Kianí Del Valle: virtuosa de muchas obsesiones

 

En Rojo

Con la familia y el hogar distantes, la coreógrafa Kianí Del Valle empezó a tratar su arte con la meticulosidad de quien estudia una ciencia. Se dedicó a observar, plantear preguntas a partir de esas observaciones, desarrollar su hipótesis y experimentar. Veintidós años (y muchas experimentaciones) después, compartió con EN ROJO la satisfacción de haber encontrado respuestas a esas inquietudes—existenciales, filosóficas y sociológicas. Kianí investigó hasta la saciedad; se metió en los agujeros de la curiosidad hasta reaparecer con algo nuevo: su arte, que es descrito como un híbrido entre la danza moderna y las artes escénicas.

Soy bailarina, pero pienso que en otra vida hubiera estudiado ciencias, admitió en la entrevista telefónica con EN ROJO, mientras su estilista Luis Enrique le colocaba extensiones en el pelo. Mis piezas van de la mano con la arqueología, antropología, las ciencias, la cartografía, repasó sobre los temas que han sido fuentes de fascinación e inspiración.

La puertorriqueña, radicada en Berlín, ha creado coreografías tanto solitarias como en elenco que se han exhibido en Berlín, Londres, París, Barcelona, Los Ángeles y Nueva York. Además, ha colaborado con artistas de renombre mundial como Labrinth, Bad Bunny, Residente y John Legend. En 2018, fundó su propia compañía, KDV Performance Group, donde está a cargo de un cuerpo de 15 bailarines provenientes de Europa, Asia, África y América del Norte.

He llegado a un momento bonito de mi práctica; siento que tengo ya un método de trabajo, celebró.

Kianí empezó en la Liga de Arte de San Juan a los 5 años, por lo que percibe el desarrollo de técnicas como el resultado natural y esperado; “como cualquier persona que hace algo por mucho tiempo”.

La cita con Luis Enrique fue una de las pocas pausas que tomó durante su visita de 10 días a Puerto Rico, en noviembre. Incluso, durante esta visita, operó como una máquina: ensayando diariamente, presentando Templos agrietados en el Museo de Arte Contemporáneo —la segunda obra que trae al archipiélago—, conversando con productores y ofreciendo talleres y una charla a bailarines.

Me he querido quitar 25,000 veces”, dijo. Abordada sobre cómo encontró su estilo y método, sostuvo que ha sido mediante esa perseverancia. Me da mucho sentimiento decirlo, pero mi única constante en estos 22 años ha sido mi práctica”.  Esa realidad, observó, es el resultado inevitable de tener a su familia tan lejos, y sufrir tantas muertes a distancia.

El duelo ha sido, de hecho, otro gran forjador.  Tras la muerte de su padre —a quien acompañó durante su enfermedad terminal— relató que “fue bien difícil volver a entrar a una práctica y sentir mi cuerpo”. La danza sirvió como espacio de sanación y meditación guiada. Desde esa vulnerabilidad y autenticidad, se metió de lleno a investigar la muerte y los ciclos de vida. “Mi trabajo es una reflexión de cómo yo proceso la vida y el mundo”, compartió quien estuvo cuatro años investigando. De ahí, surgió CÓRTEX, la más reciente obra escénica de KDV Performance Group, que se estrenó en el Festival Sónar de Barcelona, e integra efectos visuales del estudio tecnológico creativo Hamill Industries y banda sonora original de Tayhana.

Córtex y el último suspiro de su padre

Kianí contó que creció pensando que su papá era indestructible. Cuando le encontraron cáncer por primera vez, los médicos le habían pronosticado dos años de vida… Duró 30 años. Pero, en 2020, el cáncer regresó; esta vez, en el cerebro. En solo cuatro semanas, su papá había muerto. De ahí viene Córtex, mi obsesión con el cerebro, reveló.

