Viaje de “querencias, distancias, devastaciones, encuentros y fugas»

En el orden acostumbrado: Zahira Curz, Vanessa Vilches, Sofía Cardona, Claudia Becerra, Laura Pérez Mari Mari y Beatriz LLenín. Foto por Alina Luciano

 

 

 

¿Qué son seis años cuando pensamos en la inmensidad del tiempo? Qué breve se nos antoja un periodo de seis años —de solo 72 meses— si pensamos que la humanidad

habita este mundo desde hace, más o menos, 250,000 años y que el planeta Tierra tiene unos 4,500 millones de años de existencia. Un sexenio es ínfimo incluso si lo comparamos con hitos de la modernidad que fueron necesarios para que estemos hoy aquí.

La imprenta de Gutenberg, por ejemplo, comenzó a utilizarse comercialmente hace 569 años, más de cinco siglos y medio. Y los 72 meses que son seis años parecen poquitos

incluso si pensamos en el tiempo que ha transcurrido desde que se estrenó una tecnología que todavía llaman nueva, aunque ya no lo es. La internet como la conocemos hoy, en este 2023, cumple 40 años. No son tantos, pero sí muchos más que seis.

 

Sin embargo, en Puerto Rico, sabemos también que en seis años, o incluso en menos,

pueden ocurrir sucesos que trastocan vidas enteras, las vidas de 3 millones de personas y de 5 millones más. Las de quienes tienen 90 años y las de quienes están aún por nacer.

 

En 2016, el año que abre el sexenio que cubre esta nueva antología de “Será otra cosa”, el Congreso estadounidense aprobó la Ley Promesa, y, con ella, creó la junta de control fiscal. En Puerto Rico, ya llevábamos cerca de una década enfrentando recortes al gasto público y un desbarajuste económico. Pero, con la creación y el nombramiento de la

junta por parte del gobierno estadounidense —del Congreso y del presidente—, se

oficializó la austeridad como política pública y estrategia económica para Puerto Rico.

Una política económica que suma decenas de fracasos internacionales, ya no en los

últimos seis años, sino en décadas de experimentos fallidos impuestos por el norte al sur global. La junta y sus siete integrantes no electos investidos con poderes dictatoriales

—refrendados de manera insistente por el Tribunal Supremo de Estados Unidos—

cristalizan desde entonces la naturaleza antidemocrática del régimen colonial en el que sobrevivimos.

 

Sé que lo que les cuento no es novedad, que bien lo sabemos como dato histórico y como realidad material de nuestros días. Pero considero oportuno remontarnos al inicio del periodo en el que se publicaron las 54 columnas que recopila ahora en forma de libro Editora Educación Emergente y que tengo el placer de comentar. Porque, entre 2016 y

2022, los seis años que cubre esta compilación, nuestro país cambió.

El contexto de la austeridad, inevitablemente, interviene nuestra mirada. Como lo hace, también, contarnos entre quienes sobrevivimos a un desastre natural mayúsculo y entre quienes resistimos —aquí o allá (donde quiera que sea “allá”)— a pesar de la incompetencia, la desidia o la corrupción de quienes deberían representarnos y protegernos. Estas perspectivas están presentes a lo largo de la antología, en relatos sobre gestiones cotidianas convertidas en infernales gracias a la burocracia y la ineficiencia gubernamental, y también en reflexiones intimistas que nos acercan a lo natural y nos obligan a interrogar nuestra relación con el entorno, como habitantes de un pedazo de tierra y mar que es, a la vez, vulnerable y poderoso.

Cuando, desde el índice, descubro que Ana Teresa, Beatriz, Claudia, Mari, Rima, Sofía Irene, Vanessa y Zahira nos proponen un viaje de “querencias, distancias, devastaciones, encuentros y fugas”, entiendo que, incluso sobre sus historias más personales, planea ese compendio de belleza y agravios que define nuestra realidad caribeña.

