Especial para En Rojo
“Isko” es un ave pequeña de cola amarilla y color oscuro llamada páucar, ave mítica que les enseñó a sembrar el alimento a quienes se consideran sus hijos. Los hablantes del iskonawa (comunidad de la selva de Ucayali, Perú, grupo en desaparición), su lengua, son los hombres del páucar. “Isko bakebo” es la autodenominación del pueblo en algunos cuentos. Significa hijos del páucar. “Nawa” es mestizo, extranjero. “Iki” es ser o estar.
Nawa Isko Iki. cantos amazónicos, de José Antonio Mazzotti, fue publicado por Hipocampo editores (Lima) en el 2020. Lo recibí de sus manos junto a dos volúmenes, uno que le pedí expresamente para una investigación en curso, el cual gentilmente me hizo llegar conjuntamente con una antología de poesía peruana contemporánea que preparó recientemente para la Casa de las Américas y que en su día comentaremos. Otro volumen que me regalara en el 2016 y que publicara un año antes se titula Apu Kalipso. palabras de la bruma, publicado con la misma editorial, y aguarda su turno. Nos conocimos en la celebración que hizo la Academia Puertorriqueña de la Lengua a propósito del Congreso de la Real Academia Española en Puerto Rico en el 2014. Éramos invitados especiales en ese momento, luego coincidimos en La Habana a propósito del certamen de Casa de las Américas en el 2018 en la que yo fungía como parte del jurado de poesía en el certamen correspondiente a ese año. A La Habana acudía José Antonio como ganador del Premio José Lezama Lima del año anterior con su colección El zorro y la luna, poemas reunidos. Recientemente coincidimos en Santo Domingo, República Dominicana, en un encuentro al que nos invitó el mutuo amigo y poeta dominicano León Félix Batista. Allí volvimos a intercambiar libros.
El libro Nawa Isko Iki surge de una investigación y viaje que Mazzotti hiciera a la zona amazónica entre Brasil y Perú, donde algunos de sus habitantes hablan el iskonawa, una lengua indígena casi extinta, de la familia pano. Me imagino que la experiencia de escuchar y convivir en la zona introdujo al poeta en un espacio imaginario donde abunda la poesía, aunando narraciones del origen, pájaros y plantas vía la palabra poética. Si nos atenemos al diccionario que produjo el proyecto que dio inicio al viaje e indagamos en el sentido de tres palabras apreciamos que nawa significa extranjero o mestizo, isko son los hombres o hijos del páucar, un ave mítica que les enseñó a sembrar, e iki, remite a los verbos ser o estar. En esa yuxtaposición se cimbrea el poemario que se dedica a explorar el lugar de donde surgen sus palabras mezcladas con las otras, aunque advirtiendo una inversión que podría interpretarse como “ser extranjero páucar” o “extranjero ser páucar” o “extranjero páucar están”.
Como aviso al lector, Mazzotti conmina a leer aludiendo a las transformaciones realizadas por lo que llama las “figuras” de las narraciones orales preexistentes; lo que ofrece es “apenas un recuerdo cifrado de algunas de sus historias”. Así vemos personajes o deidades que retornan a lo largo de un viaje eminentemente sensorial, formas carnales y espirituales que ocupan los espacios del recorrido con su presencia. Entre la bruma verde aparecen las historias, y dejan un rastro a olores y a sabores que pocas veces hallamos en otras colecciones poéticas. Este es un universo precedido por la narración oral y son las sensaciones las que presiden su transformación en imágenes donde predominan los sabores de los cuerpos convertidos en frutas y el aroma de los apareamientos reconociéndose.
El epígrafe es de San Juan de la Cruz. “A la tarde de la vida te examinarán en el amor”. ¿Es este un libro de amor? Diría que sí. Todos los ritos cosmogónicos que aquí se relatan tienen como tema un acoplamiento lírico, muy sui generis, entre animales/plantas/humanos. Son seres que pertenecen a ciertas cosmogonías y desde allí penetran o se extienden, se transforman o mutan en los humanos. Es una amalgama de temporalidades lo que obra la voz poética aquí pues opera desde otro lugar. ¿Observador? ¿Re-escriba de historias? ¿Qué ha inventado o yuxtapuesto en este relato? Difícil saberlo. El libro es testigo de muchas impregnaciones de mujeres con fluidos de animales (de sapos) y engaños. Comer sachapapa (semen del sapo) embaraza a una mujer. Aquí muchos cuerpos son vistos como manjares y frutas, y son devorados como un manjar.