Relató cómo, semana tras semana, veía a su papá deteriorarse y perder habilidades. Primero, fue la habilidad motora. Luego, se le afectó el motor fino. En ese momento, comenzó a dictarle a ella los sueños que estaba teniendo. “Eran sueños bien dark. Él volaba por mundos subterráneos debajo de la tierra, se comunicaba con seres de luz. Yo terminé con todos estos textos, sin saber qué hacer”, contó Kianí. Lo último que perdió fue la audición y la capacidad de hablar. De ahí que la obra por poco se llamara Lóbulo temporal, en honor a la última área cerebral activa en su papá.

Dentro del luto, la curiosidad fue un bálsamo. “Entré en un proceso de fascinación con el cerebro humano… y comienzo a tener conversaciones bien intensas con el neurólogo de papi”, agregó sobre su proceso creativo. Durante su investigación, visitó centros de cáncer, habló con otros pacientes y hasta visitó el hospital Charité de Berlín donde le dieron acceso a ver cerebros humanos. De esa investigación, finalmente surgieron cinco piezas artísticas que componen Córtex. La luz, la pieza holográfica, ella la describe como “una pieza portal en la que me comunico con mi papá”.

Además de ser una pieza profundamente personal, Córtex es la primera obra de su compañía que sale de Berlín. Luego de haber debutado en el Sónar (Barcelona), Córtex empezará a girar en 2025. En enero, tiene su premier alemana en el Festival CTM en Volksbühne. En febrero, visitará el Performance Space de Nueva York. En abril, hará su debut en La Haya (Países Bajos) como parte del Festival Rewire. Mientras, en junio visitará el Performance Space de Nueva York. Kianí anticipó a EN ROJO, que está en conversaciones para traer el trabajo escénico a Puerto Rico durante el verano de 2025.

La versatilidad, o las muchas obsesiones

El trabajo artístico de la compañía se ha esparcido más allá de lo tradicional. Abarca el holograma, el performance solitario y en elenco, la experiencia inmersiva, acrobacia y el cine. “Nunca pensé que iba a llegar a tanto”, reflexionó Kianí. Acto seguido, se expresó segura de que su entrenamiento en artes visuales —en la Escuela Central de Artes Visuales y la Escuela de Artes Plásticas, como discípula de Andy Bueso y José Luis Vargas— le ha ayudado a conceptualizar sus piezas. “Yo siento que hago arte visual, pero con el cuerpo. Esa manera de pensar es lo que me da resultado transdisciplinario”, observó.

Pese a la amplitud de herramientas visuales, Kianí aseguró que hay patrones y temas que se repiten entre todas las piezas, como el uso de la escritura y la investigación. Bromeó que se considera una nerda; busca inspiración en la lectura. Escribe dos veces por semana como mínimo. Crea cuentos de ficción o ensayos, que reinterpreta y narra en danza.

“Todas las piezas son como ensayos de mi reflexión de la vida y yo la llevo al cuerpo”, explicó.

Con Casas invisibles, el primer espectáculo de su compañía, trabajó el tema de la diáspora y la expatriación; esa sensación de que “siempre siento que no tengo casa, aunque tengo casa en muchos países”. En Tierra quemada, conversa sobre los efectos del calentamiento global en las islas. “Mami me estaba hablando de cómo la isla se está achicando y Palominito desapareció. Una amiga de Filipinas me dijo que su familia fue desplazada porque la isla donde vivían está desapareciendo. Me levanté un día con un llanto por lo que le estamos haciendo al mundo”, dijo. En Templo agrietado se inspiró en los hallazgos arqueológicos de Reniel Rodríguez a quien describe como una eminencia. Indicó que en esa pieza quiso reflexionar sobre la preservación de la cultura, al tiempo en que cuestiona quién decide lo que es digno de preservar en un contexto colonial.

De nuestra conversación de una hora, queda claro que las inspiraciones artísticas de Kianí son muchas, al igual que sus obsesiones. Y como muchas son las obsesiones, también es extensa la versatilidad.

 

 

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