Será Otra Cosa-Poeta geóloga, sobre Las horas extra de Mara Pastor[1]

 

 

Especial para En Rojo

1.El 8M

Celebrar el libro Las horas extra de Mara Pastor hoy en el 8M, Día de la mujer trabajadora, no es cosa del azar. Ni gratuita, ni aleatoria; la invitación es más bien una provocación, una suerte de aquelarre, una maldosa cascarita que nos ofrecen la poeta y las editoras de La Imprenta, Nicole Delgado y Amanda Hernández (tan brujas), para pensar un libro de poemas que pone en jaque esta conmemoración que marca la diferencia entre los conceptos mujer, trabajadora y, añado, poeta, como si mujer o mujer poeta no fuera un lugar particular de explotación. Espero, como criminal doméstica certificada (a quien no le prescribe el delito), experta en horarios extendidos, no defraudarlas en la empresa de sopesar el valor capital de estas horas extra.

  1. Poemista* geóloga; libro de islas

*(A veces, en nuestras conversaciones, Mara y yo, escritoras al fin, hablamos de la adquisición de lenguaje de nuestras hijas. Yo le regalo el verbo feliciar, de mi Mariana. Ella el mamá poemista de su Isla.)

Este es un libro íntimamente geológico, atento a la formación y evolución de las distintas materias terrestres que lo componen: cayos, volcanes, bosques, costas, rocas ígneas, acantilados, caracoles, manglares, placas tectónicas y muchas islas. No sé si fue al nombrar a su hija, Isla Estela, que Mara se nos volvió geóloga, pero sus cuarenta poemas persiguen la evolución de la materia. Isla, territorio, libro, poema, palabra, lenguaje en traducción, cuerpo en crecimiento, hija: todos son nombres para la acumulación de sedimentos volcánicos y creativos que lentamente se solidifican.

En Las horas extra hay resonancias de elementos propios del mundo poético de Pastor que ya hemos valorado en sus textos anteriores como Poemas para fomentar el turismo, Falsa heladeríaDeuda natal:el tema de la isla como espacio de continuo expolio, las alusiones a la naturaleza, el escenario cotidiano, el juego de palabras, el uso del humor. Sin embargo, estimo que este libro, tan terrenal, tan geológico, tan asentado en los accidentes de una isla, o de Isla-hija, tiene una hechura sísmica. Al leerlo, siento liberarse la energía acumulada por largo tiempo como el movimiento de una placa tectónica. Habitualmente estos movimientos son lentos e imperceptibles, pero en algunos casos, el desplazamiento libera tal cantidad de energía, que el movimiento brusco entre placas, entre versos, originan el sismo.

Por eso la isla volcánica con su erupción de energía y fuego, quizás sea la metáfora principal del libro. Sabemos que las islas existen debido al movimiento de las placas tectónicas de la Tierra y que aparecen durante el transcurso de muchos años como resultado de algún evento geológico, como una erupción volcánica o el quiebre de un litoral “continental”. Sabemos también, que las islas siempre han sido laboratorios, territorios de experimentación de las más cruentas hazañas de explotación corporativas, científicas y turísticas.

El poemario inicia describiendo el lugar de habitación y enunciación de la voz lírica,/ en “La piedra sobre la que vivo” nos instala en “este pedazo de tierra”, que ahora es ígnea y antes lava del volcán en erupción, para situarnos en sus confines de isla con todos sus accidentes geológicos y poéticos.

No en balde el poema Epígrafe, que no lo es en el sentido literal del término; (aquella cita que se coloca con función prologal), nos alerta de los recorridos conceptuales y poéticos del libro:

 

Dijo Antonio que la isla centro

Era imposible de fijar,

Que reaparecería

Una y otra vez,

Siempre de manera furtiva,

En los poemas de los cosmógrafos.

Esta es una de estas apariciones.

 

Esta Isla tiene pocas palabras.

La primera fue estrella. La segunda, agua.

Todas son de barro y pueden deshacerse.

Todas deben decir nontoxic.

 

Aquí hay una Isla que ve otra isla en el horizonte.

Si no dices que es un cayo, te corrige.

 

Los nombres se repiten.

Los significados no.

La isla se repite, propuso Benítez Rojo, pero cada reiteración, (¿deberé decir réplica?), marca su diferencia. Tantas islas, con mayúsculas y minúsculas, en este poema, tantos juegos, tantas inversiones de palabras. Y ya sabemos que Isla, aquella criatura arrojada que corrige a la madre poeta, será uno de los significantes y significados fundamentales del poemario.

Pastor presta mucha atención a lo minúsculo, a la recuperación de lo cotidiano: a la hija que juega y adquiere lenguaje, a la labor de las avispas, a la sonografista que lee corazones, a los albañiles que reparan su hogar, al huerto de la casa. Podría decirse que estos poemas son casi odas elementales. Y digo casi, porque la voz poética no vuelve épico lo cotidiano como se espera del género. Sería una gran traición hacer heroico lo común: el exceso de trabajo, el día de una madre, la suerte del gato, el fósforo humedecido, la casa despintada, las horas extra de una poeta, el cansancio de un cuerpo madre-poeta. Épico es otro nombre para la mitificación, para la sacralización que exige el sacrificio. Por el contrario, la poeta vuelve extraño lo habitual, sobre todo con el humor, el juego de palabras y la sorpresa para revelar las viejísimas verdades que quedan atrapadas,( ¿o deberé decir entrampadas?) en la cotidianidad.