En El jardín original, el patio donde doña Luz cultivó a su antojo —y cito— “para ver crecer lo que esté dispuesto a nacer”, Vanessa Vilches Norat nos acoge en la nostalgia familiar por un pasado, literalmente, florido, mientras dibuja una sensación atávica y, a la vez, muy de nuestro tiempo: ese vértigo de presenciar cómo nuestros vecindarios cambian aun sin nuestro consentimiento. Justo lo opuesto que puede ocurrir en el espacio más íntimo, si así lo queremos.

Y así fue como sobrevivió el recuerdo de un fantasma llamado Deusdedit, dentro de una vetusta edición del Ariel pegada por los años al estante de una biblioteca personal. En su búsqueda de ese Diosdado mítico y desconocido, Sofía Irene Cardona nos demuestra que la investigación rigurosa y la ternura curiosa pueden convivir y elevarse hasta recuperar la memoria, la que recuerda a un personaje condenado en vida al olvido y la que nos devuelve a aquellos meses de encierro y distancias forzadas por la pandemia.

Porque, en “Será otra cosa”, tenemos la rara oportunidad de reencontrarnos con las inquietudes y las aficiones, con los temores y las esperanzas que nos acompañaron durante estos años críticos. La inmediatez o cercanía de los escritos a tantos eventos que nos han marcado nos permiten revivir, a través de la mirada de las autoras, detalles importantes que, con el tiempo —y, tal vez, por simple supervivencia— tendemos a olvidar. No es solo recordar cómo sentimos el distanciamiento físico que nos obligó a comunicarnos, casi exclusivamente, a través de las redes sociales. Es también volver a ese espacio de soledad, a veces asfixiante, otras tantas reparadora, que nos hizo mirar hacia adentro, hacia rincones olvidados de la casa y a los resquicios del alma.

Ana Teresa Pérez-Leroux, en Las pesadillas, dormidos o despiertos, nos dice, contundente: “La pandemia, que tantas disputas agrias y vociferantes ha despertado, en realidad nos ha unificado en el verdadero mal de nuestros tiempos: el miedo”. Esa reflexión, publicada originalmente en abril de 2022 y que se beneficia de la distancia temporal que la separa del inicio de nuestra peste, evoca al relato vivo y latente que Mari Mari Narváez publicó en agosto de 2020, casi dos años antes. En Isleña, playera y otros crímenes pandémicos, Narváez narra el presente, pero nutriéndose a su vez de un recuerdo lejano y también oportuno. Los helicópteros de la Marina estadounidense que, a principios de este siglo, pretendían intimidar a una desobediente bañista en Vieques, dos décadas después, se transfiguran en los de la Policía de Puerto Rico, surcando las costas del archipiélago en los días pandémicos, ávidos de bañistas que desobedezcan las reglas más absurdas, esas enraizadas en el poder que se busca, y a veces se consigue, a través del miedo.

Fotos Alina Luciano/CLARIDAD

En “Será otra cosa”, encontramos esos recordatorios necesarios sobre lo que sucedió hace solo un par de años, pero, también, guiños a realidades que están hoy entre las más urgentes. No es casualidad, por tanto, que en el mismo centro del libro nos topemos con una casa, que son muchas casas. Eso de que “no es casualidad”, lo digo yo, por supuesto, que no tuve nada que ver con la edición o el diseño del artefacto, pero se me antoja más que indicado que, al centro de todo, esté una reflexión sobre la vivienda, ese derecho humano tan denostado y precarizado en el Puerto Rico austero, el del sálvese quien pueda.

Sofía Irene Cardona nos dice en Acaso una casa: “Desde niña, he sentido cierta fascinación por las casas vacías. En Toa Alta, había una de esas, cerca de titi Margó[…] Adentro no había muebles, pero era emocionante registrar entre los pocos objetos que quedaban e imaginar el pasado de aquella casa, inventarse fantasmas y una historia. No sabíamos entonces que, con los años, las casas encantadas nos iban a sobrar”. Y añado yo: Hoy, al fenómeno de las casas vacías en un país al que le achican sus posibilidades, hemos tenido que sumarle el de las casas sin alma, esas que se mantienen en pie, con fachada impoluta y mobiliario genérico, indiferentes a los espectros que todavía rondan el vecindario.

