El Manifiesto revolucionario puertorriqueño de 1867

Especial para En Rojo

Trasfondo histórico

A la altura de la década de 1860 en Puerto Rico imperaba el régimen colonial autoritario militar de España. El país estaba en el cuarto siglo de la conquista y colonización española. Como sucedió en toda la América colonial, desde el siglo 18 claramente ya se había gestado una nueva nacionalidad, en este caso la puertorriqueña. Desde 1809 hubo espacios y momentos de reclamos e intentos de reformas sociales, económicas, políticas y culturales. También hubo movimientos por la independencia. La represión política y los gobiernos españoles ahogaron las aspiraciones de cambios y libertades, una y otra vez.

Bajo la dictadura arcaica española, no existían libertades civiles ni individuales. Salvo el derecho a la propiedad privada, que favorecía a las clases dominantes (empresarios, hacendados y comerciantes), no había derecho a la libre expresión, de reunión y asociación, a formar partidos políticos y demás. Los favorecedores de la abolición de la esclavitud tenían que reunirse y hacer su propaganda en secreto. El gobierno contaba con su periódico oficial, Gaceta de Puerto Rico. Y los conservadores que apoyaban el régimen colonial, principalmente españoles y algunos puertorriqueños, publicaban su periódico sin impedimento alguno, el Boletín Mercantil de Puerto Rico. Aparte de estos, los pocos periódicos permitidos tuvieron corta duración y siempre sometidos a la censura gubernamental.

Cuando se puso en marcha el proceso político que condujo a la revolución puertorriqueña de 1868 – el Grito de Lares – los organizadores y militantes (hombres y mujeres) tuvieron que obrar desde el clandestinaje, de forma estrictamente secreta y sobreponiéndose a muchas dificultades.

Tras el fracaso del intento de conseguir reformar las relaciones coloniales en la Junta de Información en Madrid, en que participaron destacadamente los comisionados liberales José Julián Acosta, Segundo Ruiz Belvis y Francisco Mariano Quiñones, y su regreso a Puerto Rico en mayo de 1867, al mes siguiente sucedió un motín de soldados españoles en la capital de San Juan. El gobierno rápidamente culpó a conocidos exponentes del liberalismo, autonomistas e independentistas, y les ordenó presentarse ante las autoridades de Madrid en plazo de dos meses. Realmente, no tenían nada que ver con dicho motín. Pero algunos, como el doctor Calixto Romero viajaron y se pusieron a las órdenes de España. Otros, como José Celis de Aguilera y Carlos Elías Lacroix evadieron el dictamen y se ubicaron en la isla vecina de San Thomas, colonia danesa entonces. Y todavía otros, como el abogado Segundo Ruiz Belvis y el médico Ramón Emeterio Betances concluyeron que había llegado la hora de la acción revolucionaria, escaparon en bote primero a República Dominicana, y de allí a Nueva York. Desde el verano de 1867, en Puerto Rico había muchos patriotas, algunos que se conocían entre sí, que estaban prestos a organizar y a luchar.

La razón por la cual Ruiz Belvis y Betances fueron a Nueva York es porque la ciudad contaba con una comunidad hispanoamericana y desde 1865 se constituyó la Sociedad Republicana de Cuba y Puerto Rico abogando por la independencia.  Además, allí residía un miembro importante de dicha organización, gran amigo puertorrique؜ño y abolicionista exiliado, el Dr. José Francisco Basora. Desde allí harían planes e identificarían dónde adquirir el armamento necesario, para entonces regresar a Santo Domingo y a Puerto Rico.

El gobernador José María Marchesi puso a Betances y Ruiz Belvis en la lista de los más buscados y los acusó de “conspiradores”, con todo lo peyorativo que implicaba (y aun es así) este término. La definición negativa en los diccionarios y las leyes sobre “conspiración” necesitan ser revisadas. Pues, ¿luchar por la libertad, la justicia social, los derechos civiles y humanos, la independencia de los pueblos es “conspiración”? Bajo ese criterio anacrónico, suponemos que los héroes de la lucha por la independencia de Estados Unidos, como George Washington, Thomas Paine, John Adams y Thomas Jefferson; así como de América Latina, José Gabriel Tupac Amaru, Toussaint Louverture, Simón Bolívar, José de San Martin, y tantos otros, serían tildados de “conspiradores”.

