Será Otra Cosa: Affect, Archive, Archipelago: una lectura

 

 

Columnista invitada

 

Gracias a Beatriz Llenín Figueroa por este libro palpitante. El soporte es rectangular, pero el metamórfico escapa, se fuga, se escurre, de sus límites acartonados y los transforma. Según la autora, le toca muy de cerca a una persona que comparte mi nombre y mi cuerpo, diría yo que lo usurpa. En casa la dejé.

Beatriz me ha pedido que hable sobre su libro, Affect, Archive, Archipelago: Puerto Rico’s Sovereign Caribbean Lives (Rowman & Littlefield, 2022), y eso haré. Tratándose de un libro tan rico en sentidos, desde el título mismo, y, siguiendo los pasos de la autora, comienzo por el archivo Édouard Glissant. La primera edición en francés de su influyente Discurso antillano se publicó en forma de libro en 1981, en los umbrales del período presidencial de Ronald Reagan, una gestión bárbara que pasó del claroscuro de la guerra fría al claroscuro de la globalización e impulsó de manera brutal los desastres del neoliberalismo capitalista. Un solo mundo de grandes fortunas privadas, desigual, despiadado, conectado y desconectado por redes oscuras que se apoyaron en la privatización de la internet. Un modelo social fundamentado en la exaltación de la figura del varón guerrerista, del libertarismo de derechas y del extractivismo entre países e individuos. El estado nación debilitado servía los intereses de esa versión “American Psycho” de los robber barons del fin de siglo anterior. La demolición del muro de Berlín devino en figura alegórica de un capitalismo desbordado, sostén de las mitologías del individualismo libertario de derechas. En el portal de entrada de la nueva era socioeconómica global, los tratados de libre comercio que no lo son empujaban al colapso las economías de los países que entonces se llamaban periféricos bajo la embestida pareja de globalización y endeudamiento.

El contexto tan retrospectivo como visionario de la base teórica de los escritos de Glissant iba a contrapelo del júbilo casi universal del nuevo orden universal. Porque desde los márgenes nunca sabemos dónde caerán las cosas cuando el mundo se estremece, pero se sospecha que no será a favor nuestro. Y las alegrías universales no han sido liberadoras para los alrededores de palacio. Uno de los móviles del Discurso antillano fue el deseo de evadir la forma rígida de la asimilación y el desprecio: “los horrores de la despersonalización y la asimilación afectan tanto a Puerto Rico (asociado con los Estados Unidos) como a Martinica (departamento de Francia)”. Una vía de escape está en las submarinas raíces invisibles: “en flotar libremente, sin posicionarse fijamente en un lugar primordial, sino extendiéndose hacia todas las direcciones de nuestro mundo, ramificándonos”.

En este archipiélago la lucha ideológica se libró entre el post mortem del ELA, la isla continente de Rosselló y el derrumbe del panteón de afectos independentistas que había sido uno de los pilares de las luchas de izquierda.  Se emprende la carrera de la privatización de bienes públicos y el endeudamiento en proyectos faraónicos encubridores del robo, casi al ritmo que caían las fórmulas políticas del medio siglo. Sin embargo, no pierde el paso la actividad artística y literaria, como si del vaso astillado de las instituciones escaparan multiplicándose sus manifestaciones y réplicas en el arte experimental de comienzos de este siglo.

Ese es el estado del tiempo de este libro. Pero no se trata de un libro más con ínfulas de planteamiento teórico ni de una compilación de estudios de caso. El libro es una réplica de los temas que toca, tan extendido en sus redes de asociaciones, complicidades y relatos performativos como las organizaciones y personas cercanas al mar y a la representación y la performance que son sus personajes. De cara al desamparo de los desastres, provoca un encuentro, no sólo entre cuerpos, sino de cuerpos aplastados contra la muralla, y lo hace con el cuchillo afilado de la crítica entre los dientes.

En los cuarenta años desde la publicación de Discurso antillano, el peso político de los afectos vino a suavizar las feroces deconstrucciones, o al menos las reglas de representación de los sistemas y archivos clausurados del estado nación en las metrópolis y sus colonias. Porque hubo tantísimos desastres antes de 2016, de 2018, de 2020, de 2021 y de 2022. Desde esos desastres se fue armando aquel año maravilloso de 2011. En los alrededores de ese año se multiplicaron los enfrentamientos contra el sistema capitalista global, que encontraron un pozo de indignación en el desplome de la banca en el año 2008, prendieron en el 15 de mayo madrileño, y siguieron multiplicándose en el Occupy Wall Street, en las denuncias de Assange y Snowden, en la llamada revolución egipcia, con réplicas hasta el verano boricua de 2019. Creo que llegó a comprenderse que los afectos, además de la razón y acaso más, determinan el comportamiento de las llamadas masas. Y no es poca la fuerza de cuerpos concentrados en torno a una potente pluralidad de afectos felices.

