Especial para En Rojo
La historia de todas las literaturas nacionales nos enseñan que el escritor es semejante a su geografía y a su gente. En la antigüedad, Homero escribió la Ilíada y la Odisea que son las sagas de los dramas y de la épica de familias helénicas. Ulises es un héroe de la guerra de Troya, después de veinte años regresa a Ítaca, y lo primero que se le ocurre es preguntar por su vino y su queso. En España, don Miguel de Cervantes escribió Don Quijote. Sus protagonistas viven en la Mancha, su amigo Sancho se convierte en escudero y Dulcinea del Toboso en su enamorada. Todos vecinos de Alonso Quijano. La madre de Juan Preciado le dice que regrese a Comala y le cobre todo lo que le debe a Pedro Páramo, su padre. En Comala estaban los páramos de Juan Rulfo. Más recientemente, en Cien Años de Soledad, los Buendía han formado un mundo de lo real maravilloso en la vega y los montes del caribeño Macondo.
Todas las obras maestras de la literatura y de la música tienen como referencia la patria chica del autor. El hombre crea aldeas y comunidades complejas atraídos por la relación con la naturaleza y el ingenio de la condición humana las hace complejas. Por esos pozos profundos y donde quiera que se detenga el hombre errante, ha de empezar también la poesía, el arte, la literatura nacional y universal.
San José de Ocoa en La República Dominicana, los escritores de todas las especies llevan en su pluma las caras de su gente y sus paisajes naturales. La magia del escritor ocoeño se inicia en las montañas que le rodean. En sus ríos el futuro escritor se ha bañado en su corriente y se ha limpiado las orejas. El futuro escritor se inicia hundido en el pozo de la curiosidad golpeándose con la sustancia y la materia. La casa familiar, el vernáculo, el callejón, la plaza, los Viernes Santos, los pájaros y el trabajo, son las eternas reminiscencias que se van echando en la maleta del escritor. La prosa y el verso van asomando en esa vida de renacuajos y de parvos que se tenía antes. Lo canijo y desaforado también cabe en la maleta del escritor, serán también parte de los materiales que formaran sus futuros dramas y cantinelas.
Luego le llegan al novicio escritor los delirios y la embriaguez de la condición humana, llegan los días que le obsequiaran limosnas con nombres y apellidos, llegan las noches con su caridad y piedad que le obsequiaran sombras e incertidumbres. Desde muy temprano, el futuro poeta o narrador no está ajeno a la importancia de una caricia o el amor de la madre, ni le son indiferentes los episodios del padre o la llegada de un extranjero al pueblo.
La suerte está echada cuando un artista descubre que hay asombro y contemplación en una hormiga, en una flor, en el fuego que calienta, en el viento y en el olor de la lluvia. El paladar de la abuela sube del estómago a la memoria. La intriga y la curiosidad son un puente a la escritura. Y de pronto el escritor en ciernes descubre la soledad de la cual nunca se va a separar. Es indispensable la soledad, el mundo interior se va develando aislado y acostado en un incómodo colchón. El escritor ama su soledad pero es para el ocio de la creatividad. Los libros hacen a un escritor y los talleres académicos no tanto. Un escritor nato reflexiona sobre cómo su vida entera se deshace, se prepara y se diluye en una vida contada. El escritor nato pasa la noche en vela, es un saco de angustias y curiosidades.
He aprendido en Ocoa, que el escritor se pone en contacto rápido con la familia, camina sus calles y campos, escucha episodios y conoce las fundaciones y los apellidos de sus abuelos. Un libro lleno de palabras es aburrido pero cuando el libro está lleno de caras, emociones, ideas, episodios y lugares, entonces, es cuando adquiere una significación profunda para el lector. En el libro, el escritor vacía la maleta, de ahí extrae los materiales lujuriosos de sus obras que le fueron llegando desde que abrió los ojos.
Cuando el autor o autora rompe a narrar es que ha encontrado vigor, fuerza y confianza en la casa materna. La voluntad de escribir es híbrida por una lado te persigue, trasnocha y fastidia y, por otro lado, es algo bello, que satisface, expande la existencia, le da sentido a una vida generosa.
El escritor no surge de la nada antes ha escudriñado la calle, ya lo han provocado, ha visto el dolor y la alegría, lo ha desanimado, le tiran tierra. En fin, de esta manera comienza a proclamar su libertad destetando de la casa materna, deslizándose a la aventura de escribir, sin pensarlo dos veces revienta su obra y su destino. Quedarse mudo, sentirse impotente, es el dolor más terrible de un autor. Sin embargo, regresar al Titanic, a Ítaca, a Ocoa es momento suficiente porque una puerta se abre para revivir la vida y salir de la carencia. Nos ponemos incapaces porque buscamos muy lejos lo que se halla tan cerca de nosotros. El placer de escribir está arropado por las primeras cobijas del primer hogar.
