¿Qué hicimos con el amor?

Foto por: Adriana Mangones Cervantes

 

 

Con el más sentido respeto, a todos los cuerpos que, desde el 7 de octubre, desnudos y desarmados, han caído.

A nuestra formidable Aurora Levins Morales, puertorriqueña judía de acá y de allá, artista de agua y tierra, palabrera de fuego y aire, con el más indecible agradecimiento.

Lo que quiero preguntar es qué hicimos con la visión una vez la realidad resultó ser sórdida. Lo que quiero saber es cómo fue que la abandonamos. Quiero saber qué hicimos con el amor.  –Aurora Levins Morales, “If I Forget Thee, Oh Jerusalem” (1986)[1]

La base militar se llama Ramey –originalmente, Borinquen Field– y la playa de costa elevada se llama “Survivor’s” (¿sabemos nuestro nombre para ese litoral?). A la gente boricua empobrecida que, hasta finales de los años 30, vivía en esa esquina sublime donde el carácter de retoño volcánico de nuestras islas es tan palmario como en el acantilado del Faro Los Morrillos en Cabo Rojo, el imperio gringo la sacó para construir otro largo ensayo de destrucción.[2] Alrededor, en el llano antes entrecortado por casas de madera y sembradíos de tubérculos y matas de plátano, derramaron un cuadriculado “pueblito” que aún pervive, con cajas –no es un typo– de techos bajos y vocación de embuste cuidadosamente empaquetado. Las calles tienen nombres tan descarados como “Gun Club Road.” Para llegar a la playa de la sobrevivencia, en la que encuentro más surfers extranjeros que boricuas, es preciso pasar junto al campo de golf de Punta Borinquen, el aeropuerto Rafael Hernández y la tan celebrada Lufthansa Technik, una escuela privada todo en inglés, el recinto de Aguadilla de la Universidad de Puerto Rico, el barrio del Truman Show, un museo del “espíritu de Ramey” y el BQN Village de hoteles y casinos. Cruzándose entre tales platillos Petri de persistente colonialismo, hay innumerables células de pasados presentes invisibles, arrasados por el cemento y la desmemoria.

A juzgar por currículos educativos, gestión museológica, atención archivista, producción artística, reconocimiento público y discusión política en el Puerto Rico contemporáneo, nos falta mucho por confrontar del altísimo grado de ocupación bélica y militarización de nuestras islas, su memoria histórica y actual, sus multifactoriales, crueles, efectos. Por ejemplo:

  1. los fortines, murallas y cañones del imperio español, ahora celebrados y vueltos instagramables y “pintorescos”;
  2. las, al menos, 25 instalaciones principales del ARMY, el NAVY y el AIR FORCE y múltiples “menores” a lo largo del siglo XX, construidas a partir de la toma y el despojo con el propósito de practicar, aquí tanto como en el resto de la región y más allá, la matanza a mansalva;[3]
  3. la recurrente –antes forzosa, ahora “voluntaria”– militarización de la población;
  4. el abierto reclutamiento de nuestras juventudes en campus universitarios y campañas publicitarias echando mano, además, del empobrecimiento por diseño del país como arma de seducción a la muerte;
  5. los letales efectos lentos y silenciosos de la condición de veteranía;
  6. el intrínseco vínculo –manifestado en entrenamientos, armas, prácticas y el ethos general de disposición a abusar y matar– entre la policía de Puerto Rico y la militarización;
  7. la trayectoria y la vigencia de la “mano dura”, la política carcelaria estatal y el encierro de comunidades empobrecidas y racializadas;
  8. los efectos intangibles y materiales que ser ensayo de exterminio tiene en un paisaje, en sus especies, en su geología, en su gente.

¡Y ni siquiera he mencionado el peligro exterminador de los armamentos nucleares! Uno de los más dedicados estudiosos puertorriqueños de esta historia, Humberto García Muñiz, ya concluía un ensayo de 1991 con estas palabras:

[…] Puerto Rico [es] el centro de la presencia militar estadounidense en el Caribe. […] es la principal base naval y de escala para llevar a cabo entrenamientos, despliegues regionales de flotas y pruebas de alcance de armamentos. También provee instalaciones portuarias, aéreas y logísticas en apoyo a operaciones navales durante contingencias. La base Roosevelt Roads es un campo de entrenamiento para fuerzas de seguridad suplentes de Centroamérica y el Caribe, y también sirve como base para intervenciones militares en dichas regiones. Puerto Rico, huésped de infraestructura relacionada con armas nucleares a ser activada en tiempos de crisis, incluyendo múltiples instalaciones en diferentes partes de las islas, enfrenta el siempre inminente peligro de accidentes nucleares, o de un ataque nuclear en caso de guerra, como resultado de la infraestructura nuclear localizada aquí, lo que afectará las vecinas islas caribeñas. (mi traducción del inglés)

Es imposible hablar del actual “desplazamiento” –vocablo demasiado liviano para el saqueo que nombra– junto a los cuerpos de agua de nuestro país y, sobre todo, en las costas, sin advertir que se trata de una continuación del carácter militarista de todo imperio, en nuestro caso, el español vetusto o el gringo high tech. Las edificaciones e instalaciones militares son abrumadoramente costeras, pero lo son también los descomunales accesos controlados –militarizados, sin duda– de petro-agro-farmacorporaciones establecidas en nuestras costas “por invitación” del ELA y chuleo cómplice, reiterado, de élites criollas.

Y estos caminos me conducen a nuestra conexión con el horror apocalíptico del ahora. El aparato militar del estado sionista de Israel ha sido –y sigue siendo– en gran parte provisto y financiado por el imperio estadounidense. Como denuncia un cartel del colectivo Se Acabaron Las Promesas que en estos días circula en redes: “Las bombas de Vieques caen hoy en Palestina.” Los “ensayos” y las “prácticas” en las bases militares aquí, en el Caribe, reverberan en acciones exterminadoras contra ese otro territorio sitiado, enjaulado, acorralado por tierra, mar y aire, en el Mediterráneo.

Siempre, y donde sea, cualquier inocente caído es nuestro; la especie ha de reclamarlo. Los miles de hoy en Palestina –y los civiles de a pie en Israel– lo son tantísimo más. Les reclamamos. Y ofrecemos en su memoria, en su honor, todo y cualquier minúsculo gesto de creación, de afirmación, de convicción por la potencia ulterior de la vida. Ofrecemos en su memoria, en su honor, todo y cualquier minúsculo gesto de amor. Así sabremos qué hicimos con él.

[1] Mi respetuosa traducción del original: “What I want to ask now is what we did with the vision when the reality proved sordid. What I want to know is how we gave it up. I want to know what we did with the love.”
[2] Pero no pudo nunca, aquí ni en ninguna parte, derrotar sus espíritus, que siguen haciendo nación inventada y real, como se aprecia con bellísima nitidez en Borinquen Field, la más reciente novela de Marta Aponte Alsina.
[3] Se ofrecen estas cifras en el importante ensayo analítico de Héctor R. Feliciano Ramos, “Las bases e instalaciones militares de Estados Unidos en Puerto Rico y su impacto en la sociedad puertorriqueña”, disponible aquí: https://centroinvestigacionhumanidades.up.ac.pa/sites/fachumanidades/files/revista10_11/Hector%20Feliciano.pdf
Artículo anteriorBreves de verano-3
Artículo siguientePalestina e Israel