Una victoria que silenciará otras voces: Nominaciones para el Óscar por Mejor Película Internacional

Especial para En Rojo

 

Los filmes nominados al Óscar en la categoría de Mejor Película Internacional nos recuerdan que la peor persona del mundo es uno mismo, especialmente si nos leen desde afuera; nos demuestran cómo un yak en el salón de clases es una presencia sagrada; nos inspiran a encontrar el lenguaje idóneo para expresar nuestras angustias; nos obligan a confrontar los peligros que vive un emigrante; y nos revelan la intervención divina de la mano de Diego Maradona. Cada una de estas películas devela la futilidad de escoger un ganador y lo absurdo de estos premios. ¿Cómo podemos evaluar cinco historias tan diferentes, contadas de modos tan únicos e imaginadas desde experiencias tan diversas? No soy tan denso de pensar que las premiaciones deben ser eliminadas del todo. Los intercambios que promueven los festivales entre críticos, creadores y audiencias de todo el mundo son esenciales para el continuo desarrollo del cine. Sin embargo, los Óscares son únicamente sobre el privilegio de las celebridades, sus diseñadores, las fiestas, y la adoración al estatus quo. Sigo viendo los Óscar porque la charrería de la pompa es irresistible. Y entre esa deliciosa pomposidad se cuelan categorías como la de Mejor Película Internacional que, aunque peca en lo limitado de su escogido, usualmente refleja la diversidad de perspectivas e identidades que otras categorías marginalizan. De hecho, una película como The Worst Person in the World (dir. Joachim Trier, Noruega/Francia/Suecia/Dinamarca, 2021) cuenta el tipo de historia que es tan aparentemente simple que, si no fuera por la categoría de Mejor Película Internacional, pudo haber sido ignorada por la Academia

.The Worst Person in the World se concentra en Julie (Renate Reinsve), una mujer en sus veinte que busca su propio rumbo y explora carreras en la universidad que le podrían atraer y comienza relaciones amorosas con varias personas a las que se siente atraída. De esta manera, comienza una relación con Aksel (Anders Danielsen Lie), un artista de comics mayor que ella (en sus 40) con el que es muy feliz. Con Aksel, Julie explora sus intereses intelectuales (la escritura y la fotografía) y adquiere una estabilidad que nunca había sentido. Pero en esta etapa de su vida, la estabilidad le aburre y, una noche, todo empieza a cambiar cuando conoce a Eivind (Herbert Nordrum). Julie toma decisiones que, a simple vista, la hacen ver como la peor persona del mundo. Sin embargo, la película adentra en el viaje de la protagonista y cómo ella busca su felicidad. La película comienza avisándole al espectador que la historia se dividirá en doce capítulos, un prólogo y un epílogo. Cada capítulo nos revela algo nuevo en la vida de Julie y en sus decisiones. Los diferentes caminos que toma Julie afectan a los demás, pero también responden a una honesta exploración de la vida. La película es muy sencilla y depende mucho del diálogo para que la historia avance. La división de capítulos resalta su enfoque en el lenguaje y le da una cualidad literaria, pero de vez en cuando aparecen momentos mágicos que desafían la cotidianeidad de la historia y nos recuerdan su esencia fílmica. Hay un momento en el que toda la acción se paraliza para captar la emoción alrededor de dos personas que se atraen. Esta magia es precisamente lo que nos demuestra que cada decisión de Julie es esencial para su experiencia, aunque la moralidad tradicional la vilificaría. Aunque no creo que The Worst Person in the World ganará el Oscar en su categoría, esta es una película de mucha sutileza emocional que nos recuerda que la empatía es el elemento central para entender las acciones del otro.

Otra de las nominadas, Lunana: A Yak in the Classroom (dir. Pawo Choyning Dorji, Bután/China, 2019), nos devela la humanidad detrás de las decisiones de su protagonista en un contexto muy diferente al de The Worst Person in the World. La película nos cuenta la historia de Ugyen (Sherab Dorji) que vive en una ciudad moderna de Bután. Aunque le interesa viajar a Australia y seguir una carrera musical, él es maestro y es asignado a una escuela en Lunana, un pueblo aislado en el Himalaya. En lo que el joven espera por una visa para viajar a Australia, Ugyen se va a Lunana y comienza a ejercer como maestro en la escuela. El pueblo es muy pequeño y la escuela no tiene recursos. Aunque Ugyen espera el momento por regresar, el joven decide permanecer cuando conoce a sus estudiantes y a medida que va descubriendo la poesía de aquel lugar entre las montañas. La belleza de la música, de los mitos de la comunidad y de la curiosidad de los niños de la escuela marcarán a Ugyen tanto como al espectador. El lenguaje visual que contrasta la energía de la ciudad con la pausada contemplación de Lunana capta las dificultades en la adaptación del protagonista.

