Rafi siempre será Rafi. Lo es desde niño cuando lo conocí y sentí su alerta y pícara mirada que todo lo veía y grababa. Y ni decir de su oreja, siempre pará, atenta a lo que se le decía pero, sobre todo, a lo que no era para sus oídos (que era y es lo que más le interesa) y enterarse, averiguar para que no le cuenten, y menos aún, le oculten.
Y esa oreja, entonces pequeña, creció a dimensiones insospechadas. Pero no más que la lengua que aguardaba la mayoría de edad, esa que por fin llegó, para soltarse cual vocero que, como se dice de los niños: “ni dicen mentira ni callan verdad”.
Nuestro amigo ha esperado bastante para que oigamos esa voz, porque aunque sea en palabra impresa, es coloquial, pero no menos profunda y significativa, la de alguien que escucha y también piensa en voz alta, dicharachera y sin filtro en un sálvese quien pueda, que Rafi sino desembucha, se atraganta, y eso jamás.
Mucho esperó este, el menor de los Pabón criado en las fincas de Residentes de la Facultad en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, dentro del seno de una familia decidora y protestataria. Quizás debido a que eran muchas, variadas, sonoras y potentes las voces hogareñas y había que esperar su turno para contar lo suyo y lo ajeno que es todo uno.
El padre y profesor Milton Pabón combinaba en su decir autoridad moral, conocimiento enciclopédico, fervor patriótico y acerado humor a sotto voce y sin querer queriendo. La madre, Delia La Pabona, disparaba desde la vaqueta sin medida ni clemencia matizada por una amorosa vocación de mamá gallina protegiéndonos a todos en una extendidísima familia que en ella encontrábamos fortaleza, amparo y un sentido común nada común además de la capacidad de leernos como un libro abierto y enseñarnos a pasar la página.
El hermano mayor, Carlos Pabón Ortega, Papo, empeñado desde muy joven en desentrañar verdades y comunicarlas aunque dolieran, un estudioso agudo en incesante análisis del devenir de su pueblo en nuestras reveladoras contradicciones. Y su hermana Marga que hizo de la pasarela de alta costura el proscenio actoral donde lucía de modo incomparable cuerpo y carácter.
Como si fuera poco, Mariela, su hija, artista gráfica, creadora de historietas y astróloga, Madame Mela, desafiante de los astros con demoledor humor y encima, su hijo Rafa Pabón, cantautor, video-artista y mecenas de las artes, ambos estrellas internacionales con luz propia.
No en balde, nuestro Rafi esperó tanto para desembuchar y deslumbrarnos con su poético, político y prosaico decir. Pero ha valido la espera. Además, nuestro parlanchín autor sobrevivió el acoso ideológico y burocrático gubernamental, la censura que pretendió acallar las múltiples y variadas voces escuchadas con devota empatía en su labor social, la emigración forzada como tantas otras de nuestros compatriotas resultando en afinar su oído al lenguaje de la diáspora que se unen a la propia en pachanguera algarabía reveladora de nuestras gracias y desgracias, alegrías y sinsabores pero con el condimento de la ironía y el sabor del desparpajo.
Leer Surviving a lo Bori es reconocernos en el idioma tan popular como docto del humano acontecer. Se ha dicho, y con razón, que el oficio primario de un pintor es aprender a ver y comunicar esa mirada. De igual modo, el aprendizaje inicial de un escritor es escuchar las voces ajenas para alimentar la propia. Eso ha hecho Rafi para nuestro beneficio.
Escuchamos por vía del autor la vida en la colonia y en la metrópolis, aquí y allá, allá y aquí (sin saber, en ocasiones, si es aquí o allá) la guagua aérea del maestro Luis Rafael Sánchez, nave en constante peligro de naufragio, la zozobra vencida por las ganas de vivir, el desaliento superado con el nuevo aire, respirando profundo hasta encontrar la palabra salvadora, el eco colectivo en una lucha desigual que no permite el silencio.
Ni la pandemia, ni mucho menos el distanciamiento ni la encerrona pudieron acallar esta lengua mechada del saber decir con pelos y señales lo necesario, lo impostergable. Y eso es lo que hace de modo esplendoroso Rafi en este volumen a veces altisonante para que se oiga, otra susurrante como una memoria negada al olvido. Mas siempre en función de ser escuchada en sus múltiples y ricos registros. Volcada en la página, rebota y nos persigue violando la censura propia y ajena, la palabra, tabla salvadora a la deriva entre orilla y orilla.
Gracias Rafi, por sobrevivir y contar la odisea con tanta frescura, tal cual si hubiera sido un viaje de placer, usufructo del ocio. Tu poesía disfrazada de crónica, tu humor, máscara del dolor nos anima a seguir adelante. La megadosis de jodeína que obtenemos de tus páginas nos provee el antídoto a la congénita plaga colonial y al apagón moral que es nuestra dieta cotidiana.
Tus lectores tenemos fe en que continúes sobreviviendo con igual esplendor, alumbrando este oscuro archipiélago desde aquí y desde allá, dondequiera que sea, pero que te oigamos y celebremos como ahora. Te necesitamos.
Taller de La Playa de Ponce/4 de septiembre de 2024