Contextos complejos
En un volumen que publiqué en 2003[1] me propuse discutir un asunto olvidado por la historia cultural de la política puertorriqueña. Me refiero a la relación entre el separatismo independentista confederacionista de la segunda mitad del siglo 19 y el independentismo nacionalista moderado y radical de la primera mitad del siglo 20. La reflexión estaba dirigida a explorar el efecto del 1898 en la lucha por la soberanía. El separatismo independentista confederacionista extendía sus raíces hasta el 1864, maduraba tras la derrota de la Insurrección de Lares (1868) y el estancamiento de la Guerra de los 10 Años (1868-1878) en Cuba, y se profundizaba en el marco de la Gran Depresión (1873-1896) y el auge del imperialismo europeo en África. El independentismo nacionalista moderado y radical respondía a la crisis de la confianza en el régimen estadounidense manifiesta entre 1903 y 1904 en un sector de la clase política local, crecía entre 1922 y en 1930 con la escisión de dos nacionalismos que chocaban con el Partido Unión, convivía con el socialismo amarillo y rojo y dominaba el panorama ideológico hasta fines de la década de 1950.
Los discursos de una y otra vertiente eran distintos. Se trataba de dos formas de construcción de la identidad y la soberanía diferentes. Todo sugiere que en el entorno del separatismo del siglo 19 y en el del independentismo del 20, el proyecto identitario y soberano divergía: una nación colectiva identificada con las Antillas y la República de Puerto Rico no eran lo mismo a pesar del trasfondo republicano común a ambas. El antillanismo de fuerte entronque geopolítico, económico y secular como proyecto modernizador que despreciaba a España y al cual apelaron los rebeldes antes del 1898, en especial Ramón E. Betances; se transformó en la primera década de dominio estadounidense en un antillanismo cultural que evaluaba el pasado hispánico, su lengua y su fe como un legado monumental que debía ser rescatado y reproducido, según afirmaba José de Diego.
La antilogía mayor se relacionaba con las representaciones de España y Estados Unidos en el contexto de una geopolítica compleja. En general, para los separatistas del siglo 19 España era un enemigo del progreso y un estorbo para la modernización mientras que Estados Unidos se proyectaba como un apoyo más o menos confiable para aquellos fines. Ello condujo a que algunos separatistas propendieran hacia la anexión a Estados Unidos, José Francisco Basora o José Julio Henna por ejemplo; mientras otros, Betances y Eugenio María de Hostos en especial, preferían la nación colectiva identificada con las Antillas que afianzara sus lazos con Hispanoamérica y Europa y tomara distancia de Estados Unidos. A pesar de los múltiples encontronazos entre anexionistas e independentistas, el separatismo subsistió unido hasta la guerra del 1898.[2] El elemento en común de ambos sectores era la necesidad de desespañolizar a Puerto Rico.
Para los independentistas del siglo 20 el asunto era más sinuoso. Algunos vieron en Estados Unidos un aliado del progreso y un apoyo para la independencia hasta fines de la década de 1920. El citado De Diego en el Partido Unión desde 1904 y José Coll y Cuchí, uno de los fundadores del Partido Nacionalista, en 1922 lo veían de ese modo. Para aquellos la soberanía se debía construir en buenos términos con Estados Unidos. Otros como Rosendo Matienzo Cintrón y Rafael López Landrón, desconfiaban del capital monopólico o trustista estadounidense y articularon un proyecto de resistencia en 1911, el Partido de la Independencia, dispuesto a prescindir de Estados Unidos. Pedro Albizu Campos en 1930, en medio de la Gran Depresión (1929-1939), culminó el proceso fundador de la retórica antimperialista en Puerto Rico con un fuerte acento político y cultural. El énfasis del discurso de 1911, social, fraterno, igualitarista, horizontal, antiespañol y antiestadounidense; cedió en 1930 al nacionalismo esencialista, corporativista cristiano, vertical, hispanófilo que dominó la retórica independentista hasta fines de la década de 1950. El elemento en común de ambos sectores era la necesidad de reespañolizar a Puerto Rico.