Un escritor debe interesarse por otro escritor de igual manera un poeta por otro poeta. En el Festival de literatura de Ocoa, el último día fue dedicado a homenaje a todos los escritores de la banda sur de la república. Había más de doscientos autores y autoras que reconocer. Me eché un poco de humor encima de mí, y me dije “aquí hay más escritores que hormigas”. La biografía que se leía en el podium eran infalibles pero en la audiencia circulaba calladamente, otra sórdida biografía, más sobre rumores y desdichas del autor premiado que saltaban de boca en boca sobre las filas de asientos.
El escritor dominicano en general deja en su territorio un sabor dulce y amargo o una marca indeleble entre el disimulo y la picardía. Lo mismo que baila que canta, es indistintiva su manera festiva de narrar y versificar. Las novelas de los escritores de Ocoa son una extensa bachata. Las poetisas escriben poemas eróticos que son cuidadosos desnudos en una actuación de cabaret. Las gobernadoras escriben extensos poemas de amor y desamor. Y los aplausos son mayores para el poema que para el discurso de campaña política. Hasta las investigaciones históricas no carecen de merengues y de improvisaciones personales y sensuales. Y todo esto para mi resultaba maravilloso ante mis ojos y oídos. Sentado en la última butaca del teatro, disfruté el largometraje de un festival literario en las entrañas del sur, una comunidad muy particular. El libreto estuvo razonado y cuidadoso, fue un acto festivo, vibrante y de comunión en el ombligo de Ocoa.
Fueron tres días de festival literario, tres días en el cual me sentía un espectador pasmado dentro de la panza apetitosa de Ocoa. A mi lado había un grupo de estudiantes de liceo muy motivados con el festival. Su bandera literaria y su proyecto de la clase graduanda consiste en recoger fondos para construir un monumento a William Mejía, destacado docente, escritor y dramaturgo de Ocoa. La ovación para ellos fue brutal cuando explicaron que el busto lo hacía un escurtor de Ocoa. Por su parte, el alcalde donó un espacio muy bien ubicado en el parque. Yo entendí claramente que los dominicanos le tienen un cariño muy especial a sus artistas independiente de su fama, sus trifulcas, sus títulos o profesionalismo.
Yo asistí a un festival literario y me gustó mucho que no fuera un festival de intelectuales. El escritor de San José de Ocoa va por caminos de barro y pisa terrenos comunes, las dotaciones culturales de su ciudad le sostienen la cálida personalidad. La camada de escritores que yo conocí, los reconocí cerca de la realidad diversa de su pueblo, no vi distancias entre el escritor y su gente. No representan para nada una élite de universitarios o de intelectuales. No observé una atmósfera de privilegios, ni sentí que un escritor o lector fuera superior al otro. Ocoa es un pueblo de flamantes escritores y lectores sin mote de ciudad letrada. Conocí escritores tan versátiles y sencillos que se me antojo llevarlos a mi casa en Santurce.
Me llevé a mi casa a Juan que aún vive donde nació en la municipalidad de Elías Piña, que hace frontera con Haití. Cuando le llamaron para la foto de rigor y entregarle un galardón, no dijo ni una sola palabra, las gracias las ofreció cabizbajo. Este escritor regresó a su asiento como si nada hubiera ocurrido como si deseara no estar en el salón de los laureles.
Un escritor tiene muchos destinos, llega a un espacio decorado y de inmediato se quiere ir, piensa en regresar a sí mismo, a sus orígenes. Quizás se siente aplastado porque pierde su voz. El escritor más sureño de todos no es un académico, no es parte de ninguna élite o generación literaria. Apenas viaja a la capital, su biografía es breve, sin embargo, ha escrito cuarenta y cinco libros y es impresionante que su obra rebasa su edad. Yo pensé que don Juan es un prodigio de la creatividad.
Cuando regresó a su asiento tres filas antes que la mía, sin ninguna admiración, me dije que el esfuerzo de un escritor productivo es semejante a su vida. A mí no me conmueve un poeta que no sea parecido a lo que piensa y hace. Mi admiración por este señor me levantó de la silla y fui hasta él sin saber si felicitarlo primero o arrodillarme después como el súbdito a su monarca. Interrumpí su vacío estrechándole la mano. Juan se puso de pie y me dio una reverencia inmerecida. «Colega también somos tocayos”. Me saludo con mucho honor. “Usted es el que merece mis respetos y mi veneración, cuarenta cinco libros de pecho no es cáscara de coco”.
