. Medina Cruz, en cambio, se ubica en el punto opuesto de esa relación centenaria entre fotografía y pintura, utilizando los elementos característicos de la tecnología digital para pintar cuadros –tanto literal como figurativamente– que sintetizan la captura de luz de la cámara.
Hace décadas que nuestro manejo de la fotografía ya no contempla un entendimiento del papel foto-sensitivo, pues casi cualquier aparato electrónico captura imágenes utilizando censores, e instantáneamente se muestra las imágenes en pantallas de cristal con celdas lumínicas diminutas. Así, resulta poético el hecho de que automáticamente pensamos en las pinturas de Medina Cruz como en “paisajes pixelados” porque crea un oxímoron visual a base de la relación entre tiempos pasados que se juntan en el lienzo y la advertencia de un futuro incierto que se produce al interpretarse en su conjunto. Hablamos de tiempos pasados, en plural, pues el artista utiliza la pintura –un medio análogo desarrollado previo al surgimiento de la fotografía–, y además incurre en una estética que apela a un pasado más cercano, al de las décadas de los 1980s y 1990s, cuando la resolución que los aparatos electrónicos hacían ver las imágenes cuadradas y hasta cómicas. Para toda una generación, vendrá a la mente un videojuego o aparatos hoy obsoletos, como los “beepers”; sin embargo, esta esquematización de colores, a la que podemos llamar “retro”, al aplicarse al género pictórico paisajista, nos deja una serie de horizontes empañados que auguran un futuro incierto.
Es importante estipular que el artista llegó a la solución abstracta presente en esta muestra desde su propia exploración con la cámara de fotos; pero no es menos cierto que este tipo de obra se inserta en la tradición pictórica de la abstracción geométrica de bordes duros (“Hard Edge”), la cual se originó en la década de 1950. Al llegar a la misma solución siguiendo una ruta distinta, la obra de Medina Cruz nos recuerda que la abstracción surgió en múltiples culturas, siglos antes de que se convirtiera en el fenómeno pictórico de la postguerra que hoy reconocemos como revolucionario. Por poner un ejemplo, existen meandros cuadrados en la Grecia Antigua, así como patrones idénticos a estos en textiles Mayas y en la arquitectura de la antigua China. Por otro lado, existen muy pocas cosas tan universales como el horizonte como frontera que no podemos alcanzar; de modo que los paisajes de Medina Cruz dialogan con múltiples tradiciones artísticas.
Si el cambio climático ya es un tema de geo-política, a esto se añade el neocolonialismo que experimenta Puerto Rico y que cobra particular relieve ante el activismo actual en la defensa eficaz de nuestras playas, gesta de un sector del pueblo que no puede describirse como menos que heroico. Como si no fuera ya un problema de envergadura la politización general con de la opinión científica experta en temas climáticos y hasta en la naturaleza misma del horizonte como la ilusión óptica que resulta del fenómeno de la refracción (pues existe una gran comunidad de terraplanistas en pleno siglo XXI), debemos añadir el momento histórico en el que se realizan las piezas presentes. Aunque en Puerto Rico se han construido hoteles a orillas de la playa durante toda la mitad del siglo XX, la práctica de privatizar playas por parte de inversionistas locales y extranjeros, –de modo ilegal, pues nuestra constitución lo prohíbe– pone en riesgo nuestro acceso al paisaje que Medina Cruz sintetiza en su obra. De hecho, la serie presente forma parte de un proyecto mayor que incluye un mural en La Casa de Arte y Cultura ubicada en la Playa de Ponce, un proyecto comunitario con la misión de resistir y frenar el desplazamiento y la gentrificación que experimenta esta comunidad. Un detalle que no es evidente pero sí sumamente importante es el hecho de que estas pinturas han utilizado como referencias fotografías tomadas por el propio artista y todos son paisajes costeros del Mar Caribe.
Mediante una solución plástica que remite a la obra de Ellsworth Kelly y a Luis Hernández Cruz, utilizada de tal modo que añade una reflexión tecnológica, mientras aborda un tema local a base de un género pictórico milenario –el paisajismo–, Medina Cruz ha logrado una pintura de actualidad sin desligarse de la historia del arte, sino que abrazándola. En este ejercicio, el artista apela a la concepción popular del horizonte como el porvenir, ese espacio imaginario al que nos aproximamos a sabiendas de que nunca lo alcanzaremos pero que, según plantea Fernando Birri en voz de Eduardo Galeano, es una utopía que nos sirve para continuar caminando. Borrosos, inciertos, posiblemente tormentosos aún en su calma belleza, los horizontes que se desdibujan en los paisajes de Ludwig Medina Cruz nos anuncian la necesidad de concientización sobre nuestro espacio geográfico y de “trazar una línea en la arena” con respecto a su situación política y ambiental.