–Al sicólogo Jorge Torres-
Eres como el vivo retrato de mi vecino, el propagandista médico Cuco Zapata, que acaba de anunciarme el fallecimiento de doña Mayra Santiago. Tenía tres hijas: Maité, Michelle y Melanie. Me sentí, si quieres, como tú, ya una persona de edad provecta. Gracias a Dios tus libros son un consuelo y espero que los pueda leer y comentártelos. Me sentí mayor no hace mucho que una vieja estudiante que no llegó a ser mi compañera de estudios- le insinuó al grupo que nos acompañaba que yo era agente de la policía- me alzó la cola en un conference room del Oriental Group, posando como mi tía política en una ceremonia donde las hijas de las primas de mi padre le compraron un terriblemente litigado edificio con el que la tía se alzó a la larga. Por lo menos, ese lado de mi familia no se deshizo del patrimonio que les tocaba. No son, si quieres, unos vende patria, pero se cambiaron los apellidos para posar adecuadamente como tales, cuando le compraron la parte correspondiente a mi tía, que no estaba presente y se hacía representar por esa tan amiga de decirle a las mujeres que me gustan que soy guardia de seguridad. Ya te haré otras, mi querido amigo Jorge…
Orígenes del litigio
Mi familia paterna nunca dio de qué hablar en el pueblo de Utuado. Los deudos de mi padre eran personas fuertes y bien plantadas, si bien es verdad que no eran amigos del ingenio y las ocurrencias. Un filósofo bien apegado a lo inglés y no a lo más feliz de esa nación precisamente, era todo lo que se permitían como arte o ventana imaginativa. La aversión a la tecnología y a las invenciones venía mezclada con la austera y casi ascética postura de mi abuela Hortensia, que les parecía acaso tan curiosa como la abstemia técnica de su compañero. Al primer extranjero que le permitieron más que darles de qué hablar fue precisamente el caballero que me tocó de tutor y encargado, que fue quien inventó la idea de que mi padre ya lejos en Miami había entrado en conflicto con mi tío Iván por el título de propiedad de las magras casas que dejaron los ancestrales bisabuelos en el casco y afueras del pueblo. Con tal de que yo me quedara en la isla como participante de alguna iniciativa de biotecnología, ideó esa ficción que duró el tiempo de mi adhesión a los consorcios de la Facultad. Ya los hijos que tuve en esos proyectos habían nacido cuando Gil tuvo la bondad de reunirme de nuevo con mi tío, su mujer y una de sus hijas, que como yo, no creyó que fuera verdad que mi tío y mi papá estaban enemistados. La menor de las dos primas, sin embargo, se cambió el nombre y me hizo saber que no quería volver a verme en vida. Eso porque en cierto modo yo estaba al tanto de que esa ficción justificaba mi participación en los consorcios que patrocinaba el decano de la Facultad. Esa prima mía siguió siendo católica y no ve los consorcios con buenos ojos y a mí me considera anatema, si hasta fui nieto de un pastor presbiteriano. No debiera ser…
Secuelas de Rafa
Yo no sé si a mi amigo le incomode la idea de un escritor de la oposición sobre la relación que nos une. Rafa es mi pariente lejano por el lado de su madre y la ingenua costumbre de compartir lo que escribo con él a veces molestó a más que una mosca sin invitación. De modo que si le iba a enviar más datos sobre los aviones que Gil me puso a armar en el remolque y fotos del Paseo de Diego, entre otras de barras de sonido y alguna que otra innovación tecnológica, comprendí que las tuviera que bloquear desde su bandeja, para no hacer rabiar más a la desaconsejada persona que espía nuestros mensajes. Este comunicado es acaso el último que le envíe por la red sin dejar de asegurarle que ya encontraremos la manera de volvernos a comunicar sin afectar de excesiva corrección léxica.