Quíntuples 2022: una maroma con redes

 

Especial para En Rojo

Quizá es que nuestra sociedad ha desarrollado una estética distinta sobre el teatro. Quizá ahora se conciba el teatro como un circo, un lugar al que acudimos para entretenernos, reírnos, disfrutar representaciones satíricas de nuestra sociedad. Esto podría explicar la proliferación de obras de este tipo en nuestro teatro. Sí, soy consciente de que el arte, en ocasiones, cede ante los reclamos banales de la audiencia porque hay que llenar butacas. Igual, reconozco que hay espacio en la viña del Señor para todo tipo de expresión cultural. A pesar de todo esto, no puedo dejar de sentir duelo hoy, luego de ver la reposición de Quíntuples, dirigida por Emineh de Lourdes y protagonizada por Jacqueline Duprey y Joaquín Jarque.

Confieso que he visto Quíntuples desde su primera puesta en escena por Idalia Pérez Garay y Francisco Prado y, posteriormente, con José Félix Gómez. El primer montaje estuvo bajo la dirección de Rafael Acevedo y el segundo fue dirigido por el autor, Luis Rafael Sánchez y la actriz Idalia Pérez Garay. Confieso también que, en mi opinión, Quíntuples es la mejor obra de teatro puertorriqueño del siglo XX y, como dijo Efraín Barradas, “el inicio de un nuevo teatro caribeño”. Por eso, asistí con cierta aprensión a esta nueva producción, reconociendo el alto nivel de calidad que le precedía.

Si medimos la obra por la respuesta del público, que aplaudió a rabiar, habrá que admitir que fue un éxito. De hecho, creo que es la primera vez que he presenciado esa aprobación abrumadora de la audiencia, precedida por la risa constante ante los parlamentos. Sin embargo, la interacción con el público, que es parte fundamental de esta obra, se limitó a lo mínimo: miradas cómplices, la solicitud del encendedor, la entrega de tarjetas y el recogido de fotos de Soledad Niebla, y la interacción de Carlota y sus moñas. Esas interacciones fueron breves y forzadas, porque la producción se enfocó en la emisión de los parlamentos y la audiencia no fue integrada efectivamente como personaje. Quizá eso explique por qué la audiencia estuvo tan reacia a participar activamente, algo que resultaba más fluido en las representaciones anteriores.

La novedad de esta producción radica en una lectura diferente de este texto y de sus significados. La puesta en escena que vimos estuvo concebida como un carnaval que nos recuerda a la “Comedia del arte”. La representación caricaturizada de los quíntuples y su padre, si bien aprovechó los disparates, chistes y contradicciones de la obra, no permitió el espacio necesario para la representación de la complejidad existencial de los personajes, su lucha interna entre el discurso oficial y el familiar, entre el yo y el otro o los otros. En ese sentido, las actuaciones resultaron llanas, sin profundidad, recurriendo reiteradamente al grito y la silabización. Vimos a una Dafne coqueta, pero ordinaria, sin la sexualidad que le afloraba a Pérez Garay. Sus alusiones a otros personajes, como las que hace de Papa Morrison, fueron burlonas, sin proyectar el respeto al caudillo, tan vital en esta obra. Al pronunciar la fundamental frase “el amor es, por más que lo embelequen, una maroma audaz, un feroz riesgo”, la emisión gritada menoscabó la transmisión de una de las ideas centrales del drama. En el caso de Baby, quien explícitamente representa la problemática de la rebelión contra el “ser según el otro”, el actor no presentó el lado rebelde de Baby convincentemente, quedándose llanamente en la caricatura del “tímido”. Hasta su atuendo, corbata ancha y corta como de uniforme de payaso, ya anticipaba el foco de su representación. ¿Y qué decir de Bianca, un personaje que me es particularmente cercano? Sin conjeturar razones, no hubo vestigio de masculinidad en Bianca. El momento de su“salir del closet” al decir “ella”…. “la persona” pasó casi desapercibido, quizá por la gigantesca pausa que contradijo la necesidad de Bianca de corregirse inmediatamente por su transgresión social. En una sociedad con una sensibilidad más consciente que en la década de 1980, estos pasajes debieron trabajarse con más agudeza. Este descuido en el manejo del guión ocurrió a través de la obra: aquellos momentos en los que los personajes transgreden el “libreto” de Papa Morrison/sociedad fueron opacados o por extensas pausas o ninguna o, como en el caso de Papa Morrison cuando tose para desviar la atención de la confesión por su alegría de haber enviudado, por la constante tos enfermiza que, incluso, casi no permitía entender el monólogo.

Ver esta puesta en escena fue como ver solo la mitad de Quíntuples, solo el espectáculo lúdico. Afuera quedaron los mecanismos de censura, represión y colonialismo plasmados a nivel de sujeto y representativos de la realidad sociopolítica puertorriqueña. Pero, ¿es realmente Quíntuples si se le elimina la problematización, el conflicto del yo vs. los otros, la angustia existencial de unos personajes que comparten con nosotros su decisión de cambiar su vida, quienes nos confían sus secretos la noche antes de que abandonen el espectáculo que ha sido su existencia desde que nacieron? ¿Dónde queda el efecto trágico que causa saber que no hay cambio posible —tan imposible como la improvisación— porque el barco zarpó sin ellos?

La autora es profesora de la UPR en Río Piedras

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