Una confesión de la devastación: mis vísceras en bandeja de plata

 

 

Nota: Este texto se leyó como parte de la presentación de Poéticas de la devastación y la insurgencia: María y el Verano del 19, de Malena Rodríguez Castro, el 10 de mayo de 2022, a las 6:00pm, en el Taller Comunidad La Goyco. El libro puede adquirirse en las librerías del país y en la tienda en línea de Editora Educación Emergente.

Vanessa es la bateadora emergente de Será otra Cosa.

 

Si Babel se restringiera al lenguaje verbal,

viviríamos en un modo de comprensión

mucho más sencillo.

Alejandro Grimson

El ensayo se diferencia por su medio,

los conceptos y por su aspiración a la verdad.

Theodor W. Adorno

El nombre de Puerto Rico fue nuestra

primera lección de retórica al borde de la pila bautismal.

Tomás Blanco

 

  1. La persona escombro

¿Qué se supone que yo hiciera mientras leía este libro de Malena Rodríguez Castro? ¿Qué se supone que hiciera cuando lo terminé? ¿Qué se supone que haga ahora sino hablar de la devastación que ha restituido y aumentado en mí?

Dice Malena que “Llegó María y el tiempo se partió en dos”. Y yo añado: “Llegó este libro y el tiempo se partió en dos”. Más: “Llegó este libro y me partió en dos”. Adormilada (anestesiada) como estaba dentro de esa modorra acomodaticia con artificiales visos de atención y vigilancia que tanto trabajo me ha costado elaborar después de María y para sobrevivir este postCOVID que no acaba de empezar, este libro volvió a abofetearme con mis temores, no solo los cotidianos sino esos mayores, los apocalípticos, que están a la vuelta de la esquina. A mi tierna edad, esto no es fácil. Acostumbrada a llevarme el mundo por delante, creída también —hay que decirlo— del milagro económico del país, de la burbuja del bienestar, del cuerno de la abundancia… el no poder controlar un huracán —en todas sus manifestaciones— y sus consecuencias ha sido terrible. Asuntos de clase y de ascenso social permean esto.

Añadía Malena, después de esa rajadura en dos, que “pensamos que nada peor podía suceder”. Y sucedió; y lo nombra, el chat de Ricky y el verano del 19, los terremotos de enero de 2020… Pero yo añado más: la ignominia en Rincón y el desparpajo en Las Mareas en Salinas, la posibilidad de inmunidad a los adinerados malandrines que allí se plantaron, lo que se pretende hacer con Las Golondrinas, la situación en la Universidad de Puerto Rico, la inutilidad del Departamento de Recursos Naturales que, en 36 años, no ha podido preparar un reglamento para proteger nuestras cavernas, la desidia con el Centro de Diabetes, la caída del observatorio de Arecibo —que tanto me duele—, un país atropellado por el “efecto Rey Charlie”, un sistema judicial frágil, clasista y machista, el apagón del 6 de abril… Y mientras Pierluisi pretende, como señalaba Cezanne Cardona en una de sus columnas del mes de abril, “que amemos el descalabro gubernamental como si fuera una segunda naturaleza”, yo tengo mi descalabro propio, personal, económico, emocional… que este asunto comenzó antes de María con la recesión económica que nos estrangula desde 2006. El país escombro se nos vuelve normal, la ciudad escombro se nos vuelve normal, la persona escombro se nos vuelve normal… Cuando este fenómeno se da, hay que tener más miedo del usual, de ese que creemos domesticado.