Esos movimientos, como la rapidísima sucesión de tendencias en estos años (antes, los estilos culturales se archivaban por generaciones, después por décadas, ahora son tendencias cuya cronología quizás pueda asociarse con eventos como la puesta en el mercado de una nueva versión del iPhone o el ascenso de algún influencer), quedan en el registro de la memoria como erupciones replicables y en estado latente, pero poderoso, como en la reciente experiencia que produjo un documento casi amorfo, por abarcador, que podría llegar a ser de referencia, aunque no tenga fuerza de ley: la nueva constitución chilena. Entre tanto, los intereses del capitalismo libertario multiplicaron su perversidad mimética, intentando comprar, asimilar o replicar con sesgo de competencia individualista los actos transformadores. Y se apropiaron de la lógica cristalina del 99%, e incluso la monetizaron.

Pero si los clamores de justicia se dejan seducir, no así otros mensajes, los más contagiosos y comprobables en la realidad cotidiana, los mensajes de odio. Estos se multiplican en “verdades alternativas”, en invasiones guerreristas, en destrucción de pueblos, de tierras y de vidas, en enormes migraciones y, en este territorio incalificable, que pertenece a, pero no forma parte de Estados Unidos, en la deuda ilegal, la junta dictatorial, la desnudez del poder imperial y la demolición de las instituciones educativas, culturales, de salud pública, de infraestructura, que fueron obras de todo un pueblo y que permitieron ciertos espacios contestatarios y de producción cultural. Y a todo esto, haciéndonos creer que es inevitable alguna injusticia en el régimen de los conectados, y que elles no son responsables, ya que sólo el dios algoritmo es grande y omnipotente. Raras veces se descubre la mano oculta que diseña, perfecciona y pone en circulación esas fórmulas necrófilas.

Ese es el espacio creador de este libro que tanto se parece a los cuerpos solidarios, potentes, constantes e independientes que irradian sus archivos conectados como un archipiélago de islas pequeñas, que no se entienden sino en sus contagios. El lugar desde el cual se escribe, el lugar donde se escribe, o se expresa, cobra cuerpo. Se escribe desde la expulsión no ya del “commons”, sino del “undercommons”, que ha sido o fue la universidad para los profesores sin plazas permanentes. Es decir, se sostiene en la pasión del pensar riguroso que la universidad representó, pero también se desprende de sus rigideces, deterioros y estructuras inoperantes, que la dejaron a la merced de un simple tijeretazo del presupuesto. Porque las instituciones son más vulnerables al ataque de sus enemigos cuanto más permiten la corrupción desde adentro.

Una persona que siempre estuvo ligada a la universidad escribe no ya desde el claustro, aunque tampoco en soledad, y yendo más lejos que los aristotélicos, que andaban para pensar mejor, se hizo de un método diferente: nadar y andar. Y la metodología más que subterránea, necrológica, luctuosa, apocalíptica, de buena parte del “undercommons” se abre, indignada, retadora, marina y submarina, al escenario a una comunicación ecolocalizante: la práctica de recibir y responder contra el aislamiento, desde allá, sin dejar de tener los pies y las aletas aquí; la descentralización del yo que potencia repercusiones.

Es como si los espíritus no tuvieran que ser invocados por personas con facultades mediúmnicas para dejar al descubierto los lugares del individualismo jerárquico, solitario, impotente. Por extensión de lectura y puesto que la lectura es una de las estaciones de recepción y relevo de este libro, lo veo afín a la metamorfosis constante que, se dice, caracteriza a todos los seres vivos; el don de aprestar el cuerpo para que no se cierre a lo que podría acontecer es quizás un efecto de las artes, mientras que la circulación de revelaciones que se resistan a la impotencia anima el terreno político.

Esos afectos unitivos tienen que ver con los amplios márgenes vitales que la razón colonialista no alcanza. Repercuten, en cierto sentido, en el pensamiento de un filósofo místico llamado  Emanuele Coccia, quien explica en el libro Metamorfosis: “No tenemos necesidad de remover todo el planeta para sentir el mundo, para verlo, para experimentarlo en toda su infinidad. Todo lo que tenemos que hacer es explotar la memoria material y espiritual de nuestro cuerpo. Cada uno de nosotros es la historia de la tierra, una visión de la misma, un desenlace posible… Como fuerza metamórfica toda vida es un atlas desplegándose: no habita un territorio sino que es un territorio en su propia carne. Haber nacido significa esto: no ser puros, tener en sí mismo algo que viene de otra parte, algo extraño que nos impulsa a la vez a devenir extraños a nosotros mismos… todas las especies son gemelas: humanos, hormigas, robles, cianobacterias y virus” y habría que añadir a los delfines y al San Pedrito, claro. Se trata de una propuesta animista, me parece. Es la relación de continuidad entre vida y muerte entre especies. No es el crujir de dientes de un individualismo paralizado o acariciado por el terror.