Los revolucionarios independentistas no tuvieron ocasión de elaborar un Programa como los que preparan los partidos políticos previo a las elecciones generales. Basora, Betances y Ruiz Belvis se constituyeron en Nueva York como “El Comité Revolucionario” con el objetivo de responder al gobernante dictatorial y, a su vez, exponer los motivos fundados para realizar una revolución libertadora en Puerto Rico. Lo hicieron mediante una proclama o manifiesto A los Habitantes de Puerto Rico. Tiene fecha del 16 de julio de 1867; fue publicado con algunas enmiendas que hizo el delegado cubano Juan Macías, el 1ro de septiembre. Y luego lo hicieron llegar y distribuir secretamente en Puerto Rico.

Manifiesto revolucionario

El Manifiesto está encabezado por el lema de la revolución independentista: Patria, Justicia, Libertad. Tiene tanta vigencia en aquel momento como la sigue teniendo en el presente. Es lo que deberían tener presente todos y todas quienes entren en el campo de la política.

En su contenido, el Manifiesto puede tratarse en cuatro partes: (1) la refutación del gobernador español y denuncia de lo que significaba la dominación y la política en la propia España; (2) la realidad del subdesarrollo y la corrupción colonial; (3) la exhortación al pueblo a confiar en sus propias capacidades y esfuerzos; (4) y la solidaridad y unidad entre la República Dominicana, ya independiente, y Cuba y Puerto Rico, últimas colonias españolas en América.

Desde el 18 de noviembre de 1865 hasta el 17 de diciembre de 1867 el gobernador y capitán general de Puerto Rico fue el teniente general José María Marchesi Oleaga. Contradictoriamente, Marchesi (1801-1882), oriundo de Madrid, siendo joven cadete combatió (con distinciones) a las tropas monárquicas y a favor de la revolución y gobierno liberal de 1820 a 1823. Tras la restauración de la monarquía absolutista de Fernando VII cambió de bando (se acomodó como se dice popularmente en Puerto Rico) y, luego de otros bandazos políticos, siguió siendo fiel a la monarquía de Isabel II (hija del rey Fernando VII) de la dinastía Borbón; que se sigue arrastrando absurdamente en España, igual que otras monarquías en diversos países de Europa. Desde 1858 le fue concedido el puesto de Senador Vitalicio y en 1865 fungió brevemente como Ministro de la Guerra, antes de asumir el mando de Puerto Rico. Más tarde, en 1877, fue presidente del Consejo Supremo de la Guerra. Con ese oficial militar camaleón, pero en última instancia reaccionario conservador (nazi o fascista diríamos hoy), fue que contendieron los patriotas revolucionarios puertorriqueños.

El motín de soldados españoles no tenía ninguna relación con la lucha ni de los autonomistas ni de los independentistas. La imputación que hizo el gobernador tenía, se replica en el Manifiesto, “el malévolo propósito de extraviar el espíritu público”. Es decir, desviar la atención con esa noticia falsa. Con ese “fake news” las autoridades en la colonia procuraban ganar puntos con sus superiores en España para su beneficio personal, y es lo que venían haciendo desde antes: “Todos saben que la necesidad de hacer méritos para con el Gobierno de Madrid por conservar sueldos y ganar honores, que la intransigente codicia de mando que aspira a mantener eternamente entre cuatro privilegiados de allá la vida y la hacienda de seiscientos mil desheredados de acá, y el deseo de lavarse de un borrón que debe caer exclusivamente sobre los agentes de un poder que no tiene más apoyo que el de la fuerza, son los móviles harto poderosos entre estos mandarines para dar a esos conatos de desorden proporciones mayores y querer echar sobre los hijos del país, aunque sin expresarlo claramente, la odiosa responsabilidad que en sí comportan”.

