Maternidad o no maternidad, that is the question?

 

Por María M. Ojeda*

Cuando pensamos en lo femenino en el mundo actual deberíamos pensar en lo femenino en el mundo antiguo. Cuando hablamos de democracia hacemos alusión a la Atenas del mundo clásico. Sin embargo, olvidamos que la mujer está ahí excluida de la esfera pública o recluída en espacios silenciosos como les sugiere Pericles en el célebre discurso fúnebre de Tucídides: “Y si, para aquellas esposas que ahora quedan viudas, debo también decir algo acerca de las virtudes propias de la mujer, lo resumiré todo en un breve consejo: grande será vuestra gloria si no desmerecéis vuestra condición natural de mujeres y si conseguís que vuestro nombre ande lo menos posible en boca de los hombres, ni para bien ni para mal”. Y queda una pensando en que diría Aspasia de Mileto hija de Axíoco, compañera de Pericles. Ella, maestra de retórica y logógrafa, tuvo gran influencia en la vida cultural y política en la Atenas de su tiempo y hasta quizás en la vida del político de marras. Los escritores satíricos, sin embargo, la describian como una cortesana. 

En el teatro griego, sin embargo, las mujeres y, en concreto las madres, adquieren un evidente protagonismo que no encontramos en ningún otro de los géneros literarios griegos. Así, en las alabanzas a los caídos en defensa de la ciudad están excluidas las mujeres, pero en la tragedia clásica, las madres tienen papel protagónico: Andrómaca; Hécuba, Clitemnestra, que antepuso a su esposo el amor hacia su hija; Medea, que asesina a sus propios hijos para castigar al marido traidor o Yocasta, por mencionar algunas. 

Entonces, si no participan de la vida pública en la Atenas clásica uno debe suponer que la maternidad no es una institución democrática. Más bien se trata de un proceso biológico que se asume de diferentes formas posibles. O al menos así debería ser. 

Es difícil, sin embargo, que una decida no tener hijos aún en el siglo XXI. No que no pueda tener hijos. Me refiero a decidir no tener hijos. Aún para no practicantes de la religión parecería que persiste en las mentes la gloriosa maternidad de María. En la cultura nuestra parecería que la mujer-madre se limita a aportar al padre lo que a éste le falta: la capacidad biológica de la gestación y parir. De ahí que sólo un Nombre, un apellido, el de los padres (el de la criatura y del padre de la madre de la criatura), se perpetúe y sea susceptible de poder ser pronunciado. De modo que, como en el discurso fúnebre de Pericles, “se ha conseguido que nuestro nombre ande lo menos posible en la boca de los (h)(n)ombres”. En resumidas cuentas, ninguna de nosotras tiene apellido. Solo nombre propio. Es un gran silencio de historia. 

La maternidad como mito, en el mito, debe leerse inversamente. Debe leerse con el marco crítico con el que se lee ficción. Así, la maternidad obligatoria, aquella por la que las mujeres son obligadas por coacción, a engendrar y dar a luz no debe ser una regla, una ley. Tampoco esa maternidad voluntaria, realmente deseada, pero en la que el deseo no puede impedir que la hija o el hijo será criado en las norma del patriarcado.

En la tragedia griega Medea, la protagonista es una mujer no convencional. Es poderosa, es maga, sin su ayuda el héroe masculino Jasón nunca hubiera conseguido el vellocino de oro. Pero cuando él después de algunos años piensa casarse con otra Medea no sólo mata a su rival sino que asesina a sus propios hijos. En esta tragedia se propone que un hombre sin hijos en el patriarcado no es un hombre, no es nadie, y condena a Jasón al ostracismo social. 

Nos dice Victoria Sau en su Diccionario ideológico feminista que no puede haber maternidad mientras: “a) los hombres sigan distribuyéndose a las mujeres; b) los hombres controlen la reproducción humana (fecundidad, fertilidad, demografía); c) los hombres decidan sobre la investigación, distribución y legalización de los métodos de la regulación de la natalidad, bien para fomentarla, bien para impedirla; d) en tanto que patriarcas sigan teniendo derecho de vida y muerte sobre los hijos/as (destrucción del medio ambiente, condena a muerte por hambre de países-hijo, genocidio de razas-hija, guerra)”.

Es un asunto complejo y pienso que se adelanta un poco cuando la cuestión del aborto se convierte en tema y acción constante en la agenda pública de transformación. Sabemos que los abortos clandestinos son causa principal de mortalidad materna y que en muchos países la despenalización del aborto a reunido grandes concentraciones y protestas. En Puerto Rico se quiere retrotraer legislación punitiva y retrógrada gracias a legisladores y legisladoras fundamentalistas. Pero, ¿qué pasaría si la responsabilidad de la reproducción de la vida fuese colectiva? Primero, la mujer dejaría de ser responsable individualmente de todos los procesos. Segundo, la familia dejaría de ser el núcleo básico de la sociedad y todo adulto sería responsable por los hijos de todos. ¿No sería este un modo de acabar la opresión sobre las mujeres? ¿No sería una manera de que la sexualidad dejara de estar atada a la reproducción? 

En resumen los seres humanos nacen en el capitalismo y en el sistema patriarcal condenados a competir y no a cooperar, esa es la gran tragedia. Y no es griega. Es universal. Mi abrazo a las que deciden no ser madres. Mi abrazo a las que son madres. 

*Ojeda es estudiante de teatro.

Artículo anteriorEl día que mataron a Lenin
Artículo siguienteZonas de oportunidad: ¿Para quiénes?