Revisando su carpeta

 

Especial para En Rojo

A Carlos Alberty Fragoso, que hubiera cumplido sesenta y cuatro el 8 de octubre.

Llegué a las carpetas porque escribía sobre la huelga universitaria del 81 y quería aclarar unos datos. Yo no tengo carpeta a pesar de que pasé una temporada con gente que estaba en la mirilla. Carlos sí que tenía, desde que se unió a la FEPI en 1974 con un entusiasmo adolescente que llamó la atención del guardia Israel Santos y del célebre informante de ingrata recordación, Alejandro González Malavé. No es una carpeta muy valiosa para la historia del movimiento independentista ni para el análisis de la persecución política en Puerto Rico. Las debe haber muchísimo más singulares, enjundiosas e interesantes, pero a mí me servía para repasar datos de esos años que además fueron los primeros que pasé en su compañía.

Yo conocí a Carlos en 1979, cuando empecé a andar con la gente de teatro junto a mi amiga Rocío en la Facultad de Humanidades del Recinto de Río Piedras. Él estaba de salida de la FUPI, por razones que ahora no recuerdo, pero continuaba vigilado por el Negociado de Investigaciones por su actividad en la Facultad, por manifestarse como independentista y porque, como averiguamos después, esos guardias no perdían la costumbre de velar gente. Acababa de unirse al grupo de teatro Tablazos, continuador del trabajo del Teatro de Guerrilla, del cual Carlos había formado parte, y al que yo también me había integrado junto a mi amiga Rocío.

La carpeta de Carlos cubría un periodo de doce años desde una reunión de la FEPI el 11 de abril de 1974, cuando todavía no había cumplido los diecisiete, hasta su asistencia a una protesta por el ataque a Libia el 19 de abril de 1986 en el Viejo San Juan, mientras trabaja en su tesis doctoral. Fue el año en el que regresamos temporalmente a Puerto Rico porque su papá estaba moribundo, y pronto nos volveríamos a Amherst por dos años más, a terminar los estudios.

La carpeta tiene dos volúmenes, y es bastante monótona. Comprende, para quien no haya visto una, mayormente de informes de asistencia a mítines, marchas, conferencias y protestas. Las fechas, día por día, revelan una intensa actividad de parte suya y una estrecha vigilancia de parte de los encubiertos. Hay varios resúmenes, formularios y tarjetas preparados para esos fines, con firmas de mecanógrafas, guardias e informantes. Los documentos se vuelven repetitivos y van revelando las fórmulas que utilizaban rutinariamente para la redacción. Los de 1974-1975 registran reuniones y actividades de los jóvenes de la FEPI, algunas fiestas (casi siempre en casa de Javier Colón Morera), algún desvío a la playa (un Viernes Santo que debían pasquinar) y hasta un rumbón-protesta por las escuelas secundarias públicas del área de San Juan. A partir de su ingreso a la UPR y, por lo tanto, a la FUPI, en 1976, hay informes pormenorizados de discusiones y debates en las reuniones, más listas de asistencia a piquetes, algunos relatos sobre eventos de la huelga y una vista disciplinaria a la que fueron sometidos varios fupistas por pintar las paredes de la Facultad.

El 1ro de octubre de 1976 analizan unos documentos, no dice de dónde los sacaron, pero Carlos los había dado por perdidos una noche de juerga en el Festival de Claridad. Me contó que se había montado en una machina con una amiga y al regresar a su casa de madrugada descubrió que los había perdido. Años después los encontraría en las carpetas: el carnet rojo de militante del PSP, su licencia de aprendizaje, la tarjeta de seguro social, la identificación de estudiante de la UPR y su programa de clases del primer semestre de 1976. Lo que no recordaba haber perdido era un «diario de su propiedad» que investigó la policía con detenimiento, y en el que hacía anotaciones de actividades y ponía nombres de personas con sus teléfonos. El resumen del diario hasta el 20 de noviembre incluye: anotaciones para sí mismo («Pasar por el local a recoger libro») y citas para ensayos, asambleas, ventas de Poder Estudiantil y Claridad, y guardias en el comité central de 7am a 6pm.

La carpeta me revela otras sorpresas. Encuentro un curioso informe de una sesión de crítica y autocrítica del 13 de noviembre de 1975, y lo que se dice de Carlos me hace sonreír: «Su trabajo político es satisfactorio. Suele hacer bromas que no se pueden entender como comentarios serios o como bromas». Quienes lo conocieron deben recordar muy bien esa manía suya de comentar irónicamente sin procurar que lo siguieran o lo entendieran, como para un interlocutor imaginario, característica que debió haber provocado, sin que él lo advirtiera, más alarma en quienes lo vigilaban. Posiblemente, por ejemplo, este comentario impertinente, consignado en el informe de la reunión del 31 de agosto de 1974, fue malentendido porque aún no conocían su humor: «Estuvieron informando la situación en cada escuela. Carlos Alberty comentó que si nadie conocía un contacto de explosivos, etc., para tirar la verja de la Esc. Osuna y le contestaron que eso no se debía discutir allí en esa reunión; que evitaran esos comentarios.»