El liderato revolucionario puertorriqueño tenía muy claro la connotación peyorativa que tiene el término “conspiración” pero, igualmente, reivindicaron el sentido revolucionario y positivo que también tiene. Así afirmaron: “Los hijos del país no han entrado nunca ni entrarán jamás en conspiraciones que tenga por el objeto el robo y el asesinato. Dejarían de ser oprimidos para entrar en las filas de sus opresores”.

El Gobierno despótico decretó la salida del país de varias figuras identificadas con ideales liberales y democráticos, como don Pedro Gerónimo Goico, doctor Calixto Romero, don Julián Blanco, doctor Félix Delmonte, don Rufino Goenaga, licenciado Segundo Ruiz Belvis, doctor don Ramón Emeterio Betances, don José Celis Aguilera, don Carlos E. Lacroix, entre ellos. A algunos de los desterrados les exigió que empeñaran su palabra de honor de que cumplirían con presentarse a Madrid en dos meses. A esta pretensión, el Manifiesto respondió:

¡Palabra de honor exige un Gobierno que nunca ha sabido

respetarla!…Conocéis su vida pasada y los crímenes de que

son culpables. El primero, el más imperdonable, es haber

nacido en América; el ser hijos de españoles que todo lo

pueden aquí, menos hacer hijos españoles. Otro no menor es

haber recibido alguna instrucción en el extranjero; haber visto,

comparado y deseado; haber vivido siempre de su trabajo, sin

empleos, sin humillaciones, sin bajeza; haber deplorado en el

seno de la familia o de la íntima amistad los males de una

política y de una administración tiránica, depresiva de la

dignidad, torpe, inquisitorial, corrompida; cuya fórmula es

«oprimir para exprimir», cuyos agentes son cabos de vara y

cuyos medios de acción son la ignorancia, el espionaje y la

estafa organizada.

El Gobierno oscurantista que no permitía ninguna voz disidente mezcló en un mismo saco a todos los que consideraba enemigos indistintamente de sus orientaciones políticas y filosóficas. Marchesi creyó tener la oportunidad de salir de todos a la misma vez.

El Manifiesto revolucionario pasó factura histórica al imperialismo de España, con una síntesis magistral:

Somos todos, con excepción de algunas pocas docenas,

víctimas del régimen colonial español que de Colón acá

ha sido y será siempre la negación de todo derecho y de

toda justicia; el imperio absoluto e irresponsable de cuatro

aventureros ineptos y avarientos; el monopolio y las

extorsiones de todo género, nombre y calidad; el fanatismo,

el embrutecimiento y la inmoralidad cerrando por doquier el

paso a las más nobles aspiraciones del espíritu, los jesuitas,

los soldados, las plazas de toros, las loterías; la corrupción,

el espionaje y la sed de oro en todas partes. Esa es España,

ese es su Gobierno en América.

Debemos conspirar

Luego siguen cuatro párrafos dando los motivos para la revolución, mediante la conspiración libertadora: “¡Puertorriqueños! Vuestros hermanos que han salido, han conspirado, sí, y deben conspirar -, porque es necesario que un día acabe el régimen colonial en nuestra Isla; porque Puerto Rico finalmente tiene que ser libre como el continente, como Santo Domingo”. ¿Cuál era la realidad de Puerto Rico colonial y por lo cual había que conspirar?