La necesidad del lenguaje preciso para contar una historia se convierte en el trauma que enfrentan los personajes de Drive My Car (dir. Ryûsuke Hamaguchi, Japón, 2021) que tiene una historia compleja por todo lo que logra abarcar. Esas tres horas de duración son necesarias y bien logradas. La historia sigue a Yûsuke (Hidetoshi Nishijima), un director de teatro que descubre que su esposa le es infiel. Este descubrimiento no provoca ninguna reacción en Yûsuke y es un síntoma más de la apatía que define la manera en que la pareja se relaciona con el mundo. A medida que avanza la película, vamos viendo las experiencias que se abren alrededor del nuevo montaje teatral de Yûsuke del Tío Vanya de Anton Chekhov. En la obra, la angustia de Vanya ante su amor frustrado y las limitaciones de su existencia rural reflejan los traumas que marcan las vidas de cada uno de los personajes de la película. Drive My Car tiene unas actuaciones magníficas y cada personaje tiene una escena donde revela la manera en la que ha procesado una experiencia traumática. A través de la película, vemos cómo Yûsuke gradualmente trabaja la obra de Chekhov que concluye con un hermoso crescendo que combina el lenguaje físico del teatro y el cine. Drive My Car nos recuerda lo esencial de la expresión para procesar una crisis y la esperanza que nace de la decisión consciente de seguir viviendo.

La necesidad de supervivencia en los momentos más oscuros de una vida son el foco de la película animada Flee (dir. Jonas Poher Rasmussen, Dinamarca/Francia/Noruega/Suecia, 2021) que combina la animación con algunos momentos de pietaje real que retratan la odisea de Amin en diferentes etapas de su vida y a raíz de su emigración de Afganistán. El protagonista, su madre y sus hermanos logran conseguir una visa para viajar a Rusia, donde permanecen indocumentados. Pero allí las cosas no son fáciles ya que tienen que vivir encerrados en un apartamento para que la policía no los arreste por no tener papeles. Dentro de los peligros e inestabilidad de la existencia del indocumentado, Amin también está lidiando con su homosexualidad. El protagonista tiene que sobrevivir con el prejuicio contra su identidad sexual. A todo esto, el espectador se siente seguro que el protagonista sobrevivirá su odisea porque Amin está contando su historia ya como un hombre que vive junto a su pareja. Pero ¿cuál es el precio que tuvo que pagar para llegar hasta allí? Usar a un Amin adulto para narrar su experiencia revela las marcas profundas que afectarán todas sus relaciones futuras. En este momento, uno se da cuenta que los sufrimientos del viaje nunca terminan. Flee usa la animación para contar experiencias trágicas de maneras similares a Persepolis (la novela gráfica escrita por Marjane Satrapi y la película [dirs. Vincent Paronnaud y Marjane Satrapi, Francia/EEUU, 2008]) y Maus, escrita por Art Spiegelman y publicada en 1991. De maneras similares al uso de la animación en Flee, The Hand of God (dir. Paolo Sorrentino, Italia/EEUU, 2021) es una película autobiográfica que usa el humor para narrar momentos trágicos en la vida del protagonista.

Admito que The Hand of God es la menos que me ha gustado del grupo. Esta película es un coming-of-age al estilo de Belfast (dir. Kenneth Branagh, 2021), que está nominada para el Oscar en las categorías de Mejor Película y Mejor Director, entre otras. Tanto Belfast como The Hand of God tienen momentos bellísimos, pero siguen al pie de la letra la fórmula cinematográfica del joven protagonista que enfrenta una serie de situaciones que resultan en la pérdida de su inocencia. Diferente a Flee, que usa el género del coming-of-age de maneras innovadoras por las experiencias que examina y su formato tan particular, The Hand of God cuenta de manera convencional la vida de Fabietto (Filippo Scotti), un adolescente en Italia durante la época de los 80. El joven tiene una familia inusual: una abuela que entretiene a todos con su misantropía risible; un padre cuya jovialidad suaviza sus infidelidades; una madre que le fascinan las bromas pesadas; y una atractiva tía con problemas mentales que jura haber conocido a San Genaro. La narración visual y la vida del joven tienen bríos del cine de Federico Fellini como también es evidente en otra película de Sorrentino, The Great Beauty (Italia/Francia, 2014). En The Hand of God, las tragedias y los descubrimientos de Fabietto lo llevan a decidir que su futuro está en el cine. No importa que haya visto tan solo cuatro películas, el joven tiene muchísimas historias que contar. The Hand of God es una película buena, aunque no entiendo cómo tomó el lugar de películas internacionales más poderosas como Titane (dir. Julia Ducournau, Francia/Bélgica, 2021) y Madres paralelas (dir. Pedro Almodóvar, España/Francia, 2021), entre otras.

Estoy convencido de que Drive My Car se llevará el Oscar como Mejor Película Internacional por su compleja propuesta, maravillosas actuaciones y una cinematografía que conecta el mundo exterior con la vida interior quebrada de sus personajes. Pero esto es tan solo una victoria pírrica porque el reconocimiento de esta película eclipsará las narrativas tan únicas de las demás películas nominadas.

Artículo anteriorCrucigrama: Edelmira González Maldonado
Artículo siguienteQuíntuples 2022: una maroma con redes