En torno al llamado de los Independentistas No Afiliados al PIP a Votar PIP

 

 

Empiezo por reconocer la inmensa valía y militancia patriótica de las personas que conozco y han firmado la proclama llamando al voto de los independentistas no afiliados por el PIP. La generalidad de ellas, patriotas más consistentes, comprometidas y sacrificadas que lo que yo he sido nunca, pueda, o esté dispuesto a ser.

No obstante, con el mismo respeto, cariño y admiración que les tengo, me permito disentir de su llamado. Ello, no porque cuestione la calidad de las candidaturas del PIP (a algunas de las cuales daré mi voto); sino porque no coincido con la estrategia descolonizadora del PIP, que al fin y al cabo es lo que le da sentido a un partido que exige un compromiso con la independencia como condición para cualquier tipo de unidad entre sectores sociales progresistas en nuestro país. Esa estrategia del PIP en las últimas décadas ha incluido el permitir que se fortalezca el reclamo de los anexionistas, bajo la premisa de que “como la estadidad es un imposible”, cuando nos cierren las puertas en EU, la opción de la independencia nos caerá en la mano a los independentistas como fruta madura. Personalmente no comparto el ideal de una independencia así alcanzada, con el grueso de la población en contra y obtenida anti-democráticamente. Creo en una independencia ganada, construida desde abajo, mediante experiencias de  satisfacción de las necesidades mas apremiantes de l@s boricuas por l@s boricuas, unidos en colaboración patriótica solidaria, y ganando con cada conquista mayor conciencia de nuestra capacidad de valernos por nosotr@s mism@s bajo el compromiso de procurar primero el bienestar de las grandes mayorías, empobrecidas material y espiritualmente por el capitalismo-colonial.

En segundo lugar, pienso que la forma en que está estructurado el sistema de partidos en PR donde nos agrupamos prioritariamente a base de nuestras preferencias de tipo de relaciones con la metrópolis, es un sistema diseñado e impuesto por el imperio para dividirnos en tribus y así siempre impedir la necesaria unidad de pueblo que necesitamos para construir una nación para sí, bajo cualquier arreglo posible. Ese sistema de división obligada entre anexionistas, colonialistas  e independentistas es lo que permite el cambalache de que progresistas se agrupen con retrógrados,  conservadores con liberales, feministas y defensores de la comunidad LGTTBQ con machistas, sindicalistas con anti-obreros, y mucha gente honrada con ladrones. Ese es el principal mejunje político del país,  y no otro. Se trata de un esquema que invisibiliza muchas de las principales contradicciones socioeconómicas que vivimos como el capitalismo, el neoliberalismo y el patriarcado, bajo un manto nacionalista sumamente opaco.

Se trata de un sistema que condena a los independentistas al aislamiento y la exclusión, donde regularmente no hay apertura ni siquiera a ser escuchados, porque el filtro interior de los partidarios de la colonia o la anexión los tiene programados para descartar y enviar a la bandeja de spam los mensajes de quienes, de entrada, identifican como enemigos ideológicos. Igualmente encapsula el verdadero pensamiento transformativo.

La desunión y la incapacidad de comunicarnos entre nosotres, sin descartarnos de entrada, será siempre la victoria del colonialismo y cualquier otra estrategia que no parta de ese reconocimiento, estoy convencido de que será una estrategia fallida a priori. Matarnos por defender el que cada 4 años haya una franquicia electoral puramente independentista en las elecciones, para que reiteradamente nunca quede ni inscrita, tengo grandes dudas de que merezca tantas energías y tanto fuego cruzado entre  nosotres.

En tercer lugar, creo que se hace evidente que la capacidad de los movimientos progresistas en el mundo de alcanzar posibilidades de gobernar ha dependido en las últimas décadas  de su capacidad estratégica de alianzas con otros sectores en frentes electorales comunes.  En PR no visualizo que el PIP sea capaz de un acto de desprendimiento de tal naturaleza (a menos de que se enmiende la Constitución pera establecer una segunda vuelta electoral), pues su estructura operacional y financiera (su existencia organizativa) depende de los fondos públicos que le asegura su franquicia electoral de parte de la CEE y la nómina legislativa. En ese sentido no van a estar dispuestos de ningún modo a renunciar a ella en pos de adelantar alianzas amplias con posibilidades reales de aspirar a gobernar.