  1. “Deben conspirar sin tregua, y nosotros con ellos, porque carecemos de toda gestión e intervención en la cosa pública; porque, abrumados bajo el peso de contribuciones que no votamos, las vemos con escándalo repartidas en un número reducido de empleados peninsulares, ineptos, y el mal llamado Tesoro nacional; en tanto que los naturales del suelo, más merecedores, desempeñan únicamente algunos destinos subalternos o no retribuidos, y en tanto que la Isla carece de caminos, escuelas y demás medios de desarrollo intelectual y material”.
  2. “Debemos conspirar, porque de cinco millones de pesos que el país paga anualmente de contribución, más de la mitad se encamina a España, para no volver, bajo el nombre de sobrantes o de ahorros de empleados, y la otra mitad se malgasta en una fuerza militar innecesaria, en una hacienda voraz, en una administración de justicia inmoral, en unas obras públicas tan pronto hechas como deshechas, y en una policía secreta que de antemano cuenta con el vil precio de la calumnia y el seguro de la maldad”.
  3. “Debemos conspirar, porque sin escuelas, sin colegios, ni más medios de instrucción que los que pueden proporcionarnos en el extranjero nuestros propios recursos, vemos a la juventud languidecer en medio de la común ignorancia, sin otro estímulo que los placeres sensuales”.
  4. “Debemos conspirar, porque en cambio de estos males ciertos y de los vejámenes que diariamente se sufren, y de las trabas que por doquier nos cercan, y de la inmoralidad que va sembrando a su paso la esclavitud, el orden material no gana y crece en proporción de los esfuerzos, sino antes bien se estanca o arrastra torpemente”.

Confiar en nosotros mismos

El Manifiesto hace un llamado  al pueblo a abrir los ojos, a no engañarse esperando nada bueno de la misma España carente de libertades, atrasada y de políticos parasitarios. España tenía solo un objetivo principal con Puerto Rico: explotar la colonia “hasta recoger el último esquilmo”. También dio una alerta a no esperar nada del camino de las reformas ni de las promesas de cambio, tantas veces burladas. En la propia España se anticipaba una revolución, pero por más pasos democráticos que diera le pronosticaban una duración corta (como sucedió).

¿De qué viviría un Puerto Rico libre? “Tiempo es ya, puertorriqueños, de que volvamos los ojos a nosotros mismos. Elementos mil hay en nuestra Isla y alrededor de ella que nos convidan con viva instancia”. Lo que Puerto Rico necesitaba era sacudir “la tiránica dominación de España” y con su gente, su tierra fértil y sus recursos propios, para empezar, emprender el camino del desarrollo pleno sin ataduras ni trabas. “No esperéis la libertad de fuera, puertorriqueños, cuando tan cerca de vosotros la tenéis, cuando hombres, dinero y patriotismo os sobra, cuando la mitad del camino de la revolución os lo ha hecho España con sus desaciertos y males sin fin, y la otra mitad es obra sólo de poco esfuerzo”.

El Manifiesto instó al pueblo a conquistar su propia libertad, con valor y los sacrificios necesarios:

El espíritu público está ya bastante preparado; la propaganda

ha servido su misión; la hora de pelear es lo que falta señalar.

Para esto no necesitáis contar vuestros enemigos, sino contaros

a vosotros mismos; la desproporción es inmensa. No necesitáis

calcular sus recursos, sino ver a vuestro alrededor y considerar

que el sol, las lluvias, las largas jornadas son auxiliares poderosos;

que el suelo es vuestro, porque en él nacisteis y cada cual cuenta

con una casa, con un amigo, con un refugio; que el maíz, el

arroz, la carne están en vuestras manos, y llegado el caso, sabéis

soportar el hambre y la sed.

Con machete en mano y las armas que procuraban introducir de Estados Unidos, Santo Domingo, Haití y Venezuela, España no podría enfrentar una resistencia larga. Pero la libertad no viene de gratis y, según se proclama en el Manifiesto, por ella había que estar hasta dispuesto a morir: “el patriotismo lo puede todo, porque ¡Siempre vence quien saber morir!”.

EL Manifiesto revolucionario de 1867 termina con un llamado a la solidaridad especialmente entre Cuba y Puerto Rico, como últimas colonias españolas, y con el objetivo mayor de formar un bloque común económico antillano:

“¡Cubanos y puertorrique؜ños!, unid vuestros esfuerzos, trabajad de concierto, somos hermanos, somos una en la desgracia; seamos uno también en la Revolución y en la Independencia de Cuba y Puerto Rico. Así podremos formar mañana la confederación de las Antillas”.

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[El texto completo del Manifiesto es uno de los apéndices en el libro de José Pérez Moris. Historia de la insurrección de Lares (Río Piedras: Editorial Edil, 1975; primera edición en 1872].

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