Será Otra Cosa Plan de escritura 

 

Especial para En Rojo

Revoloteo mucho entre decenas de notas escritas en trances de prisa, y archivadas en un celular bajo la etiqueta de #Ideas. A veces estas notas son casi incomprensibles, otras veces casi incoherentes, pero un día las pongo todas sobre la mesa y las observo como buscando un inicio, un preludio, algo que me lleve a una historia. Y ahí me doy cuenta de que hay algo que puedo deducir de estas piezas aparentemente inconexas, desentendidas, y es que quisiera escribir una serie de mapas. Mapas de los olores y sonidos y sensaciones de lugares que son mi eterno regreso: Santurce, Mayagüez, Guayama por Carite, Adjuntas, Fajardo, Cabo Rojo, La Habana, Nueva York. Quiero escribir tramos completos de esos lugares que me sirvan de referentes si un día mi memoria languidece. Me debato. Ahora pienso que tengo que seguir escribiendo los arquetipos de ciertas personas sin quienes la vida es y sería extremadamente luctuosa por no decir que habría sido inviable, imposible.

“Abrir un pomo de algo, por ejemplo”, escribí hace muchos años ya acerca de mi padre, un día que temí olvidar ciertos rasgos y trasuntos suyos. “Para él, eso suponía actuar en un ámbito del mundo que apenas conocía; ubicarse en una tarea que lo dejaba al descubierto. Abría entonces el pomo bruscamente para culminar la misión con rapidez y evitar poner en evidencia esa pequeña y fútil incapacidad. Esto, sumado al temblor que siempre tuvo en las manos, culminaba muchas veces en contenidos de salsa completamente desparramados, en platos de comida con formas irreconocibles, en corchos rotos, en cristales despedazados en el piso. Así mismo, si tenía que cruzar un charco, como no estaba muy seguro sobre su capacidad para brincarle por encima, o más bien le tenía una especie de fobia a hacer el ridículo, llamar la atención por la causa equivocada, avanzaba a cruzarlo tal cual, sin preámbulos ni análisis, por el mismo medio y pisando con la misma firmeza con que se pisa el suelo seco. Y, por supuesto, se llenaba de fango. Y luego asumía una actitud de total indiferencia a lo acontecido, restándole así todo el peso del absurdo, toda la importancia. Yo, que me arranco los pellejos de las uñas hasta verme la sangre, creo que en esos actos de ligera desesperación radicaba tal vez la única expresión de su ansiedad”.

II.

Tendría que escribir el mapa de mi gran amor. Lo empecé hace muchos años pero debo añadir una serie de recorridos (internos y ultramarinos), de perplejidades e incertidumbres; de pasiones, impaciencias, los reencuentros de los últimos tiempos y el prototipo de los que nos esperan. Su cuello hirviente es parte de nuestra radiografía linfática, su cuerpo y su resistencia mental son una barricada, el bastión contra el que tropiezan los restos del espanto (el mundo a veces trata de descomponerse).

De tanta hipérbole (poética, planetaria) me he visto obligada a estudiar el Universo desde que esta especie de sol llegó para quemarme. Así he descubierto que, como no podía ser de otra manera, el destino del Sol, está escrito. Dicen los científicos que, dentro de unos 5.000 millones de años, nuestra estrella “agotará su combustible y se transformará en un anillo brillante de gas y de polvo interestelar, lo que se conoce como una nebulosa planetaria, uno de los objetos más bellos del Universo”. ​​Para entonces, ya no quedará nadie en la Tierra para ver este gran final. Todo esto de la muerte del sol lo explican unos científicos en un estudio publicado en la revista Nature Astronomy. Mi amor, sin embargo, insiste en que todo esto no es absolutamente cierto. Hace años me dice que ciertas formas de vida microscópica sí continuarán existiendo. Microbios que producen su propio alimento por quimiosíntesis, y no dependen de la luz solar, por lo que su capacidad de vivir es independiente de nuestra estrella, el astro más grande del sistema solar. Tengo iniciado un mapa del sol y quiero añadir a esta lista un mapa del corazón, el que bombea. Anotado.

 

III.

Tendría que hacer un mapa de la casa. No creo que exista un lugar en el mundo que se sienta más casa que Santurce, cada sábado en la mañana. La luz es siempre radiante. Ir en el auto y volver a una sensación de ser, de pertenecer; a una evocación de la calidez de hace cuarenta años, en aquel tiempo en que no tenía idea de cuánto tiempo podía tomar formarse un cuerpo y una vida como la de aquel nervio de la naturaleza que decía ser mi madre. “Treintinueve”, recuerdo que me dijo, y siguió con sus asuntos. Aquello era suave y era cálido y entrañable. Mi mapa de vida, en construcción.

 

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