  1. La mano y el cuerpo que escribe

Nos antojamos en no ver el trazo anterior a la letra, la cicatriz imperceptible que antecede a los versos, las estrofas y las páginas que supone todo libro de poesía. Pensamos como figuración la voz del enunciado poético. Y lo es, claro que lo es, eso me obligo a explicarles siempre a mis estudiantes. Pero en su evolución, esa voz, más bien eco, fue también sismo de experiencia, temblor, fisura, marca, mano que escribe. ¿Cómo traducir la materialidad de esa mano-voz que leemos? La voz poética de Las horas extra, plantada en “este pedazo de tierra” de lo cotidiano se empeña en concretar al cuerpo: mano que escribe, teta que lacta, boca que ama, ojos que ven, mente que no cesa.

Si en Deuda natal y Falsa heladería, asistimos al cuerpo preñado de la hablante lírica situada en una isla endeudada, acá presenciamos su parto y sus continuas negociaciones con la maternidad en el día a día de un archipiélago-paraíso fiscal. Así por ejemplo en el poema El día que naciste se retoma la metáfora de la isla volcánica para describir el parto: “Nueve libras insurrectas/ de llanto y calor/ habían salido de mí como de un volcán.”

El poderoso vínculo materno, situado entre lo carnal y lo político, recorre el libro./ “Has nacido y todo lo demás desaparece” leemos en el poema No estoy intacta. /En Sueño y carne, por ejemplo, la voz lírica logra describir con ternura inconmensurable la siesta de su hija, y cito: “pero observé su siesta y estuvimos/en nuestra propia vía láctea/mirándonos a los ojos”. Otro ejemplo contundente es el bellísimo canto a la lactancia que es el poema Tétame, en el que se da cuenta de esa forma tan biológica y a la vez tan política, personal y cultural de atarnos a la hijetud.

Sin embargo, ya desde el título, la amorosa maternidad no invisibiliza el trabajo, el esfuerzo, el cansancio. Pastor logra desmadrar la ecuación capitalista del cuerpo maternal. La escritura, como la maternidad, es un estado y un lugar. También un trabajo no remunerado. Aquí el lugar es una isla que exige horas extra para toda labor creativa, sobre todo la crianza. El tiempo o su carencia es tema fundamental del libro. Así se superponen diversos tiempos en el poemario: el de la jornada laboral, el de la creación poética, el de la naturaleza, el de la crianza y el juego. Todos supeditados a la explotación capitalista.

Tempus fugit; las horas escasean, se esconden, desaparecen, y, casi como el conejo de Alicia en el país de las maravillas, vemos a la voz poética buscarlo: “Encontrar mucho tiempo /en donde ya no queda.” Hay un balance maromero entre el amor maternal y el cansancio del cuerpo madre que se presenta en esta libreta de jornal que es el libro. La poesía y la maternidad se igualan por ser labores que exigen la donación de tiempo. No les aplican leyes laborales, tampoco contratos que estipulen el tiempo de prestación de servicios, los periodos de descanso compensatorio, las horas de almuerzo o el coffee break. Para ser poeta, para escribir, para lograr esa actividad ajena al tiempo laboral, contabilizado y remunerado es necesario tener tiempo. Entre la excesiva terneza de los poemas percola la angustia de “la mamá poemista”, que no encuentra tiempo para escribir porque tiene que resolver un mundo de “Cosas en vez de poemas”: “Tengo un poema/en el baño/ mientras conduzco/con los chupones de extracción en los pezones,/en un semáforo…).”

El poemario es una lupa que nos acerca al agobio y la fatiga del cuerpo oficioso de la madre-poeta. De aquí que el libro esté poblado de cantos a múltiples trabajadores: sonografistas, albañiles, meteorólogas, metalurgistas, dependientas, ornitólogos y traductoras. Y, sobre todo, a la escritora, pues una es su mundo, su lenguaje y su teoría. Una es su elección, su responsabilidad y su culpa. Una es su trabajo, su cansancio y su tiempo extra. También es su Isla-hija, esa que se repite y te repite, y la que quien, frente a una isla, la volcánica, te aclara, no madre, eso es un cayo.

  1. Exijamos la justa liquidación de las horas extra

Cansa repetirlo, (pero a eso hemos venido, ¿no?). Nuestra noción patriarcal y capitalista del cuerpo femenino oculta la producción de la fuerza de trabajo bajo la cobertura de un destino biológico, toda vez que diseña la maternidad como trabajo de amor y sacrificio. Quizás ha sido la historiadora italiana Sylvia Federeci, en su clásico libro Calibán y la bruja, quien con más contundencia, y desde el análisis neomarxista, ha reconocido la esfera de la reproducción como fuente de valor y explotación en el capitalismo. Mujer ha sido y es una función-trabajo, nos dice la historiadora. Las mujeres hemos sido las productoras y reproductoras de la mercancía capitalista esencial: la fuerza de trabajo. La labor no retribuida de las mujeres en la esfera doméstica es el pilar sobre el cual se construyó la explotación de los trabajadores asalariados. La división entre el trabajo doméstico o reproductivo y el trabajo productivo es la base para la domesticación de lo reproductivo y el expolio del cuerpo femenino en el capitalismo como botín público, incluso.

¿Qué decir de la osada “mamá poemista”? Parecería que las madres no pensamos, mucho menos escribimos. Si acaso, estamos escritas. La oposición madre/escritura está tallada en los pilares de la cultura. El tema del cuerpo maternal-escritora agotado, que le roba al sueño tiempo de escritura, y que para colmo, siente culpa de soñar un tiempo de creación, es un importante tópico literario, que yo deseaba estuviera ya passé. Vivimos bajo el espejismo de que es una discusión zanjada.

Pero aquí estoy hoy, en este pedazo de tierra ígnea, enternecida con la belleza de Las horas extra de Mara, reclamando su justa remuneración.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Texto presentado el 8 de marzo de 2023 en Librería La Esquina, Río Piedras.

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