Era un escritor ébano y sencillo, sus ojos brillaban por la humildad, su camisa blanca estaba manchada, su chaqueta gris le quedaba grande y sus zapatos gastados daban pena. Tiene cuarenta y cinco libros que no pueden ser de un escritor enclenque. Cuando Dario Tejeda leyó su biografía y la mitad de sus títulos, el público se puso de pie con grandes aplausos. Pero él ni se enteró de la ovación que le dieron. En la asamblea había escritores de muchas azoteas como el afamado poeta y ensayista Mateo Morrison, la poeta y narradora Ángela Hernández, el novelista e investigador literario Dr. Miguel Fornerin y muchos otros.
Le compré dos libros de unos veinte y tantos diferentes que llevaba en una maleta. Los temas que escribía eran variados, escribía sobre la cocina, los taínos, las artesanías, el idioma, poesía, novelas, cuentos, de fantasías, biografías, comedias, leyendas, fantasmas, había de todo en la maleta hinchada y pesada y para todos los gustos de los lectores dominicanos.
Los sacó uno por uno de su maleta y me los puso en mis manos con un cariño y una familiaridad especial. Le dije ,»Ud. nunca ha parado de escribir, no se dedica a otra cosa». “Lo que no venda me lo llevo a mi tierra. Son mis libros de allá de la frontera, allá también están los originales escritos en manuscritos”. Seguramente que el éxito y la frustración no caben en la vida de Juan, son palabras vacías, sin sentido para él. Juan me dice que tiene otro libro pronto por salir, solo le falta un poco más.
No sé cuál será su destino, hoy regresa a Elías Piña, se va con cierto pesar, quizás es el pesar de que todos los escritores enfrentan las mismas dificultades para que suenen sus libros. Sin embargo, Juan no habla de esas dificultades, habla de su tierra y de cómo llegar a ella, a su extensa frontera negra de las palabras. No sé si los libros se parecen a los autores pero en el caso de Juan pienso que todos sus libros son semejantes a él. El es un autor bondadoso que escribe libros bondadosos.
He destacado en el festival literario del Sur la importancia de la sede San José de Ocoa, su simbología con Macondo. También, he destacado la condición de ser escritor, he hablado de su diversas personalidades y de su relación con sus orígenes y su gente. Quiero destacar también que el escritor dominicano y sus lectores tienen modales, son todos cálidos y fraternos los unos con los otros. Son los dos afectuosos, coligan en sus roles, no son fríos y apagados, son ambos de carácter afectuoso y saben escuchar sin que haya silencio.
Dejé el Festival convencido de que los escritores aumentan el círculo de amigos. Yo mismo me abastecí de amigos lectores y escritores. Fueron tres días de festejos, fueron tres días de brote contagioso de la amistad grata y madura. Los escritores deben tener por hábito aumentar continuamente el número de amigos a través de la vida. Los encuentros, los viajes a festivales suplen la falta de amigos, colegas y lectores. Dicen que la amistad “es el vino de la vida”. El Festival literario de Ocoa fue una bodega de buen vino y buenos amigos. Aprendí que el escritor dominicano es de un carácter afectuoso, que su dedicación no reduce la calidez de las relaciones de amistad entre los autores. La alabanza por escribir es algo feliz, ella avanza y toca la amistad, complace la curiosidad, une a tantos escritores semejantes sin necesidad de estar solos.
Más que los libros creo que la amistad de los escritores fue el postre delicioso que se pudo compartir, que alcanzó para todos. La generosa amistad fue el regalo mimado del Festival. Yo me llevé un pedacito de cada escritor que me brindó la cordial bienvenida y me obsequió la sabiduría y el afecto de la amistad. Encima de todo el trajinar, es la amistad la que irradia la fuerza de la confianza para seguir escribiendo sobre una vida con lugares, caras y hechos. Quién ha vivido es quién puede mejor poner la vida suya y de los amigos por escrito.
Gracias Juan por traernos sus libros. Juan me demostró que no hay nada más placentero e instructivo que escribir. Me agradó Juan, escribe con gusto para su gente y escribe de lo más estimable para ellos. Los escritores que complacen tienen interés por la humanidad, no corrompen, no envidian porque lo que escriben es útil. El buen escritor escribe misceláneas y obras maestras para hablar con los demás. Me escribió su número de teléfono más abajo de la dedicación que me hizo en su libro. Aún no lo he llamado pero lo haré en cuanto llegue a Santurce. Pienso que el mejor amigo de un escritor es otro escritor.
En el salón de los homenajes, el escritor ocoeño fue la perla de palacio, el carácter y los orígenes se apoderaron de su genio, su arte y de su indulgencia. No importa la luz o la oscuridad del escritor, todo ello es parte de los méritos del escritor ocoeño, muy esforzado por ubicar en el mapa de la literatura dominicana a las caras y los lugares que le inspiraron y que son memorias naturalizadas que abastecen su vida y la condición del escritor. San José de Ocoa está a la altura de Ítaca, La Mancha, Comala y Santurce.