A partir de la ignorancia, comenzaré a interpretar eso que hayo diferente al relato amazónico. Registraré lo que advierto podría ser común, pero busco sobre todo la divergencia. Dice la voz poética en su aviso: “ Lo que yo ofrezco aquí es apenas un recuerdo cifrado de algunas de sus historias”. Se divide el libro en dos partes: cantos amazónicos y el río místico. En este hay un cuerpo que se proyecta sobre el agua, primero como un “reflejo deformado” y luego arrojado, convertido en una especie de detritus que flota sobre el río que atraviesa la ciudad luego de haber experimentado con el ayuno sagrado. La superficie del agua se agita y allí se ve el reflejo de la voz poética. Lo que se ve, mas allá de eso, vale la pena anotarlo: las vibraciones de la imagen auditiva y las ondas del río se funden y producen el reflejo de la figura que se deforma al final del poema. ¿Qué ocurre durante el poema? “El resto es silencio mientras Wari se desliza por el horizonte y vuelve de su caverna oscura el Simpira.” “Figuren” o espíritus pueblan la primera parte, narraciones orales de las que destaco lo siguiente, mi observación.
El incesto de un hermano (como en Tamar y Amnón, de García Lorca) llamado Churu, quien busca a su hermana Piwi Niká, reptando “como una boa en la sombra”. Para identificarlo, ella le pinta el rostro y se lo dice a Wari, su madre el sol. Ella dice que hay un mono trepado en un árbol, y los pedazos de su hermano caen al suelo, fragmentados. Desde la muerte, el hermano clama quién lo descuartizó y amenaza con regresar a comer carne humana como un lupuna. Al amanecer temprano, tiene que viajar al cielo. Parece que Churu es la luna, aunque nunca se dice en el poema. Solo esto: “Hasta hoy resplandece con sus manchas de huito”. Una mujer (Kitesh) que le enseña a sembrar a una ardilla y que le pare un hijo humano, hasta que su padre reconoce a su hija perdida con un nieto con rabo. El cuento de una mamá libidinosa abandonada por su esposo que le permite a su hijo entrar dentro de ella de bebé. Cuando lo hace siendo hombre la mata y él se convierte en torcaza. “Dentro de ella se engordaba sin dar jugo y veía su boshki como un tentáculo hundido en su cocha-mashpi tibiecita y mojada como flor”. (19). Él lloraba por “ese loto perfumado”. P. 21- “Simpira se pasea por las arboledas como grama atando con su cola tahuaríes y machingas sueltas.” (21) Este poema habla del hijo del rayo. También se menciona a los “sajinos”. ¿Es Kanapacoa el trueno? “con una voz de cráter eructando en la niebla”. (22) De nuevo los sajinos “se funden a los árboles y llaman a sus fantasmas”. (23) Pájaro isko, dios alado. El pájaro le enseña a sembrar frutos comestibles, “Yo he venido a pedirte humildemente un canto, las notas que dibujan el surco del maní”. Es lo que querían, la sabiduría de la siembra. El pájaro le enseña a sembrar, entre otros cultivos, el maní, para que lo comparta entre todos. “Y se levanta entonces, como el brazo del simpira un arcoíris sin fin y sin principio”. (25)
El último poema, el único de la segunda parte, corresponde al yo de la voz poética que se distancia de su vivir abismado en la selva y de los cuentos que rehízo para trazar en este último poema su transformación allí.
Sabiduría del pájaro Isko
Yuushiña con sus hijos reza a los pies de la montaña.
El Rüe Biri es alto y los monos escasean. Los sajinos
se funden en los árboles y llaman a sus fantasmas.
Yuusshiña enciende su cigarro en la nariz. De pronto
ve al pájaro de cola luminosa y su huerto de maní.
Yuushiña quiere hablar al dios alado, suplicarle
sabiduría. Con sus hijos alista las talegas. Será un viaje
largo y peligroso. Y son seis. Yuushiña y sus hijos grandes,
mozos como cachimba de hojas verdes derramándose.
Uno de ellos quiere adelantarse. Es el soberbio paenmi.
Su padre le dice: “Debemos llegar y hablar con el isko;
juntos no nos harán nada, con su cola puede lancearnos”.