Querer, condenar, repeler es, por razón de nuestros cuerpos, estar en el mundo. Esos afectos forman la base del acercamiento de la autora a figuras históricas que parecerían cancelables desde los mandamientos de la corrección retórica y política, pero que en el horizonte de sus conocedores actuales se quieren justamente por su valor y por sus desacuerdos con la ética de los sectores biocidas de sus tiempos. La autora se centra en Betances, en Luisa Capetillo y en Pedro Albizu Campos. Había que mirarlos muy de cerca, con alguna dureza, sin pretender juicios bárbaros como que su conciencia pesara menos que una pluma, para validarlos en una memoria. De hecho, contrario a lo que parecería lógico, han sido objeto de la curiosidad y trabajo recientes de cineastas y activistas jóvenes.

Aproximarse a estas figuras con el método del “animal fiero y tierno” que anda y nada es realmente un interrogatorio que piensa la lucha cultural no como un movimiento de “slash and burn”, sino como la cautelosa ecolocalización de otros archivos, conocimientos y respuestas. Parte de la subjetividad que recoge mensajes, porque ser receptor de mensajes es una potestad del cuerpo, pero no recibe mensajes de antenas invasoras, sino que registra de otra manera, en otras frecuencias, y para ello lee y entrevista y conversa y se apasiona y piensa, en algo así como una hiperestesia de los sentidos, en un estado unitivo, de disponibilidad, donde todo tiempo es contemporáneo. La empatía con Betances como promotor de la confederación antillana, una confederación del amor, según Khalila Chaar, es tan clara como la costa que se ve después de un huracán. Y un reconocimiento, además, de la remotas raíces de la memoria. Hay que hablar sobre la fuerza de la memoria. Huidiza, mitificadora, potenciadora, engañosa y necesaria. Habría que hablar de la inutilidad de liquidar archivos que dejaron trazos revolucionarios, y que por eso ya antes fueron censurados y tachados. Habría que hablar de la inutilidad de sustituir las memorias con vacíos, “place holders” o “cajas de herramientas” amnésicas. También se habla desde las pequeñas crónicas, cuentos, visiones y relatos que la autora enlaza con los capítulos de su libro, así como en la presentación de agravios, propuestas de reparaciones y de las experiencias de algunos grupos y tendencias, sobre todo en el campo del teatro y la performance.

Los afectos, además de la razón y acaso más, determinan el comportamiento de las llamadas masas. Y no es poca la fuerza creadora de cuerpos concentrados en torno a un potente afecto. Yo, y la Marta que se menciona en este libro, hemos sentido esa lucidez liberadora en pocas ocasiones. Una de ellas fue la actividad tras la excarcelación de Oscar López Rivera. Otra, cuando nos unimos al movimiento Occupy Wall Street Paco, su hermano y yo, tres viejos con pancartas de protesta y denuncia, frente a la sucursal del Banco Popular en Cayey.

En los modelos geográficos se hablaba de lugares centrales. Eran lugares dominantes en una región a su vez dependiente de un lugar metropolitano. Así se estudiaba la geografía económica. Así se concebía el orden de las culturas: unos lugares centrales con sus réplicas en ciertas visiones antropológicas. Ante esa geografía dominante en campos tan diversos y tan antiguos, el comportamiento de unos cuerpos que llamamos países pequeños pide y va encontrando otros acercamientos: evasivos, mas no escapistas. Allá en la antigüedad de 1981 Glissant escribía: “Nos muestran las ventajas de las grandes agrupaciones, y yo todavía creo en el futuro de los países pequeños”.

La lectura de Llenín Figueroa es rigurosa, y va de los archivos de los muertos a los movimientos de organizaciones relacionadas con una conciencia oceánica y archipelágica: Agua, Sol y Sereno, Amigxs del MAR, Comuna Caribe, Mujeres que Abrazan la Mar y Coalición 8M. Son organizaciones de largo historial de trabajo constante. Las entrevistas se centran en una densa y diversa relación entre los cuerpos y el mar. A propósito de Tito Kayak, de Amigxs del MAR, creo que se equivocó Corretjer cuando hablaba del poblador originario como último puertorriqueño libre. O Tito no estaba al tanto, puesto que a lo largo de un tiempo considerable, sus performances se han sustentado en la convicción de que es libre y desobediente de represiones. Su viaje en kayak, allí donde hubiera una auténtica soberanía, debió servir para germinar semilleros de ideas. Por lo que sabemos, su cuerpo hizo la ruta que otres soñamos y ni siquiera alcanzó el reconocimiento que la gesta merecía. Entonces también hay que pensar que el pensamiento de un Glissant se hizo en un largo proceso de anexión de su país como departamento de ultramar. Entenderlo es casi una tragedia, porque mientras se independizaban las colonias africanas, acá se experimentaba con el inestable e inferior estatus de departamento. Es como si el pensamiento caribeñista más fértil hubiera cuajado desde la muerte y el silencio y la tachadura. En fin, escribir como si fuéramos libres, conscientes de que todavía no lo somos.

