En Reserva: “Yo no me meto en política”

Especial para en Rojo

Mientras escribo esta columna, me encuentro sin el servicio de energía eléctrica. La prensa informa que, como yo, hay 200 000 abonados más. Es la cuarta vez en cinco días que he tenido que cambiar de planes, mudarme del área de trabajo y hacer ajustes de todo tipo. Dos de esos días estuve también sin el servicio de agua potable. “¿Qué país que se respete puede prosperar así?”, le escuché decir a uno de los periodistas del patio.

Días antes, veía en las noticias un reportaje, en el que el entrevistado contaba las vicisitudes por las que pasó en el Fondo del Seguro del Estado. El hombre había sufrido, en su trabajo, una caída aparatosa. Llevaba una semana con un dolor insoportable y nadie parecía poder ayudarlo. A leguas se veía que llevaba el hombro fracturado. “No hay personal”, le dijeron, en la agencia, al ciudadano. “Necesito una firma para que alguien me examine, pero nadie me responde”, continuó relatando el hombre, que se veía ojeroso y cabizbajo. Su hombro roto, sin forma, caído, no le permitía dormir desde el día del accidente. A preguntas de la reportera, el ciudadano comentó: “El sistema no funciona. Sé que es un asunto de política, pero yo no me meto en eso”.

Como él, puedo seguir enumerando cientos de casos, en los que frases como la anterior fueron parte de la conversación en el último tiempo: “La política no es para mí”. “Eso es cosa de ellos”. “Todos son iguales. Por eso no voto”.

Distinto de lo que piensen muchos, la política no es un tema trivial que se toca en conversaciones informales. La política es el eje transversal que decide sobre la vida de todos los ciudadanos. Determina nuestros derechos y decide cómo queremos administrar nuestros recursos.

La politiquería y los politiqueros son otra cosa. Son aquellos que se burlan del pueblo, los que explotan y venden al mejor postor los recursos del país. Son los que recogen dinero para el partido y se los echan al bolsillo. Son los que viven del mantengo en Washington, exigen reembolso de viajes personales y se ríen de sus correligionarios. La politiquería rige sus vidas y de ella viven generaciones completas.

La politiquería les ha costado la vida a cientos de ciudadanos a lo largo del mundo. Los ejemplos internacionales abundan: lo que ocurrió con el agua contaminada de Flint, Michigan; las millones de personas inocentes que murieron con la invasión a Irak y Afganistán; los millones de muertos en Yemen; los palestinos en Gaza… Miremos a Honduras en 2009 y lo que aconteció con las demás dictaduras en América Latina. En Puerto Rico, la politiquería también tiene muertos en su resumé: el Cerro Maravilla, la persecución política hacia independentistas,  el manejo de suministros durante el huracán María y las decisiones de aguantar ayudas durante los terremotos del sur. Aún con este récord de abusos y atropellos, las personas prefieren quejarse por lo bajo. Cuando deben defender sus derechos, se resignan con eso de que “yo no me meto en política”.

Y, así, se les va la vida.

Votan por el candidato corrupto otra vez, porque “bendito”, “me embreó la entrada”, “he sido de su partido toda la vida”o “le dio trabajo al nene”.

En la novela Fortaleza, de José Borges, se presenta la historia de Arturo Ramírez, un líder que, fuera de todo pronóstico, llegó al poder. Durante su tiempo al mando, revolucionó el sistema, se enfrentó a los grandes intereses y les brindó poderes a los ciudadanos. Lo encarcelaron por sus acuerdos y alianzas, pero logró lo que pocos pueden: enseñarle al país que todo es posible si se lucha por un objetivo común.

Borges no plantea utopías. Puerto Rico ya logró esto una vez. Fue el primer país en Latinoamérica que sacó a un gobernante en el siglo XXI. Por dos semanas, durante el verano de 2019, los puertorriqueños, por fin, se metieron en política. Aquellos que nunca hablaban gritaron con fuerza al mundo que en nuestra casa mandamos nosotros. El mundo aplaudía con fuerza la valentía de los puertorriqueños.

En 2022, poco queda de aquella esperanza veraniega. Tenemos un gobierno inservible, una clase trabajadora ahogada por el alto costo de vida y la deficiencia en los servicios esenciales. Tenemos hospitales sin energía eléctrica por días, escasean los alimentos y las escuelas carecen de lo básico.

Mientras esto sucede, los medios de comunicación se afanan por cubrir una boda de acuerdo y darles foro exclusivo solo a políticos de los dos partidos responsables de nuestras carencias. Cubren las convenciones pagadas en hoteles de lujo y evitan detenerse a pensar en cómo se sufragan.

Del otro lado de la opulencia, como siempre, estamos nosotros. Algunos aún le ríen las gracias al espectáculo de turno: que si baila como baila, que si mira con quién dice que estará en la papeleta, que si pobre que se burlan de su sobrepeso…

“Yo no me meto en política”, recuerdo otra vez las palabras de aquel ciudadano. Pienso que así como él, con su hombro caído y cabeza baja, se encuentra Puerto Rico. Sus palabras me retumban en lo más profundo de mi indignación. “¿Qué país prospera así”, refraseo al periodista del inicio.

Si evitamos meternos en política, seguiremos a merced de delincuentes.

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