Finalmente creo que en el MVC militan también muchas otras personas súmamente capaces y comprometidas genuinamente con el país, a quienes igualmente reconozco niveles de compromiso y de militancia patriótica, comunitaria y sectorial mayores a los míos; e incluso, mayores a los de gran parte de l@s candidat@s del PIP.  Solo, que han decidido optar por otra forma de hacer política que no parta de las divisiones que por décadas nos han segregado, dándole una oportunidad a la muy difícil y complicada política de alianzas; que para algunas parece ser buenísima en otros países y en contextos políticamente mucho más «espatarrados» como andan diciendo algunos, que es lo que significa el MVC en Puerto Rico. A muchas de esas candidaturas yo  les daré mi voto.

A todos lo que han tenido la paciencia de leerme hasta aquí, les dejo en sus manos estas maravillosas palabras de una de nuestra mentes puertorriqueñas más ilustres y preclaras de estos tiempos, Eduardo Lalo; publicadas en 80 grado bajo el título de LA UNIDAD [IM]posible, para que les sirvan de brújula en este arduo camino de construir un nuevo Puerto Rico.

No obstante, aun así, nos empeñamos en invocar constantemente la unidad y nos descorazonamos ante su fracaso. Me pregunto si estamos conscientes de lo que verdaderamente implica la unión a la que aludimos sin tregua. A veces me parece que se piensa que la unidad se da espontáneamente, que es un estado de gracia producido por la manifestación de un sentimiento de justicia o de rebelión universal. El que no ocurra es entonces síntoma de un defecto moral intrínseco de los puertorriqueños. Pensar así es, en realidad, una forma de no hacerlo.

No hay nada más fácil de lograr que la desunión, porque para conseguirla no hace falta hacer nada. Basta con ser tal como uno es, con sus creencias, sus ideas, sus tendencias.  Esta desunión es la homeostasis de cualquier grupo humano. De ahí que la unidad sea un estado de excepción que sólo es posible mediante un esfuerzo continuo de desprendimiento. Desprenderse significa abandonar voluntariamente cosas que tenemos: nuestras ideas y creencias, nuestras concepciones del ser y del estar. Este proceso, que es siempre arduo e incluso doloroso, se hace porque se descubre una causa mayor que es la que exige la unidad. La construcción de ésta implica una desposesión: actos continuos de generosidad y flexibilidad de parte de todas las partes, la capacidad de convertirse en compañeros de empeño de aquellos con los que nunca se ha tenido relación ni comercio. Estos son siempre los diferentes, los que poseen en relación a uno grados de separación política, religiosa, sexual, etc. Por ello, la unidad es una perenne puesta en duda de nuestras certezas, deseos y voluntades, una negociación sin término tanto con los demás como con uno mismo.

Una nacionalidad no es un uniforme. No existe nada más plural que un gran grupo humano y cualquier tipo de imposición desde arriba o desde abajo de una voluntad exclusiva, y por tanto excluyente, tiene mucho de nacionalismo silvestre y muy poco de nacionalidad activa. No es lo mismo el nacionalismo que la nacionalidad; no es lo mismo los mínimos exigidos para la pertenencia que los máximos permitidos para la inclusión; no es lo mismo el imaginario de un lugar que la pertenencia de unos cuerpos a un lugar. Puerto Rico no es de nadie porque es el lugar de todos. Sin esta consciencia no hay unidad posible.

Ante nosotros tenemos una causa que es una serpiente con dos cabezas: la oposición a PROMESA y la descolonización del país. Divididos nos harán más pobres, más indefensos, más débiles. La unidad no es algo que está ante nosotros; es algo que se tiene que construir con la disposición de marchar hombro con hombro con quien no es como nosotros. Esto significa poner el cuerpo para defender al que no piensa o cree como nosotros, a los que pertenecen a otras generaciones, clases, ideologías, sexualidades. Nos une pertenecer a un espacio, tener el mismo hogar en el mundo. Esto es la nacionalidad; esto es el nosotros.

En la unidad cabe todo. En la unidad nadie es todo. Unirse es descubrir otra familia, otro partido, otra cultura, otra religión, otra economía, otra sexualidad, otra música, otro color de piel, otra clase. En la unidad todos somos otros. Esta generosidad es el único camino a la victoria.

 

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