  1. La maravillosa Babel de la belleza

Crónica de crónicas, formidable inventario del mejor pensamiento reciente en Puerto Rico, Poéticas de la devastación y la insurgencia evidencia el dominio teórico de la autora, la lectura cabal y apasionada de los ensayos, investigaciones, instalaciones, textos poéticos, filosóficos y de crítica cultural, graffitti, películas y performances, entre otros géneros y medios, que nos entregan en todo su monumental y crudo análisis la devastación y que la autora abraza en todas sus respectivas complejidades y aperturas para tratar de demostrarle a Grimson que Babel, aunque no se restrinja al lenguaje verbal y se erija en muchas lenguas, es también abarcable y comprensible, presentable en toda su evidencia y estupor, en toda su sutileza y análisis encendido. Eso hace más contundente el golpe de la devastación, ese afán de todos los autores, creadores y originadores… esa apetencia compartida de mirar acuciosamente, de presentar, analizar, inmiscuirse, comprendernos… Y Malena lo recoge con una supuesta frialdad académica que no es tal sino la asunción enardecida de una voluntad de mantener la chispa de la inteligencia y la de la esperanza, la que se nos pegó en los sesenta, setenta y ochenta y que no queremos dejar morir. Si no, de qué otro modo terminaría el libro si no es con ese revelador “Aún en la devastación, no nos pararán”. Y a mí me parece escuchar a Joan Báez con la música y la letra de aquel “No nos moverán” que tanto cantábamos en aquellos años…

La marca de la autora, que apuntaría Michel Foucault, la importancia de quién habla, está ahí, su negativa a pensarnos de otro modo que no sea archipelágico y antillano. Toda la enjundia y escrituras previas de Malena se acomodan en un primer plano para ofrecernos una prosa compleja y precisa al mismo tiempo, clara, lúcida, y que me atrevo a comparar con la mejor prosa ensayística de Tomás Blanco por sus ribetes líricos. Malena se nos mete a poeta, además, con los títulos de las secciones y algunas notas al calce, como la que establece “Tierra… lo sólido, lo óseo, lo mineral… Agua… circulatorio, los fluidos, el cuerpo inundado, Aire… respiratorio, dispersión, los pulmones… Fuego… metabolismo, sistema circulatorio, transporte…”. También con ciertos giros que me recuerdan a Alejandra Pizarnik cuando hace construcciones en las que esperas una palabra, dada la construcción del verso o de la oración, y te pone otra que te sorprende, pero es la crucial, la que corresponde, la que hace que, entonces, la imagen explote, como hace Malena, en medio de su recuento de los estragos de María, cuando habla del “tendido… poético”. Se refiere a voces de otros, de los que usualmente no se escuchan, a voces que se hacen sentir después del huracán, a voces que se enlazan en la desolación, el rescate y la sobrevivencia.

Si importante es tener acceso a la inteligencia, mejor aún es que ese acceso se haga a través de la belleza, que puede ser desde brutal y cruel hasta espumosa y liviana. Si uno de los rasgos que define el ensayo como género, según Adorno, es su “aspiración a la verdad”, nada mejor que esa prosa de Malena para acceder a su pensamiento propio y al pensamiento de ese conjunto de voces que también nos han pensado y nos siguen pensando en medio de la devastación.

 

  1. Las bofetadas que me da Malena

Si, por un lado, cita Malena a Pierre Naville cuando dice “Hay que organizar el pesimismo”, también cita a Marta Aponte con “Siempre es posible sufrir más. Siempre es posible sufrir menos”.

Siempre hemos sufrido y siempre hemos querido organizar el pesimismo. Ahora mismo creo que todos seguimos tratando de hacerlo, pero… ¿Qué hago yo con mi cansancio? ¿Qué hago con la bofetada que me da este libro? Quiero hablar de otras dos bofetadas que nunca he olvidado y que este libro me ha hecho recordar mientras lo leía.

Una de ellas fue hace unos 10 o 15 años. Conversaba yo con un amigo extranjero que trabajaba en un medio de comunicación del país. Hablábamos de las penurias nacionales de aquellos días con ánimo crítico y pensando en soluciones, cuando de pronto me espetó: “Vanessa… es que no hay país”. Mi primera reacción fue de furia y xenofobia. “¿Cómo que no hay país?”, le espeté estupefacta y casi infantilmente. No recuerdo cómo conciliamos el asunto para poder continuar siendo amigos, pero después pensé en toda esa información a la que esta persona tendría acceso, esa información intestina sobre el mal funcionamiento de las agencias gubernamentales, esos datos que solo tienen los dueños del país, los que bailan en los ruedos del supuesto poder político, pero ostentan el verdadero poder económico y rigen las alianzas y contubernios con que van despojando de dignidad y de recursos a los demás. Gente en los medios de comunicación que está al mismo nivel de esos comités de transición entre gobierno saliente y gobierno entrante y que se enteran al detalle de cómo está pendiente todavía repartir mucha parte del bacalao.