Por la noche el malcriado se desliza silencioso, carga sus flechas
y avanza lentamente. Quiere atrapar al isko, hacerlo su sirviente;
una pantera negra se levanta de su pecho imberbe. Lo desgarra.
EL isko sólo duerme con un ojo. Le advierte que no suba. Tensa el arco.
Y clava su lanza amarilla en la cabeza el soberbio. Cae temblando.
Cuando el padre lo recoge, llora de rabia y congoja, pero entiende
Los designios del ave misteriosa. “Hermano isko, por favor, perdona
a este mancebo torpe. Yo he venido a pedirte humildemente un canto,
las notas que dibujan los surcos del maní”. El pájaro lo mira fijamente.
“Prende una hoguera”, le dice. Yuushiña enciende el bosque, se refugia
y arriba truena “kutsa kuturús”. Cae la lluvia en la mañana, las raíces
se limpian de la baba de los suris, y en el aire un aroma de orquídeas.
Intenta subir hasta mi copa”, lo conmina, Y Yuushiña emprende
la escalera de maleza y moho. “Itsá kuturús”, exclama el isko.
Hasta la tierra baja el curioso, se desliza como gota de resina.
Ebrio de sus poderes, el pájaro le dice en su silbido: “Sembrarás
así, no muy hondo, dando aire a la semilla y sosteniendo
los tallos con hilo de chonta. Cuidarás de su fruto sabroso”.
Y también le enseñó a crecer camote, blanco y rojo, y a esperar
la luna en la cosecha y el descanso. Los hijos de Yuushiña
veían a sus críos correteando como hormigas cabezonas.
Tras hamaquear tres meses Yuushiña y su familia recordaron
lo último que el isko les dijo “partirás esa cosecha de maní
y de camote entre todos igualmente. No mezquines, no seas yochi”.
Y se levanta desde entonces como el brazo del simpira
un arcoiris sin fin y sin principio.
El río místico
Suenan las aguas estancadas a barullo de fiesta
y en ellas mi reflejo deformado baila
saltando el pentagrama que lame la calzada.
Cada tarde ese camino junto al río me recuerda
el lago rebosante que las garzas adornan, esperando
los dientes de los cocodrilos. ¡Qué frágil ese cuello
de papel Japón! En un instante se transforma
en bandera revolucionaria anunciando el reino
de la noche. Allí los espíritus del bosque corren
a descolgar estrellas y guardarlas en su alforja.
Los pájaros desatan su alegría en forma de llanto
de cuando eran gente. Los leopardos atizan
sus uñas para salir a cazar. Todo recobra temblor
como un cuerpo asustado. En esas guaridas me
encuentro de frente en el bullicio del cielo enjoyado.
Cada poro anuncia un peligro mortal. Cada minuto,
un mordisco, palpitar de ojos que se multiplican
en el dibujo de las hojas mojadas. El resto es silencio
mientras Wari se desliza por el horizonte y vuelve
de su caverna oscura el Simpira. El gusano galopa
lentamente escapando de los picos, sublevando
el tiempo. En esas ondas revueltas es propicio
Hundirse en las volutas del jaguar o del amaru.
Allí la araña shinahaka desteje cada noche su tela
de amatista; el kapa ardilla echa cincel de cuarzo
en los clavos del árbol iwi. Un tallo lanza su cabello
al rayo de oro frágil que se rompe en cien colores.
La selva discurre como un largo cuerpo, el mío,
con mil tentáculos peludos, con narices redondas
que inhalan los perfumes hechizados por el yaka ono,
se inicia el ayuno sagrado implorando a las plantas
su jugo de flores exquisitas, pura sangre, inundando
las cloacas, removiendo la hojarasca y trayendo
nuevos peces. Así vemos al poshko, dardo de piel
transparente; al panga raya y su corona de espinas;
al rego-rego de bigotes delicados. Ellos besan los pies
de las orillas y dejan sus perlas sin que la carachupa
venga a devorarlas. Luego caminan buscando hojas
de orquídea para perfumarse. Un poco más arriba flota
el zancudo de patas gigantescas. Me araña las orejas
cuando toso y huye en busca de la piel rosada del sajino
imberbe. Hay una flor volante con pétalos de zafiro
que posa su gusano en la barriga velluda en la torre
del tallo. Hasta aquí llega el río místico. Lo parte
un rayo sobre el puente. La ciudad arroja un cadáver
a sus aguas. El barullo de fiesta y mi reflejo bailan.