Reseña de Walkie Talkie
Especial para En Rojo
En Walkie Talkie: Cambio y fuera, novela ganadora del Premio Barco de Vapor 2025, Sylma García González ofrece una narración que desafía los modos tradicionales de representar la memoria, la familia y la tecnología en la literatura infantil puertorriqueña. La historia presenta a Nico, un niño que después de romperse una pierna pasa un periodo de descanso con sus abuelos en Aguada. Allí y mediante el uso de un dron y un walkie-talkie, se verá envuelto en un misterio que lo conectará con eventos de un pasado olvidado. Con una prosa ágil y precisa, la autora construye un relato que entrelaza generaciones y territorios, donde la infancia se articula como un diálogo mediado por la tecnología y la imaginación. La novela se sostiene sobre tres ejes fundamentales: el desplazamiento geográfico de la trama hacia Aguada, el uso de la tecnología como herramienta de reparación y descubrimiento y la figura de los abuelos como agentes de transformación.
El primer eje de la novela, el desplazamiento de la trama del Área Metro a Aguada, opera como un gesto de descentralización estética y simbólica. Al situar la acción fuera de las coordenadas metropolitanas y de los espacios urbanos que suelen dominar la literatura infantil y para jóvenes, García expande el mapa literario puertorriqueño. Aguada no aparece aquí como un escenario periférico, sino como un centro de significación propio, con su geografía, ritmos y lenguajes particulares. Esta elección reconfigura las posibilidades narrativas del país, desplazando el binomio “San Juan-La Isla” hacia una pluralidad de voces paisajes que resisten las jerarquías geográficas impuestas por el centralismo cultural. En este sentido, Walkie Talkie: Cambio y fuera, se vuelve un ejercicio de redistribución del territorio simbólico. Contar desde Aguada es también reimaginar a Puerto Rico desde sus “márgenes”, sin necesidad de que estos sigan definiéndose en función del centro.
En segundo lugar, los abuelos que introduce la novela, Yelin y Nilsa, no son guardianes pasivos de un pasado idílico ni símbolos fosilizados de una identidad rural idealizada. García González los presenta como figuras activas en la crianza del protagonista y como pilares emocionales de una comunidad que se rehace constantemente entre pérdidas y resistencias cotidianas. Su sabiduría no proviene de la nostalgia, sino de la experiencia viva, de una capacidad de adaptación que los convierte en mediadores implícitos entre el pasado y el presente. En lugar de refugiarse en un “antes” idealizado, los abuelos se abren al diálogo con la tecnología y con las nuevas generaciones, ofreciendo una visión de la tradición como fuerza en movimiento. Así, García González desmonta el imaginario del pasado bucólico sin contexto histórico que tantas veces ha servido para romantizar la historia puertorriqueña, reemplazándolo por una memoria activa.
En tercer lugar, la incorporación de la tecnología (walkie-talkies, drones y cámaras) no amenaza a la experiencia de la niñez ni o la identidad nacional, sino como que sirven como instrumentos de mediación y memoria. García González evita el tono alarmista que en ocasiones suele acompañar el tratamiento literario infantil de lo digital, mostrando en cambio cómo las herramientas tecnológicas pueden usarse para explorar un pasado oculto y, a la vez, para conectar generaciones. En la novela, la tecnología no reemplaza el vínculo humano, sino que lo amplifica. Esta permite que el protagonista, Nico, escuche voces olvidadas, reconstruya paisajes borrados y entienda su propia historia familiar desde una perspectiva más amplia. El acto de escuchar por el walkie-talkie, de mirar a través del dron, se convierten en una forma de arqueología afectiva y social, donde los dispositivos electrónicos son aliados en un esfuerzo reparativo que une memoria y presente.
Finalmente, estos tres ejes se amplifican por las ilustraciones de Joshua Díaz Zambrana, que sitúa a los personajes en un entorno reconocible y contemporáneo. Hay balcones con barandales metálicos, cables eléctricos, camiones de reparto y farolas que evocan la cotidianidad urbana actual. Por ejemplo, en una de las ilustraciones, Nico se asoma desde el balcón junto a su gato, Botines, sosteniendo un walkie-talkie mientras habla hacia la calle donde otro niño, que se tapa los oídos, abrumado por el ruido o la emoción del mensaje. La imagen esta dividida por una línea diagonal que divide el presente, en color, y el pasado, en sepia. La composición conecta a ambos espacios y temporalidades como una extensión del juego y la comunicación entre los personajes. Así las imágenes guían al lector en los actos de observación y descubrimiento que impulsan la trama.
En conjunto, Walkie Talkie: Cambio y fuera, se presenta como una novela profundamente ingeniosa que reconfigura las relaciones generacionales, espacios y medios. García González escribe con una sensibilidad que reconoce la fragilidad del tiempo, celebra la capacidad humana de jugar, imaginar y comunicarse entre la incertidumbre. Su obra, ante todo divertida, demuestra que la literatura infantil puede dialogar con la tecnología y con geografías múltiples sin perder su anclaje afectivo ni compromiso con la historia.