El arreglo político de 1952, el ELA; y el arreglo económico de 1947, OMO o la industrialización por invitación, fueron en parte responsables de la decadencia de aquella mirada que ya no daba para más. Puerto Rico demolió de forma atropellada un ordenamiento agrario con sus hábitos culturales y levantó de sus cenizas un ordenamiento industrial con los suyos. Una serie de factores globales favorecieron el éxito parcial de aquella retórica propia del PPD y sus comentaristas. El optimismo de la posguerra, la reconstrucción y el bipolarismo maniqueísta dominante revalidaron un cambio ambiguo, plagado de zonas oscuras.
Un inconveniente historiográfico es que, por las necesidades de la lucha por la soberanía, la continuidad entre el separatismo del siglo 19 y el independentismo del siglo 20, se presume y no se problematiza. Las luchas por la emancipación política de Puerto Rico entre 1860 y 1950 no fueron homogéneas: la libertad, en última instancia, significaba diversas cosas. Los debates al interior del separatismo y el independentismo, un tema que usualmente se evade, hablan de la riqueza intelectual de un discurso devaluado desde ciertos focos de poder intelectual. La situación es, en parte, resultado de la imagen que el orden hispano y sajón les impuso como propuestas subversivas.
Comprender la heterogeneidad del pensamiento separatista e independentista en sus esfuerzos por articular la emancipación política de Puerto Rico, puede servir para enfrentar uno de los grandes clisés de la historia cultural de la política. Me refiero a la concepción de que aquellas propuestas han fracasado por su falta de unidad y su fragmentación. Un argumento similar podría esgrimirse para explicar el fracaso del anexionismo y el estadoísmo, ideología plagada de tantos debates internos como el separatismo y el independentismo, asunto que habrá que comentar en otro momento.
¿Qué hacer? Independentistas moderados y radicales a principios del siglo 20
Las contradicciones también florecieron al interior del independentismo nacionalista moderado y radical entre 1904 y la década de 1960. La mayor parte de ellas pueden ser comprendidas al socaire del pasado confuso que he referido. El Partido Unión (1904-1922), pretendió sintetizar todas las alternativas no-coloniales en un frente común: estadidad, self-government e independencia.[3] Cada una de las posturas de la Base Quinta reinscribía y reformulaba ciertas aspiraciones y prácticas políticas del siglo 19 ajustándolos a la realidad del 20. El estadoísmo revisó al anexionismo y, sin España en el escenario, se desentendió de la separación, un concepto ambiguo que acabó sugiriendo la independencia. Los remedos del autonomismo moderado de 1887 se reinvirtieron en el self-government. Y la independencia se distanció del confederacionismo antillano formulado por Betances y Hostos, por un lado, y José Martí y Gregorio Luperón, por otro, y adoptó el lenguaje de la Nación Estado como principal opositor de la estadidad.
El partido/frente amplio unionista nunca tuvo la capacidad de representar a todos los convocados, como era de suponerse. La retórica de Luis Muñoz Rivera, imponente, lírica y confusa, interpretó a la estadidad y la independencia como estatus que resultarían de un largo periodo de self-government. En la práctica el unionismo actuó como un partido autonomista moderado comprometido con frenar el avance de las ideas extremas, función que también cumplió el Partido Popular Democrático desde las elecciones de 1944. Todo sugiere que, en ambos casos, aquella actitud garantizó su éxito electoral.
De otra parte, un fragmento significativo del estadoísmo siguió vinculado al Partido Republicano Puertorriqueño y a su caudillo José Celso Barbosa. La estadidad imaginada por Barbosa o por Luis Sánchez Morales en el seno del republicanismo dependía mucho de las concepciones autonomistas radicales de 1887 que distanciaron a Barbosa y Muñoz Rivera hasta el fin de sus días[4]. Por último, De Diego nunca representó a todo el espectro del independentismo nacionalista moderado y, a pesar de que el nacionalismo radical de Albizu Campos lo convirtió en su icono preferido, la distancia entre ambos era notable. El respeto que ambos abogados manifestaban por el autonomismo del siglo 19 fue crucial en el congenio. La independencia con el protectorado de Estados Unidos imaginada por De Diego estaba más cerca de la autonomía moderada de 1887, del plattismo neocolonial que se aplicaba a la República de Cuba y, si uso el lenguaje de Betances, equivalía a una “media independencia” que el separatismo independentista confederacionista había rechazado[5]. En el fondo la postura de De Diego reconocía la “incapacidad” para la independencia absoluta del país y no difería mucho de la “colonia autónoma” de Sánchez Morales.
