Pies en la arena

 

 

Especial para Rojo

En un Puerto Rico mestizo, mas no cosmopolita ni transcultural caribeño, los inmigrantes suelen ser invisibles. No son los turistas con los que nos topamos día y noche en San Juan y Condado; son gente de carne y hueso que vive en Puerto Rico, pero cuya existencia nos queda en la periferia. Quizá el ser imperceptible, inimaginable, tiene mucho que ver con números “minúsculos” y estadísticas, que, aunque salen en los diarios, poco nos importan, por tratarse de otro, al que no conocemos, vemos, ni coincidimos. Es así como la indiferencia se transmuta a la ignorancia de la vida y de los problemas de otros que cohabitan con nosotros en una isla que en las últimas décadas ha sido más tránsito que destino.

El largometraje Pies en la Tierra (2023), que estrenó la semana pasada en Fine Arts y que ahora compone parte de una exigua producción local de cine, pone como punto de partida a quienes muchos puertorriqueños, al toparnos con ellos, les viramos la cara por ser eso mismo: extraños con cierta cercanía.

La película se adentra en la vida de Toña, mujer dominicana que escapa de su país natal en busca de ser ciudadana y dejar de ser la “hija de”, “hermana de”; en fin, de conocerse como singular. Su larga estadía en Puerto Rico la ha llevado a conocer su entorno, a simpatizar con su gente, a adaptarse. Esa adaptación es a veces la única forma de nacionalizarse y abrirse a una “mejor vida”.  Esa ilusión de oportunidades se ve tronchada por un accidente que coincide con la llegada de Gregorio, un inmigrante cubano que no pudo acogerse a la política conocida como “pies secos, pies mojados”.

¿Dos soledades que comparten circunstancias suman compañía? Esta es la gran incógnita del filme, además de exponernos a realidades crudas a las que preferimos hacernos de la vista larga.  La historia entrelaza dos vidas en busca de un mismo fin, la codiciada green card que tantos sudamericanos y caribeños anhelan para ser parte de la polis.

La cinta, el segundo largometraje del director Gustavo Ramos Perales, cuenta con la dominicana Judith Rodríguez Pérez y el cubano Eduardo Martínez de protagonistas, respetando así las historias de otros e interpretándolas de manera auténtica, sin que la identidad por si sola medie una transgresión.

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