La cultura y su dimensión colectiva

Reflexionar en torno a la cultura es adentrarnos a universos distintos y de manera simultánea. ¿Acaso es esto posible? Pensemos, por un instante, en la complejidad de este concepto que, desde la palabra misma –y a través de sus acepciones–, ya nos advierte de sus entramados, conexiones y tensiones diversas. Sí, es un concepto complejo. Lo es desde los intentos de su definición –y a partir del 1871 el ser humano se ha ocupado de esta ardua tarea desde una perspectiva más amplia y antropológica que daría paso al cuestionamiento y, tal vez, al solapamiento de significados– hasta sus imágenes y expresiones en una sociedad determinada. Ciertamente, ello está relacionado: palabras e imágenes. El espacio de encuentro de esta correlación es un tiempo –o varios– y algún escenario. Y a esto le añadimos el elemento de la existencia humana.

Es con la presencia del “ser” en mente que nuestra reflexión se originó: universos distintos paralelos. No es ficción. Es nuestra realidad existencial. Y ello es posible precisamente por la existencia humana. Cada persona es un universo. Compartimos experiencias, cierto. También expectativas. Pienso en el “tiempo histórico” “koselleckiano”. No obstante, una singularidad espiritual [y universal] –una dimensión interna y extensa– nos conforma y ello interacciona con nuestra dimensión externa; con lo cultural. Nuestra corporeidad tiene funciones de frontera. A ambos lados está lo que caracteriza a la humanidad: dentro y fuera. También arriba y abajo. La cultura es un “todo complejo” –así inicia Edward Barnett Tylor su definición del 1871 previamente aludida– que se fragmenta según las experiencias y expectativas que integran al universo de cada ser.

¿Qué representa la cultura en cada sociedad o país del mundo? Múltiples imágenes, símbolos, ideas, significados, comportamientos, sentimientos. ¿Y cuántas personas habitan en un país determinado? Es que en la complejidad de la cultura nos podríamos desorientar y no encontrar la brújula de la comprensión. La cultura nos podría distanciar unos de otros, así como unirnos. De igual manera, nos podría limitar o, por otro lado, expandir nuestra mirada. En la vida siempre nos encontramos con estas ambigüedades e incertidumbres. No es exclusivo del ámbito cultural. Se extiende a otros escenarios sociales. ¿Religión? ¿Política? Ambas integran el amplio espectro de la cultura en una sociedad. La cultura es inmensa, al igual que su fuente de origen: el ser.

Dicho todo esto, ¿cómo definir la cultura puertorriqueña? Podríamos realizar el ejercicio de preguntarle a cada puertorriqueño y puertorriqueña y las contestaciones serán distintas. No lo dude. Recientemente, estuve en una reunión de los centros culturales que se mantienen activos en Puerto Rico y fui testigo de ello. Los mismos que continúan su lucha por existir en medio de la precariedad económica, la corrupción política y la falta de solidaridad y voluntad que intenta imperar en la sociedad colonial. Mientras escuchaba a las y los diversos líderes culturales, reflexionaba acerca de la fragmentación en la cultura. Y es que la cultura tiende a ello. Ya he argumentado al respecto. No obstante, ahí están ellas y ellos. Unidos por un propósito: la cultura puertorriqueña. Trascienden la fragmentación y se centran en el todo. En lo colectivo.

A pesar de la complejidad aludida, cuando la cultura nos remite a la solidaridad y a la unión es que logramos reconocer la dimensión colectiva de la cultura. Es en esta remisión que se difuminan las distancias y las limitaciones de la propia cultura. Es parte de su dialéctica “natural”. Esta naturaleza no se puede suprimir. No obstante, nos puede servir de estímulo para centrarnos en lo constructivo y creativo inherente a la cultura. Y a ello apuestan los líderes de los centros culturales. Me refiero a las y los líderes que escuché en la reunión que tuvo lugar en Ponce, el domingo, 5 de marzo del presente año. Esto es evidente por el simple hecho de existir todavía.

Por último, es necesario preguntarse, ¿a qué apuestan las personas que tienen alguna injerencia en las esferas de poder de cada municipio y en el gobierno en general? Aquellas y aquellos que miran a la religión –no a la espiritualidad– como una extensión de su poder y apenas pueden mantener una conversación seria, estructurada y puntual acerca del ámbito cultural en Puerto Rico y de lo propiamente puertorriqueño. Las mismas personas que piensan que pueden censurar símbolos y expresiones de la cultura porque simplemente no están alineados a su credo religioso. El fundamentalismo se disfraza de buen servicio público. Ponce lo ha experimentado recientemente. La realidad es que todo el País a diario. Es nuestra responsabilidad rechazarlo y denunciarlo como ya se ha hecho en diversos foros y espacios. A este rechazo y denuncia me uno.

Arelis es doctoranda en Historia, UPR-Río Piedras.

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