El vacío, ese que se ha quedado con casas, edificios y cuadras enteras de San Juan, Mayagüez, Caguas, de casi todos los pueblos del país, ese que nos recuerda que vivimos en la devastación, se yergue ahora, no solo como abandono, sino como anticipo del desplazamiento. Ante esto, llegan Beatriz Llenín Figueroa y Vanessa Vilches Norat. La primera, “harta de las metáforas coloniales sobre barcos y naufragios e islas desiertas”, se pregunta, necesaria: “¿Cuáles son las metáforas para esta devastación nuestra”? Ante la evidente primacía del visitante en el ideario del poder y la acelerada conversión de nuestro país en un parque de recreo para turistas, la segunda, Vilches Norat, concluye que vivimos en una “isla vergel en pixeles de esos miles de gentes que no saben, o no quieren saber, que las caribeñas desearíamos también habitar un paraíso”.

Dorothy Bell Ferrer disfrutó la presentación del libro. Foto Alina Luciano/ CLARIDAD

Las ocho autoras, que se ofrecen en columnas de opinión, denuncia o reflexión, sin dejar de lado la crónica, la ficción y la poesía, se alejan y se acercan entre sí en un diálogo continuo sobre la vida aquí, sobre la sociedad dominicana, sobre el Caribe, sobre la vida en el extranjero, sobre islas de basura, sobre el irse y el volver. Hay historias familiares, y dolores inevitables, como suele ser el dolor.

Zahira Cruz Gómez, en Su rostro en el mío, navega la depresión y el duelo tras la muerte de su mamá, dos sentimientos tan presentes en este país en los últimos años. Es una tristeza apabullante, pero generosa también, porque nos concede a los lectores una sentencia que, aunque parezca contradictoria, podría llegar a ser un consuelo. Dice Cruz Gómez: “La alegría, como tantas otras cosas, no siempre es posible. No sucede lo mismo con el dolor; de ese nadie se escapa”.

Fue un dolor colectivo el que —muchos coinciden— movilizó a gran parte de este país justo a mitad del sexenio que comprende la antología “Será otra cosa”. El Verano del 19 dejó huella, pero, a veces, mirando el estado de las cosas, cuesta recordar el asombro y la esperanza en que tantos se zambulleron aquellos días de junio. Es esa distancia, tan cercana en la inmensidad del tiempo y tan lejana debido a la intensidad de nuestros días, la que merece la pena salvar con la lectura. No solo para revivir entusiasmos, sino, también, para recordar, que incluso entonces, temimos a la fugacidad del momento.

Para Mari Mari Narváez, el Verano del 19 llegó “como un día llega la lluvia después de una larga sequía”. Pero, ya, en agosto de ese año, solo días después de que las movilizaciones populares obligaran a la renuncia del entonces gobernador, Narváez se permitía esta honesta reflexión: “Una no sabe qué va a pasar, si ese amor de dos semanas que nos salvó a todos de aquel naufragio va a comprometerse a largo plazo o si acaso se irá evaporando nuevamente, como la lluvia antes de la tormenta”.

Fotos Alina Luciano/ CLARIDAD

Y aquí estamos, cuatro años después, que no son muchos pero sí suficientes para seguir sumando querencias y distancias, devastaciones y encuentros, fugas y —yo añado—esperanzas. Porque, por más que crezca la lista de dificultades, nos quedan espacios—por ejemplo, como este libro; por ejemplo, como esta tarde— donde encontrarnos y sostenernos. Porque, por más que nos empujen y nos jamaqueen, en este archipiélago, como dice Vanessa Vilches Norat, “debemos tener futuro aunque parezca una temeridad”.

 

Presentación del libro de los escritos  de Será Otra Cosa, mayo 18 2023.

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