En última instancia entre la crisis legislativa de 1909 y la crisis económica del 1913, la relación entre el independentismo nacionalista moderado y Estados Unidos se hizo más tensa. El estadoísmo, como lo demuestra la lectura de la correspondencia de Barbosa, viejo autonomista radical, y Roberto H. Todd, viejo separatista anexionista, empezó a desconfiar del compromiso de los republicanos estadounidenses con su causa. El ascenso de los demócratas al poder y la Gran Guerra de 1914, alteraron el juego político en la colonia. Sobre aquella base no era posible darle una respuesta contundente a Estados Unidos. El intento más coordinado y progresista fue el que ejecutó el Partido de la Independencia (1912-1914).[6]
Me parece, y este es un riesgo teórico que me tomo, que si el Partido Unión no fue sino un “partido autonomista moderado comprometido con frenar el avance de las ideas extremas”, entonces la historia de la lucha por la independencia debería comenzar con la poco conocida experiencia política del Partido de la Independencia desde 1912. La amnesia respecto a aquel esfuerzo puede explicarse porque sus posturas colisionaron con la mirada del unionismo y De Diego, los iconos del independentismo nacionalista moderado.
Tensiones: aquellas querellas entre gente culta
Entre 1904 y 1918 el independentismo no poseía un discurso identitario y un proyecto de soberanía uniforme. La perspectiva del Partido de la Independencia, del Partido Unión de Puerto Rico, así como la del Partido Nacionalista de 1922, eran desiguales. Las pugnas más agrias se dieron alrededor de contradicciones irresolubles, a saber:
- El debate entre la independencia con el protectorado de Estados Unidos de De Diego versus la independencia en pelo de Matienzo.
- El desacuerdo en torno a si Estados Unidos era un potencial aliado o un potencial enemigo de la independencia.
- La oposición entre una concepción nacionalista, vertical y jurídica de la relación entre Puerto Rico y Estados Unidos propia de De Diego, ante una concepción social, horizontal y económica de la relación entre Puerto Rico y Estados Unidos propia de Matienzo Cintrón.
- La discrepancia en cuanto al lugar que debía ocupar el pasado hispánico en el desarrollo de la identidad y la búsqueda de la soberanía, cuestión que oponía la hispanofilia clerical de De Diego, al antihispanismo, la voluntad desespañolizadora y el secularismo de Matienzo.
Tras el conflicto presupuestario del cual derivó la huelga legislativa de 1909 y el inicio de las discusiones sobre la posibilidad de imponer la ciudadanía estadounidense colectivamente a los puertorriqueños en 1911, el independentismo comenzó a revisarse teóricamente. Una serie de asociaciones cívicas y culturales, tales como el llamado Partido Independiente, la Asociación Nacionalista y la Asociación Cívica Puertorriqueña articularon un discurso a favor de la independencia en pelo defendida por Matienzo. En 1912 ya se había fundado el Partido de la Independencia, organización que de Diego criticó en el artículo “¡Alerta y en guardia!” recogido en sus Nuevas campañas.[7] La cruzada internacional para recabar apoyo a la independencia de Puerto Rico ejecutada por De Diego en 1916 y la profundización del debate en torno a la ciudadanía estadounidense en 1917, el cual involucró a figuras como Luis Lloréns Torres y Antonio R. Barceló, enriquecieron la discusión.
Debates ideológicos y jurídicos aparte, el ambiente fue terreno fértil para el desarrollo de complejos ataques personales que la densa cultura literaria de los antagonistas y su peculiar apropiación de un presente complejo, convirtieron en verdaderas joyas literarias. Con “Alí-Biberón, Califa de la Isla de Pasmos, Tigelino su consejero y unos Jóvenes Turcos” (1912) un texto dialogal denso de Matienzo, se estableció la pauta y el tono.[8] El lenguaje del autor posee una sugerente y paradójica “oscura transparencia”. El lector se encuentra ante una sátira agresiva de aliento volteriano que recuerda la narrativa betancina de fines del siglo 19. Cualquier genealogía del humorismo y la sátira política puertorriqueña debería mirar en esa dirección.
