Será Otra Cosa-Ojos que ven

 

Especial para En Rojo

 

La gata sale conmigo a primera hora a revisar el mundo. Primero se estira, y yo la imito. Mientras preparo el café, ella revisa las inmediaciones de la cueva. A esa hora pasan dos guacamayos hacia el sureste. Más abajo, a la altura de la baranda, comienza la silueta de los edificios que acordonan la avenida. El tránsito suena con la misma insistencia de una corriente de agua. Otro día más.

Me siento ante la computadora que abro como si adentro hubiera un tesoro. Me engaño. Allí doy con el rastro de los bombardeos del día anterior sobre ciudades que nunca he visitado ni visitaré: habitaciones abiertas con paredes derrumbadas, techos levantados que dejan al descubierto un orden personal: estanterías, camas con la colcha puesta, escritorios como los míos; debajo del desastre se adivina un orden anterior. Pienso en la gente que alguna vez puso esos muebles contra la pared y luego los movió hasta la ventana para aprovechar la luz, y ahora todo es un mazacote iluminado por el sol, pienso en el trabajo que será sacar tanta basura y trasto inútil, a dónde irá a parar tanto vidrio roto, cuánto cuerpo amado espera el abrazo bajo los escombros. Pienso en la paz y en el esfuerzo, tan pasajeros. Las ruinas de Gaza no son como las de Ucrania. En las ciudades ucranianas puedo adivinar todavía el contorno de los edificios, el acomodo de los muebles, en Gaza todo es derrumbe sobre derrumbe de mucho antes, polvo y más polvo, cascotes de piedras y muchos varones caminando sobre montañas de cataclismo. Las imágenes de los padres dolientes me desconciertan. Las madres llorosas, con sus telas, parecen figuritas de la Virgen. Los muertos aparecen alineados en inquietante orden, pudorosamente empacados para el último viaje. Los vivos no tienen a dónde ir.

¿Cómo escribir desde la paz? ¿Cómo hablar de las cosas que me ocupan, tan banales, qué hacer con tanto dolor ajeno que llega hasta acá, que no pierde intensidad aún repartido por el mundo?

Entonces, encuentro tal revuelo de cosas, como polillas enloquecidas revoloteando sobre la luz, que no sé qué hacer con tanta imagen, ni qué mirar, ni qué contar, y no tengo nada claro, si esto que veo es importante o una tontería, imaginario o real, algo en lo que vale la pena seguir pensando, palabras certeras para un verso, una idea magnífica para un relato que entonces tendría que escribir; pero para escribir habría que retirar todas las ideas revoltosas que impiden mirar bien la idea escogida, que la ocultan con sus rabiosos aletazos, piensa en mí, piensa en mí, parece que chillan; chillan sí, las muy cabronas, no son ideas ni polillas, son diabólicas criaturitas que me asolan, la plaga de una maldición.

Las historias se parecen, pero no son las mismas. Todo ha ido cambiando y es una maravilla percibir el paso del tiempo sigiloso, en puntillas como para una travesura. Paso siniestro en ocasiones, cuando esas cosas que pasan, en efecto son tan tremendas como la Guerra. Lo más tremendo es lo que no nos toca, pero a veces nos llega, en el sentido de que acude hasta nosotros, como el aleteo de un pájaro, algo que apenas avistamos a la distancia, como un celaje de terror, de injusticia, y qué hacer con ese zarpazo que ha dejado marcada su garra en este brazo que lleva a la mano con la que escribo.

Escribo otra vez. No nos queda más remedio que aletear, sacar el cuello, estirarnos como si de veras pudiéramos crecer, crecer, convertirnos en criaturas monstruosas, hermosas en su imposibilidad, dejarnos ir, aspirar, aspirar, creer en algo, en esto. Esto que hago con los dedos sobre el teclado es como el rumiar de una vaca, el zumbido de una abeja, como el cloquear de una gallina. No me detengo. Esto es lo que soy y lo que hago. Que ninguna vergüenza ni ningún temor me detenga, solo la mano atrofiada, el lento corazón, el ojo ciego. No hay tregua, hay que vivir, vivir por los que ya han muerto, que son otros, no soy yo que estoy plantada aquí hoy en esta mesa, dibujando letras sobre este papel. Luego hagan lo que quieran con ellos, con los papeles, con ellas, con las palabras. Como quiera, habrá un día en que no podrán descifrar lo que está dibujado en este recorrido de dibujos. Nada tendrá sentido. Igual habrá sido alimento de insectos, polvo al viento, ebullición, un momento de luz en la oscuridad silenciosa del universo que nadie podrá ver de tan lejos.

Termino. Cierro la pantalla como una caja mágica, como si pudiera apagar el mundo, apartarlo de mí para que descanse. Y allí queda sobre mi escritorio hasta el otro día, justo al lado de la cortina que he tenido que bajar para que no entre tanta luz.

 

 

 

 

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