“Guillory, treinta años más tarde”

 

 

Especial para En Rojo

 

Animada por John Guillory, quisiera extrapolar un planteamiento en el contexto de las “guerras culturales” de los noventa sobre el estudio de las Humanidades a nuestra escena contemporánea. En su libro Cultural Capital. The Problem of Literary Canon Formation (1993), Guillory argumentaba que su declive no se relacionaba con la introducción de textos multiculturales sino con “la ‘fuga del capital cultural’ del dominio de la cultura” (45). Con pocas excepciones, diría Guillory, su estudio se reduce a aquellxs sectores que pertenecen a las económicamente seguras clases altas quienes no se ven obligadas de adquirir conocimiento profesional o técnico como subgraduadxs.” Decía, para disgusto mío que he dedicado mi vida académica a la enseñanza de la literatura, que las humanidades solo serían estudiadas por aquellxs que tuvieran sus condiciones materiales resueltas.

Lo que John Guillory planteaba hace 30 años parecería haberse extendido a todas las disciplinas. Si la universidad, y/o una carrera universitaria, constituía un paso hacia la movilidad social, con más frecuencia a lo largo y ancho de las diferentes disciplinas, son muy pocas las que podrían garantizar un trabajo digno y bien remunerado. Arquitectxs, profesores, médicxs, geógrafxs, comunicadorxs, muchas veces se ven en la precaria situación de tener que asumir trabajos no relacionados porque no encuentran un espacio para practicar su carrera. No quiero hablar de otras disciplinas, me propongo discutir un espacio que he conocido bien.

Durante el tiempo que fungí como directora del Departamento de Español de la Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico, conocí a colegas extraordinarixs; profesoras y profesores con numerosas publicaciones, años de experiencia, en ocasiones, varios doctorados, laborando a tiempo parcial o con contratos de servicio. Estas profesoras y profesores estudiaron largos años para poder desempeñarse como docentes en una institución de educación superior. Muchxs de ellxs han seguido en la instutición con la esperanza de obtener una plaza, algunxs han optado por enseñar en escuelas, otrxs en instituciones relacionadas con el trabajo académico. Me deja un sabor amargo saber que, diez o veinte años atrás, algunxs de ellxs ciertamente podrían haber estado donde estoy yo hoy, pero la universidad ha cambiado. Como muy bien documenta Eduardo Lalo en su columna “La generación atrapada”, la merma poblacional es un problema que experimentan muchas universidades. En nuestro caso (UPRRP), la merma es visible. Los pasillos están vacios; las áreas comunes, deshabitadas. El huracán María y las condiciones posteriores al fenómeno, los terremotos, la crisis fiscal, por solo nombrar algunos,  contribuyeron a esta merma. No hay que ser un científicx social para entender que lxs jóvenes han migrado para mejorar sus condiciones de vida y que esto incluye a muchxs parejas quienes se llevan a sus hijxs. El país se está vaciando y el fenómeno que evidenciamos en la universidad, se había visto ya en las escuelas públicas y privadas del país. La universidad solo es un eslabón en esta larga cadena.

Pero algunxs jóvenes también han hecho un cálculo y determinaron que el salario mínimo que pueden obtener hoy es el mismo que obtendrán cuatro años más tarde y, tal vez, seis años más tarde con una maestría a cuestas y, por supuesto, una deuda de estudios. “No solo del pan vive el hombre”. Hay que comer, pagar cuentas, renta, carro y utilidades. Si bien es claro que un país con una población educada es superior a una no educada, también lo es el que solo aquellxs con un sistema de apoyo pueden darse a la tarea de estudiar cuatro años con la esperanza de que sus condiciones de vida mejoren. Responsabilizar a aquellxs que han decidido optar por una vía rápida no atiende la desigualdad social que permea el cálculo. Como muy bien dice Alba Carballal en boca de uno de sus personajes: “…ya hacía muchos años que el mundo me había hecho comprender que las utopías no eran más que un método eficaz para manterner entretenido a los currantas y vivas las ansias de libertad de un ejército de universitarios rebeldes, quienes, al salir de las aulas, no tendrían más remedio que tratar de colmarlas convirtiéndose en mano de obra sobrecualificadas e infrarremunerada”. Quizás, habría que desafiar el sentido común y considerar otras propuestas: la entrada de lxs jóvenes a la universidad en los cincuenta no fue el motor de la movilidad social sino el mejoramiento de las condiciones laborales de sus padres que a partir del fortalecimiento de los sindicatos (mejores salarios, mejores condiciones de trabajo, etc.) liberaba a lxs hijxs de la necesidad de su trabajo y les posibilitaba la ruta universitaria.

Todavía entro con alegría a mis salones de clase, esperanzada de que mis estudiantes, aquellxs que han optado por la vía universitaria, encuentren al final de su camino un destino digno de sus aspiraciones. Por eso me quedo, pero sabiendo que aquellxs que optaron por otra ruta también tienen mi consideración.

 

 

 

 

 

 

 

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