“Alí-Biberón” no era otro que el gobernador George Colton, un ranchero y militar que gobernó a Puerto Rico entre 1909 y 1913 que residía en la calle Allen con su hermana Margarite y tres sirvientes. El nombre sugiere su situación de autoridad. Alí es un derivado de Alá por lo que resalta su poder. A la vez que sugiere su pasión por el licor: “biberón” es una palabra francesa que en el siglo 19 sugería una borrachera atroz.
“Pasmos” simbolizaba el Puerto Rico paralizado o anonadado que veía el autor. “Pasmo” es un concepto utilizado en Puerto Rico desde el siglo 18, está registrado en la historia de Iñigo Abbad y Lasierra, que sugiere un padecimiento diverso propio de las zonas tropicales.[9] De ese modo, el partido Unión de Puerto Rico era presentado como la “Unión de los Pasmados” (19), organización que Alí-Biberón señalaba como “partido separatista” y a la cual estaba comprometido a destruir (20). El grupo separatista, concepción heredada de la retórica del siglo 19, había nacido de la “falta de inteligencia” o acuerdo entre ambos países (19). Para el gobernador era inconcebible su existencia en “esta Isla tan pacífica, tan dulce y tan pasmada o dada a pasmos o trincamientos” (18).
“Tigelino”, remite al Prefecto de la Guardia Pretoriana y consejero principal del emperador Nerón antes de la quema de Roma (64 d. C) y no era otro que de Diego. El poeta y activista de Aguadilla era un “ofidio” o una serpiente malvada y seductora que alardeaba de su cultura clasicista con el fin de impresionar a los “Jóvenes Turcos” sumisos al gobernador Colton (17). El autor evalúa la política como una cadena adulación: los “Jóvenes Turcos” lisonjean a “Tigelino” y este hace lo propio con “Alí-Biberón”. El espacio público era una parodia en la colonia. Designar a los unionistas con el mote de “Jóvenes Turcos” no era otra cosa que un inteligente insulto. El nombre apelaba a una organización nacionalista del fin del Imperio Turco que, con el andar del tiempo entre 1915 y 1923, persiguió a los griegos y organizó el genocidio de los armenios.
De Diego era presentado como la caricatura de un intelectual, un diletante y un elitista que usaba su retórica para evadir la discusión de los problemas medulares del país. Su pedantería y pomposidad romántica era catalogada como antimoderna y retrógrada. “Tigelino” se proyectaba como independentista (separatista a los ojos de Colton) pero aceptaba como Muñoz Rivera que aquel proyecto era “pura teoría” (19) o “metafísica” (20). A ello se sumaba un hecho contundente que siempre revienta los oídos del colono hasta el presente. “Tigelino” dominaba el latín y el francés pero no conocía el inglés. En un aparte con “Alí Biberón” le susurra al oído: “Yous piquingles, Mister” (17). La retórica tradicional o ateneísta de De Diego fue un lugar común en la crítica de sus adversarios dentro del independentismo.
El “Nativo de Pasmos” representaba al pueblo genuino. Matienzo lo proyecta como el único capaz articular respuestas al orden colonial y defender la identidad nacional: “Diga usted de nosotros lo que quiera, que somos indolentes, sinvergüenzas, boca abajo. ¡Pero que nos trincamos! No” (19) Para el nativo la ley Foraker no era otra cosa que una “tiranía con disfraz” (19). Un entendimiento entre Puerto Rico y Estados Unidos era imposible y protestaba el desplazamiento de “nosotros los nativos” por los “patos cojos” o políticos venidos a menos que provenían de Florida, los carpetbaggers o aventureros oportunistas con capital y, claro está, los trust o monopolios que aprovechaban la riqueza del territorio. Matienzo acusaba a De Diego de ser parte de aquel saqueo y de beneficiarse del mismo. La disputa no se quedó allí, por el contrario, se profundizó, como veremos en la siguiente columna.