En Rojo
Para mi, gran parte del atractivo de las Fiestas de Santiago Apóstol de Loíza siempre ha sido la variación dentro de la repetición ritual. Siempre lo mismo, siempre diferente; es como un lema que me atrae a las fiestas año tras año desde julio de 1995. Solamente me he perdido 2020, por la pandemia de COVID-19. Asistí el 27 y 28 en 2021 y estuve presente para las tres procesiones de 2022. Hay cambios. Por ejemplo, cuando publiqué el libro “Caballeros, Vejigantes, Locas y Viejos: Santiago Apóstol y los performeros afropuertorriqueños” (Terranova 2007), hubo una participación activa de jóvenes, muchos de ellos vestidos como Locas y con interpretaciones diversas de Viejos. Pero a través de los últimos quince años la participación juvenil ha disminuido y la presencia de Locas y Viejos casi ha desaparecido. Antes de la pandemia había un florecimiento impresionante de Vejigantes, con nuevos colores y estilos de máscaras de coco. Este año observé un notable crecimiento en el número de Caballeros marchando en la ruta 187 con los Santos.
Estas son observaciones subjetivas. Dos amigos –Wilda Cruz y Teddy Vázquez, reconocidos y exitosos artesanos de máscaras de Vejigantes– este año decidieron crear máscaras de tela metálica (“wire screen”) y construir vestuarios de Caballeros para marchar en las procesiones. Mi lente naturalmente siguió su movimiento a través de la agrupación creciente de Vejigantes y Caballeros durante las tres millas entre la plaza del pueblo y su punto final en las Carreras. Es allí que erguía el árbol de corcho, ahora marcado por un mosaico de Daniel Lind-Ramos, donde según el mito encontraron el santo original (Santiago de los Niños). Sin embargo, Teddy y Wilda no fueron los únicos; formaban parte de una honda en que prevalecía el número de Caballeros sobre los Vejigantes, aunque ambos personajes aparecieron en múltiples y diversas versiones.
Este año más mujeres jóvenes se vistieron como Vejigantes. Las encontré en grupos a través de la ruta. Considero esto como algo positivo y renovador dentro de las Fiestas. La presencia femenina, tanto como Caballeros como Vejigantes, añade balance y estabilidad, pero también provee un nuevo elemento lúdico y juguetón de ironía y hasta misterio en el proceso de disfrazarse.
El personaje femenino tradicional de la Loca –actuado por hombres trasvestidos exageradamente como mujeres– ha bajado radicalmente en número. Solamente una Loca –había otro medio intento– estaba presente en las tres procesiones de este año. A la misma vez, no vi un solo Viejo, ni a los que se visten con máscaras de goma. (Hubo un señor con una máscara blanca de goma sin facciones algunas.) Dentro de todo lo positivo de más Caballeros, más mujeres vestidas de Vejigantes y máscaras y vestuarios de ambos impresionantemente bien hechos, esta falta de Locas y Viejos me parece tener implicaciones que requieren indagación particular.
Primero, es importante señalar que las Fiestas todavía no han recuperado su nivel pre-pandémico de energía y alegría. (Hasta varios quioscos y friquitines parecen permanentemente cerrados.) Por eso, tal vez, parecen más conservadoras y confinadas que en los años antes del combinado impacto de huracán María y la pandemia. Eso hace que los elementos tanto festivos como espirituales tiendan a juntarse alrededor de los polos más estables: por un lado, los santos como desfiles rituales católicos, y por otro, los Caballeros y Vejigantes como los personajes mejor definidos y conocidos.
Las Fiestas pertenecen al pueblo de Loíza y a nadie más, pero como investigador experimentado, ofrezco varias observaciones. Las celebraciones comunitarias como estas muestran elementos profanos y sagrados, de festejar y de rezar, de la carne y del alma. Es la interacción –encontrar lo sagrado dentro de lo profano y viceversa; descubrir que lo que parece profano a uno es realmente sagrado para otro—que da la energía a las fiestas como actos de resistencia, memoria y renovación cultural. El Vejigante es tanto el diablo para algunos como es un espíritu-guerrero-héroe ancestral para otros. El Santo, “matamoros”, “mata indios”, conquistador y esclavista colonial, por un lado, también representa el salvador cristiano, el protector de la hispanidad contra la invasión cultural y el reino del orden sobre el caos y desorden.
La tradición incorpora diversidad, Irreverencia, gozo y burla, pero también fe, devoción y creencias espirituales profundas. Las Fiestas dependen de este intercambio y el virazón o inversión cultural –los de abajo arriba y los de arriba abajo—para interrogar la autoridad institucional del estado y la iglesia oficial y mantener vivo el sentido de ser loiceños autónomos y particulares. Porque a través de todo, festejar es un gesto de identidad ancestral, es una llamada a África y a generaciones de antepasados boricuas afro-criollos. Por eso, la tierra de la ruta 187 es sagrada y permite juntarse en ella todos los elementos de las Fiestas.
Locas y Viejos fomentan la irreverencia, la inversión de la autoridad y la necesidad de burlarse de ella, de los Caballeros y Vejigantes, de los santos y sus seguidores y de ellos mismos. Es una celebración de creencia comunitaria y no de la religión oficialista ni de la autoridad municipal o estatal. Después de estar descubierto, el Santo original escapó de la iglesia tres veces para regresar las tres millas a su hogar, no una iglesia sino al árbol de corcho donde se encontró. Como todos los elementos de las Fiestas, los Santos también pertenecen al pueblo de Loíza y a nadie más.
En las Fiestas recientes, la separación entre los Caballeros, Vejigantes, Locas, Viejos y el Carretón Alegre, (por frente) y las banderas y literas de los Santos y la banda municipal (atrás) ha crecido. Además, el municipio, la policía y la iglesia –a veces con curas extranjeros acompañándolo—parecen andar guardando el Santo, casi como si ya existieran dos procesiones en la misma ruta. La separación que ocurre en Las Carreras –los personajes “profanos” por una ruta y los santos por otra—me parece natural y acertada, porque finalmente se reúnen en el mosaico del árbol para esperar la(s) bandera(s) –el regreso a los orígenes ya completo– y volver en el mismo desfile a la ruta 187.
La cercanía de todos los elementos a través de la ruta permite que las procesiones logren crear un ambiente diverso y variado lleno de alegría y energía visceral y espiritual. Además, la tensión del encuentro ancestral, a veces irreverente y burlona y otras veces solemne y trascendental, entre espíritus precristianos y cristianos, moros –aunque tengo mis reservaciones– y españoles, raíces africanas y tradiciones europeas y católicas facilita una posible comunicación transformadora entre la sabiduría del pasado y condiciones sociales actuales. Los Caballeros y Vejigantes son brillantes, pero también hace falta la presencia de Locas y Viejos.