De vez en cuando, el relato revela la tierna juventud de todos los concernidos: «Opinaron que no era correcto salir a pasquinar por la visión que pudieran crearle al público al realizar este acto un viernes santo. Decidieron irse a la playa. […] Salieron hacia la playa de Isla Verde. Estuvieron hasta aproximadamente 3:45PM. Regresaron y fueron a comer pizza en Joe’s Pizza». Entre los asistentes estaba Alejandro González Malavé, que seguramente rendía el informe, y pienso en lo cerca que están a veces en la vida el candor y lo tremendo.

Yo rebuscaba principalmente entre los papeles de 1981-1982, cuando ya estábamos estudiando en Amherst, Massachusetts, lo que se registraba allí de sus actividades, porque las suyas eran posiblemente las mías durante esas vacaciones invernales que vinimos a Puerto Rico, durante la huelga de 1981.

Después de un rato, lo encontré. Gracias al espía que nos seguía, hallé constancia de mi presencia en la asamblea estudiantil del 20 de enero de 1982. Debía ser yo la tal «Sonia, la novia de Alverti» [sic] que aparecía en la lista de cuarenta subversivos de entre los cuatro mil estudiantes que asistieron ese día. Revisé el documento y encontré nombres de conocidos que, además, luego nos acompañaron el resto de la vida, al menos de la suya, que concluyó en mayo del 2019 y a cuyo funeral asistieron numerosos «subversivos» de esos años.

De entre todos los documentos del 81, me pareció curioso el relato que hace el informante de la marcha contra la Marina en Vieques, el verano antes de irnos a Amherst y que comenzara la huelga en la UPR. Tengo recuerdos fragmentados de esos tres días. Fue una locura, pero éramos jóvenes entusiastas e íbamos con amigos, sin saber que también iba el misterioso delator. Fue una jornada agotadora, pero recuerdo que nos divertimos a pesar del cansancio, que nos reímos mucho, que llegamos desbaratados a Vieques, que acampamos en la playa demasiado cerca del agua y nos dio trabajo regresar en la oscuridad. El informante parece que, aunque hizo el recorrido, no cogió la lancha, porque informa solamente hasta Fajardo. Es interesante el recuento que hace, a veces en plural, en el que se refiere a los «muchachos» como si acompañara a un grupo de excursionistas: «El viernes, 5 de junio de 1981, se salió de la Plaza Pública de Río Piedras, a las 8:00 a. m. Tomaron toda la 65 de Infantería. Se hicieron como promedio de siete paradas en el trayecto hasta Luquillo, para tomar agua, descansar y a las 12:15 p. m., una parada para almorzar. Luego seguimos el trayecto hasta Luquillo. Los muchachos pernoctaron en el Parque de Luquillo, algunos regresaron a sus casas. Se llegó a Luquillo a las 7:00 p. m. Después de bañarse y cenar se acostaron en casetas de campaña y en una carpa que se había preparado para dormir. Se acostaron a eso de las 11:00 p. m.»

Después de un rato revisando aquellas hojas y recordando detalles de esos días, cambió mi humor. Me fui indignando a medida que me llegaban a la memoria los relatos de otra gente que no sólo aparecía en esas listas, sino que además recibieron intimidaciones, insultos, falsas acusaciones, maltratos y hasta tiros. Me pregunté muchas cosas: si la gente más joven estaría consciente de esa historia y las implicaciones que tuvo para nuestras vidas; si se ha investigado lo suficiente quiénes serían estos informantes, funcionarios, secretarias que producían y firmaban estos documentos, dónde estarían ahora, que pensarían ahora sobre todo esto. Recordé a David Noriega y su trabajo en la Legislatura, a mi madre cantaleteando en aquellos años: no vayas, no hables, no digas, cuidado. La recordé a ella, empleada del gobierno, sufriéndose la intimidación de la que fue objeto como independentista durante el Romerato, y por nada, porque ni activista era, por tener un Betances en su oficina, por decir lo que pensaba.

Un año antes de que regresáramos a Puerto Rico, en 1987, fue cuando David Noriega presentó el asunto de las carpetas en la Cámara de Representantes. Al año siguiente llevaría el caso contra el gobierno y se declararía la práctica inconstitucional. Poco después se entregaron las carpetas, nosotros regresamos a Puerto Rico, y Carlos recuperó aquel delirante archivo que conservó entre sus documentos personales, como supongo que habrá hecho mucha gente.

Hoy guardo este curioso memorial junto a sus objetos más valiosos, como evidencia de pasadas ignominias pero también como recuerdo de una alegre y combativa juventud, plena de amistades verdaderas, gente buena y valiosa que fue forjando junto a él una idea de País.

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