Parece inconcebible al interior de ciertos marcos teóricos que existan colonias que no sean estados soberanos. Quizás algunos conglomerados menores, en guerra y perseguidos, pero colonias silenciadas, donde no se puede elegir a los gobernantes, son inconcebibles, y por lo tanto no forman parte de la larga lista de afrentas colonialistas. Supongo que algunos teóricos de las decolonialidades no piensan la independencia porque es impensable que haya países privados del derecho a gobernarse.

Me ecolocalizo a una distancia respetuosa sobre el papel de la soberanía política y la independencia. El concepto nación estado es equívoco, antiguo y admite más de una definición. Los grandes imperios del siglo 19 y 20 son casi “place holders” para nombrar una autoridad que se ha ido internacionalizando y privatizando. Si esos imperios fueran a pagar las reparaciones que deben seguirse exigiendo, tendrían que vender Balmoral, el museo de la revolución francesa y los llamados parques nacionales del país líder del mundo libre. Sin dejar de exigir reparaciones, hay medios más inmediatos, en primer lugar las cancelaciones de las deudas, como mencionó el presidente colombiano Petro, de Colombia, en un discurso ante las Naciones Unidas.

En todo caso, parecería que el concepto nación estado sólo se sigue usando sin escandalizar a nadie cuando se habla del país líder del mundo libre. Ellos se llevaron todos los sentidos de “The Nation”. Tampoco me interesa conservarlos. Sí me aferro a la necesidad de la independencia, a la liberación de Puerto Rico como territorio humillado del líder del mundo libre. Entre tanto, vivir la independencia hasta que rebotemos contra los barrotes de la isla experimental y los forcemos para seguir nadando y andando.

En fin, no veo cómo puede separarse la independencia política de algo que la autora describe como “una reorganización política sísmica, imaginativa y emancipadora”. En ese horizonte estará el país abierto sin determinaciones exteriores sobre el tránsito de barcazas. Y esperemos que no hagan tanta falta las barcazas de diesel. Cierto que la imaginación debe marcar el rumbo. ¿Qué más nos queda? Las bombas y los misiles y las tropas y las cercas y las fronteras controladas…

Una etimología de archivo es principio, origen. Los orígenes sugieren fechas poderosas. La biblioteca histórica del grupo recolector de documentos a mediados del siglo XIX remontó el comienzo de su archivo a las cartas de los cronistas. Aquel archivo es también un archipiélago. La precariedad no significa la muerte y esa es la alegría de la teoría. En cercanía con la gente también se generan, se recuerdan, se fundan archivos, como la memoria histórica de los grupos y personas entrevistadas en este libro. Aquellos personajes de Fahrenheit 451 también incorporaban archivos.

El último capítulo de Affect, Archive, Archipelago se centra en la artista Teresa Hernández. Ese es el nombre de una persona, pero en el plano que se usa aquí, es el nombre de un cuerpo de personas. Su constancia, su fuerza en tiempos de desquiciamiento, es una zona ecolocalizada y ecolocalizante, una estación receptora y transmisora de mensajes que provienen del rastro de otras intervenciones, de la incapacidad expresiva de las palabras o del caos multiforme de las palabras de una muchedumbre, de una masa desamparada que es legión. Porque ese cuerpo recibe y devuelve las presencias invisibles de lugares que nunca están vacíos, aunque lo parezca, por todos los pasos y las palabras que allí fueron.

El pensamiento de Beatriz Llenín Figueroa invita a construir libertades desde y con las artes y la literatura, aunque incluso estas prácticas emancipadoras, si dependieran exclusivamente de la generosidad filantrópica de los extraños, obrarían precariamente. Pero el libro existe, leamos. Y es abierto, generoso, flexible, sin temor al caos, pero feroz y ágil como aquellos versos memorables: “entre la rosa y la ferocidad de a diario”. No podemos darnos el lujo de la desesperanza.

 

Texto leído en ocasión de la presentación del libro Affect, Archive, Archipelago: Puerto Rico’s Sovereign Caribbean Lives, de Beatriz Llenín Figueroa, en La Comuna, en Río Piedras, el 14 de octubre de 2022.

 

 

Artículo anteriorEn Reserva: Ejércitos y alianzas
Artículo siguienteJayuya: monólogo de un historiador