Un aplauso para el humanista del año 2021: Edwin Quiles Rodríguez

Edwin Quiles Foto: Alina Luciano/CLARIDAD

 

CLARIDAD

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Fue su madre quien le dijo que considerara ser arquitecto. “Mira, estas casas son  más bonitas hechas por arquitectos que hechas por ingenieros, así que considera ser arquitecto”, le dijo. Cursaba el séptimo grado y quería ser ingeniero.

La distinción como Humanista del Año 2021 por la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades al arquitecto Edwin Quiles Rodríguez evidencia que su madre tenía razón. Debía ser arquitecto.

El también planificador y urbanista cuenta que tuvo la suerte de pertenecer a la clase fundadora de la Escuela de Arquitectura, de la Universidad de Puerto Rico (UPR), recinto de Río Piedras, en el 1969. Luego de graduarse de la UPR, estudió en Washington University. Obtuvo su grado de maestría en el Massachussets Institute of Technology. Posteriormente, se graduó con honores de una segunda maestría en Planificación Urbana, Regional y Nacional en el London Architectural Association. Durante 32 años se desempeñó como catedrático de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Puerto Rico, donde fundó el Taller de Diseño Comunitario, proyecto que busca mejorar los ambientes urbanos.

“Sin duda alguna, la fundación  de la Escuela de Arquitectura abrió el campo para mucha gente que no podíamos pagar una carrera en Estados Unidos. Abrió un espacio, una ventana, para que mucha gente a quien le interesaba la arquitectura tuviera la oportunidad de estudiar. Tú vas a Cuba y ves que la arquitectura tuvo en esos momentos de los 40 y 50 un boom de una arquitectura moderna, superinteresante, supervaliosa. Allí había como ocho escuelas de arquitectura. Ellos tenían ese adelanto”.

Hay mucha gente que todavía  no entiende la importancia de la arquitectura para la sociedad. ¿Cómo  explicarías eso?

La arquitectura tiene que ver con tantas cosas, y un ejemplo de eso es que muchos estudiantes que estudian arquitectura o se dan de baja en un momento dado o se gradúan. Siguen carreras que tienen que ver con otras facetas del diseño que no son literalmente arquitectura. Por ejemplo, la fotografía, diseño de modas, de carrozas de carnaval, de muebles, ropa, escenografía. Cuando se estudia arquitectura te expones a muchas maneras de ver el diseño”.

¿Se puede decir que hay un estilo de arquitectura puertorriqueña?

“Yo diría que hay unos elementos que son caribeños que son reinterpretados por Puerto Rico. Me voy a referir a los balcones de Villa Palmeras. (Su libro, La Ciudad de los balcones), cuando tú ves esa arquitectura, te das cuenta, con los balcones en particular, de que hay la intención de remirar lo que el arquitecto Nechodoma  (Antonín Nechodoma) estaba haciendo. Nechodoma, copió al mejor arquitecto de ese momento de Estados Unidos,  Frank Lloyd Wright,  pero lo adaptó a Puerto Rico.  Puedes ver un plano de una casa diseñada por Nechodoma,  pones encima una diseñada por Wright, y es el mismo diseño. Pero él adaptó al clima puertorriqueño esas ideas y las hizo caribeñas, puertorriqueñas.

Por ejemplo, Klumb (Henry Klumb), quizás el mejor que ha habido en Puerto Rico, que también trabajó con Lloyd Wright. Pero Klumb supo, realmente mejor que muchos arquitectos puertorriqueños, adaptar al clima, a la manera de ser puertorriqueño su arquitectura. Por ejemplo, el Centro de Estudiantes del Universidad en Río Piedras. Yo diría que hay una arquitectura con rasgos puertorriqueños,  pero que ser puertorriqueño es un proceso, un continuo hacer. Diría que hay arquitectos que tú dirías eso pertenece aquí, pero, repito, ese ser puertorriqueño es es algo que se define continuamente”.

En esa definición continua se encuentran, por supuesto, los proyectos de cambio social en los cuales ha participado. ¿Cuál ha sido el más significativo?

“Diría que son varios. La escuela en Haití la llevo en el corazón porque fue un proceso de trabajo con los padres de la escuela. No fuimos allí a regalar el pescado, sino a enseñar a construir. Mientras construíamos la escuela para los hijos de los trabajadores, esa relación con los trabajadores, con traductor, excepto  un trabajador llamado Josefa que había trabajado en Dominica y hablaba perfecto inglés, le preguntaba cosas que yo veía en los barrios, que no entendía. El libro El haitiano que hablaba inglés es en honor a esa experiencia.

