Será Otra Cosa-Regreso a un texto de la escritora neoyorkina Vivian Gornick: Cuentas pendientes.

 

Reflexiones de una lectora reincidente (2021). En esta ocasión, más que la primera vez, me detuve en la nota que incluyó la autora al inicio del libro y que reproduzco aquí:

«En este libro hay frases, párrafos, pasajes enteros incluso, que en su origen aparecieron en otras publicaciones mías. Me he tomado la libertad de «fusilarme» a mí misma, por así decirlo, precisamente porque el tema de este volumen es la relectura, y me ha resultado útil «releerme» al haber cambiado el contexto en el que aparecieron por primera vez los pensamientos grabados en estos pasajes. Deseo sinceramente que esta práctica no desconcierte a los lectores».

Lo que principalmente me ha llamado la atención de esta nota es que Gornick, cuya escritura, desde el 1969, ha dado voz al movimiento feminista en Estados Unidos, le pida disculpas al lector por el «desconcierto» que la forma de su texto pudiera producirle. Me parece interesante en primer lugar porque el feminismo, en general (se sabe que hay variantes), es un movimiento cuyos reclamos principales implican la desestabilización de las formas sociales imperantes, a fin de alcanzar la igualdad de derechos entre hombres y mujeres.  Y, en segundo lugar, en este sentido, el desconcierto no debería ser algo a lo que el público lector de esta autora, ni ningún otro, deba rehuir. Al contrario. Hubiese creído yo que en el siglo XXI era no sólo posible sino necesario e imperante desconcertar al lector; moverlo, incitarlo a salir de su zona de confort, incomodarlo al punto de que reaccione cuestionándose las ideas y nociones que tenga acerca de todo, pues todo influye en la manera en que nos enfrentamos a un texto, en cómo nos posicionamos frente a él. Un feliz momento en ese cuestionar también pudiera ser aquél en que el lector, superado el reto de atreverse a ir más allá de sus voluntarias limitaciones mentales, recrimine o increpe al autor por ocasionarle tal desazón, enredo o confusión (pienso ahora mientras escribo en un cuento buenísimo de Manuel Vázquez Montalbán: «Una lectora corrige a su escritor favorito» https://www.vespito.net/mvm/lectora.html). A fin de cuentas, se sabe que la lectura de un libro no debería servir únicamente para confirmar nuestras ‘verdades’ sino para abrirnos a nuevas posibilidades, a diferentes o nuevas maneras de ser.

Que Gornick pida disculpas por el posible desconcierto y que, además, reconozca que este pudiera deberse a la reutilización de unos materiales que ha recontextualizado para la construcción de un nuevo texto, me lleva a pensar que la recepción favorable de la literatura como expresión artística depende de cuánto se ajuste en su forma o en sus temas a nuestros convencionalismos. Esto refleja, en el siglo XXI, lo que parecería ser un permanente anclaje a los modelos o formas de arte más tradicionales. Y el problema no es necesariamente la tradición, sino el anquilosamiento al que esta puede conducirnos, situación que es peligrosa. Confirmamos entonces que, en materia de crítica, los debates sobre esto siguen siendo los mismos de hace ¿doscientos años? Seguimos atados a las nociones del realismo decimonónico positivista. Y me pregunto si en parte se deba al ansia de ‘alcanzar’ la plenitud del ser, de superar la escisión interna que nos caracteriza, o si en definitiva podemos echarle también la culpa de esto al capitalismo sin más.

Los lectores o los consumidores de literatura (muchos los somos cuando nos negamos a trascender las formas del realismo más ramplón, esas que se ajustan bien al sistema o esas a las que el sistema se ajusta mejor, las formas cerradas en las que no haya muchos cruces ni disparidades; lineales, unívocas, sin fisura, con principios y finales claramente definidos y delimitados, estos últimos preferiblemente felices, tipo comedia romántica de Hollywood) somos capaces de descartar una obra o un texto literario cuando no se alinee con ese molde común de la ‘realidad’ que nos hemos construido a partir del discurso dominante de nuestro tiempo moderno/tardomoderno. Esto resulta ser una limitación tan perniciosa como la falta de curiosidad, que, en palabras de nuestro incisivo Nemesio Canales, es la que «te arrastrará cada vez más lejos de la plaza de tu pueblo». La falta de curiosidad nos condena al anquilosamiento del espíritu y es eso lo que debemos evitar a toda costa. El sistema en el que vivimos nos ha obligado a asumir unas formas de vida en las que no hay tiempo ni sosiego suficiente para dejarnos arrastrar por la curiosidad. El tiempo se nos va en trabajar porque nos han hecho creer que es eso lo único que dignifica nuestras vidas, nuestras frágiles vidas que duran siempre lo que un día. El ajetreo, la prisa, los compromisos económicos, las expectativas sociales nos roban el tiempo del esparcimiento, de la reflexión y del pensamiento profundo. Sin eso estaremos siempre reticentes, respondiendo con desconcierto a todo aquello que se nos muestre diferente, que nos saque de onda o de carril, aquello que atente contra nuestro orden que es el de la línea de producción. De ahí el que hayamos aprendido a apreciar las cosas superficialmente, conforme a su valor de cambio o de uso, y es así como hemos terminado prefiriendo lo fácil a lo necesario, y con fácil me refiero a aquello que nos viene dado y que nosotros hemos aceptado sin vacilación, sin mayor reflexión, como válido, como lo real.

Las disculpas anticipadas de Gornick a sus lectores por el desconcierto que pudiera provocar la selección y el manejo de los materiales de los que se sirvió para la construcción de su texto, evidencia que ella sabe de la pata que cojeamos, y que, por lo tanto, el desconcierto es necesario para lo que ella y tantas otras mujeres llevan haciendo con la palabra escrita todas sus vidas: desestabilizar el orden del sistema, sus formas, su discurso, por represivo, patriarcal, alienante e injusto.

Nos merecemos no únicamente el tiempo para la lectura, sino también para la necesaria relectura. Esa que se hace con visión serena y que nos lleva más allá de la superficie engañosa a la que nos hemos acostumbrado. Luchar por esto también es una manera de resistir el embate del sistema.

 

 

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