La otra bofetada se dio durante la lectura que, en algún momento de los setenta o los ochenta, dimos Don Juan Antonio Corretjer, Ángela María Dávila, Che Meléndez y yo en algún lugar de Hato Rey cuyo nombre no recuerdo. Al terminar las intervenciones poéticas, le pregunté a Don Juan: “¿Qué se siente ser nuestro poeta nacional?” La respuesta de Don Juan —que, por un lado, tenía su dosis de humildad— me dejó sin habla pues arguyó que, en tanto Puerto Rico todavía no se había constituido como nación por no haber alcanzado la independencia, no se podía hablar de poeta nacional. Acostumbrada como estaba, en nuestra cabeza de esos años, a que sí éramos una nación, que esa noción no estaba entreverada, necesariamente, con la independencia, que sí éramos un país, le refuté a Don Juan y, si mal no recuerdo, creo que entre todos le convencimos. La neblina del tiempo me hace difuso ese recuerdo.

Empero, en tiempos en que nociones como las de identidad, país o nación están tan cuestionadas, me refiero a estas dos experiencias solo como bofetadas que me desubicaron y me han hecho reflexionar paralelamente con el libro. Pero volvamos a las bofetadas de Malena, que me han “descolocado”, como dirían los españoles.

A una edad en que se supone que tengamos algunas mínimas certezas, tengo más preguntas:

¿Cómo me deja este libro? ¿Cómo miro todo esto generacionalmente? ¿Cómo me inserto en esas miradas o comparto con esas miradas que no son iguales a la mía, esa, como dice Malena, nueva sensibilidad millenial para la cual se acabaron las promesas? ¿Cuál es el plan de desalojo para momentos concretos, cuál el plan post catástrofe si la catástrofe todavía no ha terminado?

Cita Malena a uno de los autores diciendo que nada hay más fuerte o presente “que un muerto al que no dimos sepultura”; y ahí está Ricky Rosselló, que creíamos sepultado, campeando por sus respetos en Washington, D.C. y su esposa preparándose para regresar y copar un puesto de curadora en alguno de los principales museos del país. ¿Cómo es este país que saca a un gobernador, pero no sabe resolver problemas más pequeños?

De nuevo: ¿Qué hago con mi cansancio? ¿Qué me sucede que estoy escasa de recursos para “organizar mi pesimismo”? ¿Quién o cómo era yo antes de la devastación? ¿Quién o cómo soy, ahora, en la devastación continua en el tiempo? ¿Hay siempre solidaridad durante y después de la devastación? Ya no sé cómo organizar mi pesimismo como no sea seguir escribiendo poesía, que es a lo que vine al mundo.

Continúo citando a Malena: si “una cifra puede extraviarse de su mortaja”, ¿puedo yo extraviarme, de nuevo, a una comodidad artificial, como la de The Matrix, y responder tan solo a los reclamos de mi soledad, mi edad y mi egoísmo? ¿Puedo convertirme, como dice Malena, en uno de esos “cuerpos endeudados, culpables y abyectos en su pasividad e indolencia”? ¿Puede detenerse (sigo con Malena) “aunque sea por breve lapso, el rumbo de los damnificados de las islas, evitar que los encripte la melancolía, los desplace el luto o los envuelva el necesario olvido”? ¿Cómo me integro a lo que indica Malena de la instalación 4,645, al “estruendo y al movimiento incesante y entrecortado de una multitud heterogénea que se encontraba por primera vez”, yo, que si visité la Calle de la Resistencia dos veces fue mucho?

¿Debe ser mi eslogan “Somos más y yo tengo miedo”?

De la devastación a la insurgencia, del pesimismo a la esperanza, siempre pensé que —de nuevo, a esta tierna edad— yo encarnaría los versos de Brecht para ser imprescindible, de esa gente que lucha toda la vida. No hay certezas. El libro de Malena me lo reconfirma, un libro que me ha jamaqueado de tal modo que me ha vuelto visceral en estas líneas. Creo que son libros así los que se deben escribir.

Gracias, Malena, por la inteligencia, la belleza y por las bofetadas.

 

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