Será Otra Cosa:Las pesadillas, dormidos o despiertos

 

Especial para En Rojo

 

Anoche vimos el segundo episodio de una serie terrible. Digo terrible por lo diestra que es en meterse dentro de los miedos cotidianos y hurgarlos.  Que al hijo le pase algo; que las cosas no sean como parecen; que el vecino nos vaya a hacer daño; que vuelva uno a casa y no encuentre a nadie. Me deja la adrenalina revoloteada, y no se si desear que se acabe ya la condenada serie, o verme dos episodios de corrido porque necesito saber que va a pasar con los que han desaparecido en este que acabo de ver.  Normalmente me atrae poco el género de suspenso y horror. Los peliculones de pintura roja o de desastres aéreos o marítimos ni de chica me interesaron o me alarmaron.  Son el rango barato de la pornografía del sistema nervioso; no le dan ni por los tobillos a las radionovelas de misterio que fascinaban a Juanita, la cocinera y niñera de mi infancia, que tantas tardes me entretuvo con historias horribles y estrambóticas, algunas que no eran producto de su fecunda imaginación, sino atestiguadas.  Las pelis de Hitchcock o la locura magistralmente ejecutada por Jack Nicholson, esas sí que me pegaron la cola al asiento. Mis favoritas son las historias que quedan ambiguas entre la interpretación fantástica y la realista, porque pocas cosas son mas aterradoras que descubrir que lo que a uno de inicio le pareció una locura es realidad pura y dura, y que las cosas o la gente no son como uno se las pensaba.

Fue en casa de tía Lola donde descubrí que el miedo es, en si mismo, y no solo en su representación dramática, un producto comercial. La visite una vez cuando vivía en una casona antigua en la costa New Jersey, de esas que hubiera podido salir en una de tales películas.  Tenía en el patio un muelle largo y estrecho, alto sobre las aguas turbias, y muy peligrosas, según me advirtió Tía Lola a alaridos, porque habían corrientes que arrastraban y succionaban hasta el fondo de la bahía al que allí se cayera.  Miche, entonces de cuatro, acabado de levantar, se había subido al muelle y caminaba brincoteando hacia la punta.  Yo le pedí a la tía que no gritara, y caminé despacito, hablándole suave. Si corres con niños y perros, ellos corren más.

Esperando el desayuno me puse a ver una de las revistas de la sala.  Se titulaba “Prevención”. Imaginé que la revista promovería los antioxidantes, o daría señal de alarma contra el aluminio en las ollas de la cocina. Todos esos eran temas favoritos de la tía, quien nunca pudo resistir la dieta especial del momento.  Cada año los abuelos la visitaban en New Jersey, y nos llevaban a uno de los nietos. Volvíamos de la visita contando cual cosa atroz nos había obligado a comer.  Yo tuve suerte: a mi me tocó aprender a comer vegetales con cáscara. Todavía sigo dejándole la cascara a las papas en la ensaladilla rusa.  A mi primo Huberto, que viajo el año después de yo, le tocó lo peor.  Ese año la tía insistió en que todos probaran una batida de huevo crudo con vino rojo, como en la película “Rocky”.

La revista no era lo que me imaginaba. Los artículos de rigor sobre la hipertensión y los problemas del colon, eran solo una pequeña parte. La diversidad temática era apabullante: cubría toda la gama de peligros imaginados y por imaginar: el porcentaje de decapitaciones causadas por puertas de garaje eléctricas, los riesgos vasculares de los viajes a Australia, las abejas asesinas oriundas del África, y como evitar ser secuestrado en los suburbios de Washington.  El objetivo de la revista no la salud: La estrategia era tomar un miedo genérico cualquiera y colmarlo de detalles técnicos y comerciales.

De vez en cuando se despierta uno, frío y sudoroso a la vez, de una pesadilla. Algunas pesadillas son importantes porque nos explican o nos llaman la atención a algo que despiertos ignorábamos, o no atendíamos.  De los últimos dos años pareciera que no alcanzamos a despertarnos. La pandemia, que tantas disputas agrias y vociferantes ha despertado, en realidad nos ha unificado en el verdadero mal de nuestros tiempos: el miedo. Los desacuerdos son de método, no de esencia: Unos le temen a la vacuna, otros al contagio.  Dudan: Que si no se sabe como la fabricaron tan rápido, o que si los gobiernos no están distribuyéndola como debería ser.  Anticipan: Que si la vacuna tiene efectos secundarios, o que si los que pescan el Covid tienen mayor riesgo de sufrir de diabetes.  Recuentan: Que si a la mujer del colega le dio una embolia después de vacunarse, o que si se murió el suegro de mi vecina a los dos días de internarlo.  Sospechan: Que si el gobierno se aprovecha de la crisis para controlarnos, o que si el gobierno no tiene los pantalones para obligar a la gente a vacunarse. Rememoran: Que si es tan mala como la influenza, o no, que si es peor.  Al fin, no queda mas remedio que ponerse de acuerdo con Bolsonaro, cuando dijo que de algo se tenía que morir uno.

La pandemia no se acaba, pero ya no tiene los dientes tan afilados.  Le hemos perdido un poco el miedo, ahora que nos preocupa más que Putin comience una tercera guerra mundial. Y de nuevo florecen los miedos en su diversidad: a los imperialismos de este lado, o a los del otro. A que si invaden en Europa, donde tengo familia; o a que qué va a pasar en Venezuela, donde no tengo.  A la crisis económica que viene. A esa no le tengamos miedo, porque no es que viene, sino que ya llegó; eso se comprueba de una vez en el supermercado.

Lo opuesto del miedo no es la valentía. La osadía sin miedo no es valentía sino estupidez. Valentía es hacer lo que uno sabe que tiene que hacer, sin importar el miedo que le tengas.  Lo opuesto del miedo es la compasión. Abrir el corazón y ver que el lobo tiene dientes grandes, pero en realidad es un perro fiel; con los mismos afectos del perro de tu casa. Que la compra esta cara para nosotros, pero para otros es aún peor.  Que las pandemias son reales, pero no son mas que una parte pequeña de danza entre la vida y la muerte. Que en las guerras no hay que temer que gane el enemigo porque en las guerras todos pierden. Han sido años de miedo, pero también años de gente valiente. Con este mensaje es que me quiero quedar.

Artículo anteriorCrucigrama: Prudencia Ayala
Artículo siguiente      Editorial: A reconectar y celebrar en el 47º. Festival de Apoyo a CLARIDAD