También está el taller para artesanas en Chiapas, una experiencia maravillosa porque yo conozco a la líder de la comunidad en una reunión en Chiapas en un seminario Evangélico donde los directores eran puertorriqueños. Este taller de artesanas estaba completamente en ruinas y querían que las ayudara en el diseño. Fuimos a ver el sitio y les dijimos que había que hacer una zapata para poder hacer el taller: “La zapata se hace de esta manera. Si ustedes hacen la zapata nos llaman y venimos a trabajar  con ustedes en la elaboración del taller, si ustedes no hacen la zapata no hay taller”.

Lo hicieron, y fuimos cuatro puertorriqueños. En un momento dado ya el edificio tenia los huecos de las ventanas, el techo, el piso, y se me acerca la líder y me dice: “Compañero, ¿qué son esos huecos en las paredes?” Un silencio sepulcral de mi parte, y me dice: “Es que no queremos ventanas”. Le pregunto por qué tú no quieres ventanas, qué es una ventana para ti. Me contesta: “Bueno, la ventana es inseguridad. Va y se nos meten a robar. Cuando los esposos están borrachos, el taller se convierte en un refugio”.

Ella me pregunta qué es para ti la ventana. “Pues la ventilación, la vista a la sierra, la luz; la ventana es un balcón”, le digo. Hubo como un impasse, damos una vuelta por los alrededores. Como la estructura estaba en una pendiente de una montaña, puede que esté hacia tres pies del piso adentro, pero hacia afuera, está como a diez pies de altura. A esa altura no había peligro de que se metiera nadie. Ahí aceptaron las ventanas. Me gustó ese ejercicio porque la arquitectura es participación de los usuarios. Si yo hubiese sido un arquitecto convencional digo los clientes mandan, y hubiera hecho una porquería, una cueva.

Otra experiencia linda con la gente fue el proyecto el  Callejón de los Perros, en Juana Díaz. Después se llamó el Callejón de los Buenos. Era una vereda que subía y bajaba una montaña y a ambos  lados había casitas, había tres baños, uno para las damas, uno para los caballeros y otro para los niños, una cocina para todo el mundo. Una pobreza extrema. Fue un proceso bien participativo, maquetas, diseño. Al final de todo, que le llevé los planos y les dije esto es lo que va hacer la comunidad, las mujeres empezaron a llorar, y a decirme, gracias arquitecto. Ese gracias arquitecto, para mí, fue el Premio Nobel. Fue una sensación de que a alguien serví”.

Su faceta de escritor

 El arquitecto Quiles Rodríguez ha escrito cuatro  libros: El  haitiano que hablaba inglés; Quiénes hacen ciudad: Ambiente urbano y participación popular en Cuba, Puerto Rico y República Dominicana, y San Juan tras la fachada: Una mirada desde sus espacios ocultos, 1508-1900. Este último es una mirada a San Juan, su construcción y fundación a partir de la experiencia de los pobres, de los subalternos, de cómo los pobres también hacen cuidad.

Mi amor tenemos casa es un libro que está por publicarse y que aborda la formación de los arrabales alrededor del  Caño Martín Peña. El título viene de la historia de una familia, contada por una de las hijas, de cómo llegaron a vivir al caño. El arquitecto nos narra lo que a su vez le narró la joven. Su familia viene en tren de Camuy a San Juan, donde ya estaba la familia del esposo, que son quienes los estimularon a que vinieran. Llegan a Santurce y se quedan con la familia un par de semanas y alquilan un cuartito con baño y cocina compartida. Por supuesto, se sentían incómodos. La madre  le dijo a su padre que se quería ir de allí. Por tres días consecutivos el padre se fue con sus hijos varones y sus herramientas de trabajo y no decía para dónde iba. Al tercer día llegó y dijo: “Mi amor, tenemos casa”. Toman todas sus cosas y las llevan en un carretón y cuando llegan a la casa, la señora ve la casa encima del agua… Comenzó a llorar.

¿Qué significa la distinción de la Fundación de las Humanidades?

Para mí cada día aumenta más el agradecimiento porque hubo alguien que dijo que los premios, como los amores, llegan, no se buscan. Eso ocurrió perfectamente conmigo: un amor que llegó sin esperarlo y sin buscarlo. Es un reconocimiento increíble, así como lo que conlleva”.

 ¿Qué le recomendaría a un joven arquitecto?

“Ser crítico. La crítica es importantísima, la crítica te ayuda hacia fuera y hacia dentro, te ayuda a crecer. Yo añadiría mirar muchos edificios y buscar la lógica, cuál es la lógica espacial de este edificio, caminar mucho y mirar la ciudad. No estoy hablando de ir en carro. Caminar la ciudad y observarla, aprender de construcción y leer cosas que no sean de arquitectura, que ayuden a entender el factor humano y los espacios. Siempre hacen falta arquitectos, especialmente por lo que dije al principio, que tengan el talento para con esa disciplina ir más allá y hacer otras cosas”.

 

 

 

 

 

 

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