La casa de Cubuy: antídoto contra los males coloniales

Rafael Pabón

Especial para En Rojo

La casa quedaba al final de la carretera, aislada, sola, imponente, como un templo y refugio para las vidas que escapaban de los efectos nocivos y dañinos del urbanismo boricua, caótico y desordenado.  De frente, una gigantesca escalera custodiada por una fila de bambúas y helechos gigantes y un comején inmenso.

Subirse a aquella escalera era como ir a un parque de diversiones y montarte en la atracción más peligrosa. Cada paso en aquella escalera era jugarse la vida. La madera rota y apolillada hacían inseguros nuestros pasos. Siempre pensé que sería yo el primero en caer de culo y cuesta abajo por aquella escalera nerviosa. Esa sería la señal de que mis días en el campesinado isleño estarían contados.

La casa era de madera con un balcón que casi le daba la vuelta, dos cuartos y un baño que los separaba. Todo quedaba cerca. Los peos del baño se escuchaban de manera equitativa e inclusiva en ambos cuartos.

Ventanas miami, nada fancy, libros, un pilón gigante, una máquina de coser antigua marca Singer, una cocina modesta pero fresca, una mesa para objetos inservibles, algunos cuadros, ponchos, varios sillones, una cafetera venerada, vinos, lagartijos verdes, telarañas decorativas, varios caminos de hormigas y una hamaca en el balcón que era el centro de disputa entre los más ociosos.

Todos los viernes mi padre se preparaba para su tan esperado viaje al campo. Ese era su oasis, su templo sagrado, su refugio contra los males coloniales y la quiebra universitaria.

Mi madre, de un espíritu libre y anarquista, lo seguía más por solidaridad que por otra cosa. Su entusiasmo con aquellos visitas al campo fue menguando a medida que los viajes dejaron de ser ocasionales y voluntarios y se convirtiendo casi en un deber patriótico. El encierro en aquel espacio limitado, por tres días consecutivos, escuchando los cuentos repetidos del melonismo isleño y la fracasada reforma universitaria, era un verdadero acto de valor y sacrificio para ella.

Yo me entretenía y nutría muchísimo de aquellos cuentos y conversaciones que se daban entre mi padre y las visitas constantes de amigos, compañeros de la academia, el arte y del mundo del vegetarianismo esotérico colonial, que atraídos por los guisos de mi padre y los sabios consejos de mi madre, se ofrecían de voluntarios a aquella peregrinación al campo, convertido ya en un vicio difícil de resistir.

Luego de las largas horas de vinos y tertulias me levantaban temprano al otro día para las faenas agrícolas.  En realidad, era que me convocaban más el vino y la hamaca, que la jornada de machetero inexperto en aquel mundo de enredos y maleza.

Con el tiempo, las noches de amanecidas y jangueo se fueron haciendo más intensas. Me fui inclinando más al consumo de yerbas que a su poda y todo se jodió. Los viajes al campo fueron disminuyendo y las brigadas solidarias campesinas desapareciendo.

Mi padre siguió firme y consecuente con sus viajes a Cubuy hasta que sus fuerzas se lo permitieron.

La casa terminó sola. Ninguno de nosotros pudo darle el amor y el cariño necesario. Nos convertimos en adultos y padres de familia y todo cambió.  Nuestras vidas se complicaron con los quehaceres domésticos y laboriosos, la rutina, los hijos, las hijas, los tapones, las crisis, las luchas, el país.

Un día amanecimos con la noticia de que la casa fue incendiada. Nunca supimos si fue una muerte asistida o un acto de inmolación producto de la nostalgia y el abandono.

Terminamos vendiéndole la finca a una pareja de mujeres de espíritu festivo y libertario, que tenían muchos planes y planos para construir una casa de ensueño en aquel pedazo de tierra del que se enamorarían perdidamente.

La finca no podía quedar en mejores manos, aunque pensándolo bien, si se hubiera quedado en las nuestras, hoy estuviéramos gozando de ella y no escribiendo este relato tan lleno de lágrimas y mocos.

Cuando mi padre murió decidimos esparcir sus cenizas en aquellas tierras que cultivó con tanto amor y en donde pasara sus mejores días, tierra que hoy tengo mucha urgencia y ganas de visitar.

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